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Channel: Destellos – Hyperbole
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Verde

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Foto Luigi Ghirri

 

A las victimas de Bruselas

 

 

Seguiré tratando de colorear mis destellos. Pero hoy dejaré el rojo para el dolor de Bruselas. Y el azul celeste para la ansiada paz del planeta. Hablaré del verde de la primavera. Del tímido verde del brote en el desierto y del verde vigoroso de los trigales castellanos. Del verde que emparenta en su origen con ver, vivir y crecer, no del verdinegro que retumba en las banderas de la muerte.

¿Que por qué el verde? Porque es un color que asociamos a la alegría y la esperanza, un color empático que conecta nuestra vida con la de los demás, que nos concilia y renueva. El verde es el color de la serenidad bucólica, de la beatitud sabia de la vida retirada, la que nos ayuda a madurar y encontrar el equilibrio. Y también porque todos tenemos algo verde y bueno que recordar en nuestras vidas.

 

Foto Luigi Ghirri

 

Personalmente siempre recordaré el impacto que me causó el verde en el primer viaje familiar del que tengo conciencia. Partimos de los tonos pardos y abruptos del secarral extremeño y llegamos a las ubérrimas serranías de Cantabria, donde el verde lucía en mil tonos esmeraldas tendidos al sol, y de un fosco misterioso bajo la luz de la luna. Tal vez por eso es verde una especie de sinestesia visual que percibo cuando creo haber encontrado las palabras justas o las acciones correctas para seguir viviendo, creando y compartiendo.

 

Foto Luigi Ghirri

 

Pero hoy requiero al verde a este destello porque es un color cargado de pasado y de futuro, como los brotes de la primavera que acaba de empezar. Porque lo necesitamos más que nunca en nuestras vidas privadas y públicas, en nuestros trabajos y nuestras empresas, en nuestra economía y nuestra política, para nosotros y para nuestros hijos. Ser y estar verdes implica aprender del pasado para mejorar el futuro, pues, en contra de lo que parece obvio, el pasado nunca pasa, nunca muere del todo, siempre está ahí, como una preparación del presente que se proyecta hacia el futuro.

 

Foto Luigi Ghirri

 

Luego que viva el verde, pero no el verde ingenuo de los ecologistas imberbes, ni el del camino verde, que va por un valle verde, donde el amor es verde y los juncos crecen verdes en las riberas. No a ese, me refiero al fuerte verde lorquiano, al del barco en la mar y el caballo en la montaña, al de la carne verde y el deseo en la cintura, el verde que concita dos palabras clave para componer un lema señero para nuestras vidas:

“Vivir es consolar la inseguridad del siempre con la inquietud del todavía”.

 

Foto Luigi Ghirri

 


¿No significan nada los clásicos? (Sobre la supuesta ausencia de significado en Moby Dick)

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No tengáis ninguna confianza en el artista.

Tened confianza en su obra. La verdadera función

de un crítico es salvar la obra de las manos de su autor.”

D.H. Lawrence

 

Hay una conocida anécdota de Ernest Hemingway. En el transcurso de una entrevista, al ser interrogado sobre el “mensaje” de su obra, el novelista respondió: “No hay mensajes en mis novelas. Cuando quiero enviar un mensaje, voy a la oficina de correos.” La respuesta, como señala el ensayista belga Simon Leys[1], estaba llena de sentido común, pero provocó que ciertos críticos se escandalizaran: “¿Cómo? ¿Es que acaso no hay ningún mensaje en las grandes obras de la literatura universal? ¿Ningún mensaje en la Divina Comedia? ¿Ningún mensaje en el Paraíso perdido? ¿Ni en el Quijote?” Claro que –­sigo con S. Leys– “muchos poetas y novelistas creen tener mensajes que comunicar, pero estos mensajes, muy a menudo, no tienen en absoluto la importancia que les confieren sus autores; algunas veces, de hecho, se revelan erróneos, incluso estúpidos, si no francamente nefastos.

 

Ernest Hemingway

 

 

Probablemente, a los lectores que disfrutamos hoy en día leyendo a Dante nos importe poco la teología medieval. Tampoco se necesita haber leído novelas de caballerías para gozar de la compañía maravillosa que supone la lectura del Quijote. Pero es que resulta que una obra literaria de auténtico valor, que sea capaz de hablar a los lectores  mucho tiempo después de haber sido escrita (lo que entendemos por un clásico –creo recordar que la definición es de Italo Calvino, si es que éste no estaba parafraseando a Borges–), ha adquirido una vida autónoma con respecto de su autor (Cortázar hablaba de una pompa de jabón que emprende su vuelo ajena a quien la ha producido). Y los significados que los lectores del futuro encuentran en una obra no son algo de lo que su autor, probablemente, fuera consciente. Entre la intención consciente del autor y el significado profundo de su obra hay un espacio donde la crítica literaria puede encontrar su único campo legítimo de trabajo. Esto lo señaló con su habitual agudeza de juicio el enorme (en todos los sentidos) Chesterton[2]:

