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Año Internacional Aristóteles, II: la esencia de la Pólis

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La ciudad de la diosa atenea

 

Ver Año internacional de Aristóteles I: la crítica a Platón

 

“Si el hombre es infinitamente más sociable que las abejas y que todos los demás animales que viven en grey, es evidentemente, como he dicho muchas veces, porque la naturaleza no hace nada en vano. Pues bien, ella concede la palabra al hombre exclusivamente. Es verdad que la voz puede realmente expresar la alegría y el dolor, y así no les falta a los demás animales, porque su organización les permite sentir estas dos afecciones y comunicárselas entre sí; pero la palabra ha sido concedida para expresar el bien y el mal, y, por consiguiente, lo justo y lo injusto, y el hombre tiene esto de especial entre todos los animales: que sólo él percibe el bien y el mal, lo justo y lo injusto y todos los sentimientos del mismo orden cuya asociación constituye precisamente la familia y el Estado.

No puede ponerse en duda que el Estado está naturalmente sobre la familia y sobre cada individuo, porque el todo es necesariamente superior a la parte, puesto que una vez destruido el todo, ya no hay partes, no hay pies, no hay manos, a no ser que por una pura analogía de palabras se diga “una mano de piedra”, porque la mano separada del cuerpo no es ya una mano real. Las cosas se definen en general por los actos que realizan y pueden realizar, y tan pronto como cesa su aptitud anterior no puede decirse ya que sean las mismas; lo único que hay es que están comprendidas bajo un mismo nombre. Lo que prueba claramente la necesidad natural del Estado y su superioridad sobre el individuo es que, si no se admitiera, resultaría que puede el individuo entonces bastarse a sí mismo aislado así del todo como del resto de las partes; pero aquel que no puede vivir en sociedad y que en medio de su independencia no tiene necesidades, no puede ser nunca miembro del Estado; es un bruto o un dios.

La naturaleza arrastra, pues, instintivamente a todos los hombres a la asociación política. El primero que la instituyó hizo un inmenso servicio, porque el hombre, que cuando ha alcanzado toda la perfección posible es el primero de los animales, es el último cuando vive sin leyes y sin justicia. En efecto, nada hay más monstruoso que la injusticia armada. El hombre ha recibido de la naturaleza las armas de la sabiduría y de la virtud, que debe emplear sobre todo para combatir las malas pasiones. Sin la virtud es el ser más perverso y más feroz, porque sólo tiene los arrebatos brutales del amor y del hambre. La justicia es una necesidad social, porque el derecho es la regla de vida para la asociación política, y la decisión de lo justo es lo que constituye el derecho”.

 

 

Con estos magníficos párrafos, Aristóteles cierra el primer capítulo del libro primero de sus escritos políticos, obra en cuyo empeño pasó gran parte de su vida. El Filósofo señala aquí que toda reunión con vistas a la convivencia de dos o más hombres -es decir, una “comunidad”- se establece con las miras puestas a algún bien que supera la mera suma o agregado de los individuos que la componen. “Bien” ha de entenderse no platónicamente, sino como término que designa un provecho tangible sin menoscabo de que éste se articule en términos lingüísticos, como lo es la justicia. Y realidades tales como la justicia, en su dimensión exclusivamente humana, sólo hallan realización plenaria en la pólis, en tanto estructura comunitaria insuperable de integración de las capacidades del hombre libre. Menos que una ciudad-estado no da cabida a las variabilidades del lógos, por mucho bienestar material que pueda producir, y más que una ciudad-estado las excede hasta el punto de precisar de una limitación procedente del poder, por mucha grandeza que pueda suponer. La pólis es la finalidad de toda otra forma de comunidad previa, y, como tal, anterior en la esencia aunque posterior en el tiempo. Como esencia es el “extremo de toda suficiencia”, puesto que la “autarqueía” se interpreta en Aristóteles de manera distinta a como ha sido usual en Occidente desde el estoicismo: donde estos entendían “autosuficiencia” como la entera apropiación que la esencia hace de sí misma, sin permitir moralmente al mundo ninguna modificación accidental, Aristóteles entiende que autarqueía nombra el estado perfecto de algo que en parte está integrado en su entorno para así permitirse en parte desligarse de él. De forma análoga, el biós theoretikós no es una variante de la meditación trascendental oriunda del oriente -y que busca renunciar a todo salvo a la renuncia misma-, sino que permanece atado a los objetos de su estudio a fin de conquistar la independencia de los quehaceres cotidianos (si alguien quiere saber en qué pueda consistir en concreto la “vida contemplativa”, que piense en los años más felices y fructíferos de la vida de Aristóteles, que pasó investigando zoología…)

 

 

 

En este sentido, la pólis es la única forma comunitaria autárquica, y por ello la mejor, ya que cierra el paso a la necesidad de otras comunidades vecinas a la vez que gestiona sus asuntos de un modo abierto. Nuestras actuales ciudades y aún naciones, en cambio, dependen en absoluto del resto del mundo (como se percibe claramente hoy en trance de crisis, stasis en griego), lo que las obliga a coaligarse con otras en orden a mantener su más elemental supervivencia. De ahí que Aristóteles no se preocupe demasiado en fijar la forma política única por la que debe regirse toda pólis, como sí hizo Platón, siempre y cuando se preserve autárquica y dé expresión a su lógos interno. En general, unas veces se decanta por la monarquía y otras por la democracia oligárquica, eso se deja en manos de la consideración de la historia, la tradición y la oportunidad. Lo importante para él es que dejar bien sentado que la pólis es el ecosistema natural del hombre, dado que es el animal que tiene palabra, así como el pantano puede serlo del cocodrilo, dado que es el depredador acuático que precisa de aguas turbias, estancadas y poco profundas. No hay, así, discontinuidad alguna entre la naturaleza -physis- y la cultura -musiké-: la pólis es el medio natural donde se cría al ser humano en su perfección, pues sólo en ella tiene lugar la educación en el discernimiento. El hombre necesita ser criado (lo cual es un movimiento que nace de su propio interior, a lo que Aristóteles denomina -o se traduce por- “emulación”) en estas condiciones, a riesgo de convertirse en el más peligroso e infeliz de los bicharracos (las “teorías del pacto o contrato social” que todavía hoy triunfan son totalmente absurdas, por cierto, vistas así las cosas, y es que en sí lo son y saben que lo son). Si tales condiciones exigen la institución de la esclavitud, Aristóteles tendrá el valor de afrontarla teóricamente -lo que nadie había hecho hasta entonces-, pero no de condenarla bajo todo supuesto. La esclavitud justa la produce la naturaleza, no el ciudadano, según Aristóteles, que en esto no hace más que amoldarse a ella, ya que parece cierto que ciertos hombres han nacido para ser de otros y no bastarse a sí mismos (pongo un ejemplo apolítico mío: es Watson quien pertenece a Holmes, y no al revés, y es el primero quien se sabe seguidor del segundo por su superioridad natural). Igual sucede con las razas según el Filósofo: sólo la helena reúne los requisitos de inteligencia y coraje que le dan derecho a convertirse en maestra de la demás razas bárbaras, y por esa razón es su deber biológico -que no “histórico”…- dominarlas y acaso “criarlas” a la manera griega, a fin de sacar a parte de su población de su esclavitud natural. A eso se dedicará, consecuentemente, su alumno, Alejandro, con un ímpetu tal que pondrá fin, quizá involuntariamente, a la pólis clásica exaltada por Aristóteles.

 


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