 

“La función de un crítico –si es que tiene alguna– consiste en ocuparse de esta parte inconsciente del espíritu del autor, que solo el crítico puede expresar, y no de la parte consciente de su espíritu que el autor mismo puede expresar. O bien el crítico no sirve para nada –lo cual es muy posible, después de todo–, o bien su trabajo no puede consistir más que en esto: revelar a propósito de un autor verdades que harían saltar a este último hasta el techo.”

 

G.K. Chesterton

 

Entonces, ¿”significa” algo o no Moby Dick, la novela más famosa de Melville? Aunque puedo estar de acuerdo con algunas de las afirmaciones de Óscar Sánchez Vadillo en su artículo publicado aquí mismo hace unos días , no puedo estarlo con otras. En primer lugar, en referencia a los mitos griegos, el autor señala que su valor para los antiguos no iba más allá del propio disfrute del mismo relato. Sin embargo, aunque podemos preguntarnos legítimamente si los griegos creían a pies juntillas en ellos, antes de convertirse en fábulas poéticas como las Metamorfosis de Ovidio los mitos eran relatos simbólicos, reconocibles para los griegos como paradigma de comportamiento, donde cada personaje (dioses en su mayoría) tiene un significado que viene dado por contraste con el resto de personajes, y por su posición dentro de la estructura simbólica del conjunto de relatos que constituye la mitología[3]. Y eso los griegos lo sabían.

 

Herman Melville

 

Mi segundo punto de desacuerdo se refiere al hecho de que el propio autor de Moby Dick se encargara de trufar su novela con alusiones al significado alegórico contenido en ella. No es que Melville fracasara en su intento de decir más de lo que estaba escrito: es, sencillamente, que Melville era hijo de su tiempo y del lugar en que le tocó vivir. Como señala J. Mª Valverde[4], traductor de la obra, en la lucha entre el obsesionado y semidiabólico Ahab y la ballena blanca, el mar es el peligro, el mal, y la ballena la encarnación del pecado. Ahab lucharía inútilmente con el mal, que se ha adueñado de él. Esta interpretación es propia del predestinacionismo puritano tan en boga en la Nueva Inglaterra de la época. Melville es un representante del trascendentalismo[5] de los “Padres peregrinos”, más sombrío que el de su precursor Emerson. La novela está llena de referencias a la predestinación y a la maldición que pesa sobre el Pequod: malos augurios, signos fatídicos, avisos y admoniciones contantes de un destino trágico, todo ello contribuye a crear ese halo de inevitabilidad y de pesadilla que recorren la novela. El mismo Ahab considera su viaje y su enfrentamiento con la ballena blanca como algo inevitable. En el capítulo XXXVII reflexiona para sus adentros: “La profecía era que yo fuera desmembrado, y… ¡sí! he perdido esta pierna. Ahora yo profetizo que desmembraré a mi desmembradora“. Ahab cree que es algo que estaba determinado desde hace mucho tiempo. Por eso dice a su primer oficial en el segundo día de la caza:

 

“Todo esto está decretado de un modo inmutable. Lo ensayamos tú y yo un billón de años antes que se meciera el océano. ¡Loco! Soy el lugarteniente del Destino; actúo bajo sus órdenes”.

 

En mitad de todas estas referencias a la predestinación destaca el personaje de Pip, que actúa como una especie de profeta que ha enloquecido tras estar a punto de morir en alta mar. En la novela aparece clamando ambiguas afirmaciones sobre el viaje del Pequod y el destino aciago de Ahab. En la adaptación cinematográfica de John Huston, éste y Bradbury, actuando como coguionista, ponen en su boca la siguiente profecía :

 

“Oleréis a tierra cuando no haya tierra, entonces Ahab bajará a su tumba, pero antes de una hora volverá a la superficie y entonces todos, menos uno, le seguiréis”.

 

 

Y, ya que hablamos de Huston, no está de más incluir aquí su interpretación de la novela:

 

Se ha discutido demasiado sobre el sentido último de Moby Dick, al que se prefiere considerar como un libro secreto, enigmático. Pero en lo que a mí concierne se trata, negro sobre blanco, de una gran blasfemia. Ahab es el hombre que ha comprendido la impostura de Dios, ese destructor del hombre, y su búsqueda no tiende más que a afrontarle cara a cara, bajo la forma de Moby Dick, para arrancarle la máscara (…) La película era una blasfemia extraordinaria. No creo que ningún crítico escribiera la palabra blasfemia, pero, no obstante, es el tema central del film (…) Esta película representa sencillamente la más importante declaración de principios que yo haya hecho nunca. Es más, diré que Moby Dick es mi película más importante. Melville se distingue por la afirmación de una filosofía que no tiene igual en ninguna otra narrativa. Moby Dick es una blasfemia. Estoy estupefacto de que nadie haya protestado. Pero la blasfemia es tan esencial en el relato que es preciso aceptarlo forzosamente. Ahab es el hombre que odia a Dios y que ve en la ballena blanca la máscara pérfida del Creador. Considera al Creador como un asesino y se encuentra en la obligación de matarle”.

 

No parece andar muy desacertado Huston, si tenemos en cuenta que Ahab bautiza (con sangre de sus arponeros) el arpón con el que pretende dar caza a la ballena, “no en el nombre del Padre, sino del diablo”.

 

Por cierto, que en la misma onda de adoradores del diablo deberíamos mencionar a Jimmy Page, el guitarrista de Led Zeppelin, satanista reconocido que incluso llegó a comprar la mansión de su maestro Aleister Crowley, influyente ocultistamísticoalquimista y mago ceremonial inglés, uno de cuyos apodos era The Great Beast 666 :

 

 

El pensamiento trascendentalista, del que Melville es representante, estaba basado en los siguientes principios: la unidad esencial de toda la Creación, la bondad innata del ser humano, la supremacía del “insight” (lo intuitivo) sobre la lógica y la experiencia, y la tendencia a la unión de lo individual y lo universal. En el capítulo XCIV, mientras ayuda a sus compañeros a apretar el aceite de esperma de ballena para fundir los grumos, Ismael se olvida del terrible juramento que ha hecho la tripulación, recuerda la superstición de Paracelso según la cual el aceite de esperma mitiga la ira, y tiene sentimientos de fraternidad universal:

Tal sentimiento desbordante, afectuoso, amistoso, cariñoso producía esta labor, que por fin acabé por apretarles continuamente las manos, y por mirarles a los ojos sentimentalmente, como para decir: «¡Oh, mis queridos semejantes!, ¿por qué vamos a seguir abrigando resentimientos sociales, o conocer el más leve malhumor o envidia? Vamos, apretémonos todos las manos; mejor dicho, apretémonos universalmente en la mismísima leche y esperma de la benevolencia».

En Moby Dick aparece, por un lado, un plano real, visible, que incluso huele a mar, el de la vida marinera; por otro lado, los apuntes históricos y religiosos que sugieren el sentido alegórico de la ballena. Entre ambos planos, Melville introduce la lucha entre Ahab y la terrible ballena, reflejo de sus creencias en la predestinación y el trascendentalismo. Sin embargo, y a pesar del interés innegable que tiene el movimiento trascendentalista para la historia de las ideas, tal vez no sea esto lo que más nos impresione de la lectura de Moby Dick, sino más bien, como señalaba un lector del artículo de Óscar Sánchez Vadillo antes mencionado, el olor que desprenden sus páginas a mar y a sal, el plano más “naturalista” de la novela. Las primeras páginas, que podrían haber sido escritas por Stevenson, en las que Ismael relata sus noches de íntima convivencia con el arponero caníbal Queequeg, tienen una fuerza hechizante. Por no hablar del humor: cuenta Ismael cómo despierta una mañana junto al salvaje arponero con quien comparte cama, y descubre que, en sueños, este último le ha pasado tiernamente el brazo por encima. Y reflexiona: “Mejor dormir con un caníbal sobrio que con un cristiano borracho.” Y también: “Queequeg era George Washington canibalísticamente desarrollado.” Los dos se transforman en amigos del alma, que parecen pasar, dice el narrador, “una luna de miel del corazón”, formando una tierna y amorosa pareja.

O esta perla: “(…) en Salem, donde me dicen que las muchachas exhalan tal almizcle que sus novios marineros las huelen a millas de la costa, como si se acercaran a las aromáticas Molucas y no a las orillas puritanas.”

Aun en medio de los momentos en los que más predomina la acción, Melville no puede evitar trufar el relato de reflexiones metafísicas. Cuando Ismael y Queequeg están unidos por un andarível o “cable de mono”, cuya función es salvar la vida del arponero mientras éste se sube a lomos de la ballena, Ismael piensa en la relación entre la Providencia y sus protegidos mortales.

Moby Dick es una obra inmensa y apasionante, de estructura anárquica[6], llena de citas bíblicas y de gran aliento épico (las fórmulas propias de la épica homérica están presentes de continuo en el estilo de Melville: “Como segadores mañaneros (…), así nadaban esos monstruos.”), y presidida por un halo trágico omnipresente. Con peores mimbres se han hecho otros cestos. Tal complejidad convierte la novela en algo imposible de interpretar de manera unívoca, pues el autor incurre en contradicciones no sólo de contenido, sino también de forma (Ismael es un narrador en primera persona, pero omnisciente). De cualquier modo, conocer el trasfondo ideológico de la época no nos explica el placer de la lectura de Moby Dick, que forma parte del misterio que envuelve a la creación literaria. O, usando las palabras de Antonio Machado,que el arte es largo, y además, no importa”.

Si a los lectores de hoy no nos incumben las ínfulas míticas de su autor, tampoco creo que podamos encontrar no importa qué significado en su obra. Si mi memoria no me engaña, decía Ricardo Senabre, un profesor de Crítica literaria en Salamanca, que el texto significa lo que significa y nada más, probablemente haciéndose eco de las palabras de Eco:los límites de la interpretación son los límites del texto”. En todo caso, las posibles interpretaciones de un texto son limitadas, y deben estar contenidas en el texto. Y está claro que los intentos de Dos Passos y compañía de apropiarse de Moby Dick como la gran iniciadora de la tradición de la que ellos decían formar parte son una muestra de cómo uno puede arrimar el ascua a su sardina. Por cierto, hablando de tradiciones novelísticas, para concluir podríamos mencionar la que para algunos es la máxima novela americana, y que para Hemingway, con quien comenzábamos, es el libro del que procede toda la literatura moderna americana. Se trata de Huckleberry Finn, de Mark Twain, y comienza con estas palabras:

 

Mark Twain

 

Aviso: las personas que intenten encontrar un motivo en esta narración serán perseguidas; las personas que intenten encontrar una moraleja en ella serán desterradas; las personas que intenten encontrar un argumento en ella serán fusiladas.”

 

[1] Simon Leys, “Don Quixotte”, en Protée et autres essais, Éditions Gallimard, 2001.

[2] G. K. Chesterton, en su extraordinario Charles Dickens, formado por los prólogos a las novelas de este último.

[3] Carlos García Gual, Introducción a la mitología griega, Alianza Editorial, 1992.

[4] Historia de la literatura universal II, págs. 503-4.

[5] Sobre la filosofía trascendentalista de Emerson, ver. http://historia.uasnet.mx/rev_clio/Revista_clio/Revista21/8_Fil_Cervantes.pdf

Sobre el movimiento trascendentalista en literatura, ver el artículo de Antonio Fernández Ferrer: http://www.ugr.es/~afferrer/Trascendentalismo%20norteamericano%20y%20Emerson%20en%20po%E9tica%20de%20D%85.pdf

[6] Lo cual no ocurre en los extraordinarios relatos Billy Budd, marinero y Benito Cereno, compendio de mucho de lo que encontramos en Moby Dick, pero más apropiados, según J. Mª Valverde, para degustar los placeres novelísticos.

 

Ver: “Sobre el no significado de Moby Dick” de Oscar Sanchez Vadillo

La chica que fue invierno

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Exquisitamente editada por Impedimenta el pasado octubre (esas pinturas de la época, sobre todo, tan de cómic elegante actual, muy bien escogidas, que adornan las cubiertas…), Una chica en invierno es una novela que se diría pequeña en su temática e intenciones, pero grande por el estilo cuidadoso y preciso de Philip Larkin y por sus consecuencias existenciales generales. Es, en cierto modo, propio de una poética muy de posguerra ese intento de poner el foco en vidas anónimas que en su cotidianeidad nos muestran el efecto de trágicos momentos históricos de gran alcance, como en una versión invertida del famoso “efecto mariposa” de la Física del caos, de tal manera que una poderosa tempestad en Tokio puede en efecto quebrar las alas de un minúsculo y frágil insecto en cualquier otra parte del mundo. En este caso, y como ya he mencionado, el protagonista oculto de la novela es la Segunda Guerra Mundial, que nunca hace acto de presencia directamente pero que ha devastado terriblemente al protagonista nominal del relato, una mujer de veintipocos años llamada Katherine. Larkin nunca nos indica la nacionalidad de Katherine, lo elude constantemente y ex profeso, pero yo me inclino a conjeturar que podría tratarse de una francesa que ha habitado y hasta sufrido el gobierno colaboracionista de Vichy, lo cual explicaría una cierta vergüenza personal por su parte derivada del devenir de los acontecimientos bélicos. Pero he leído a otros comentaristas que creen que incuso podría ser una judía alemana, lo cual, finalmente, no tiene mucha importancia, puesto que el autor explícitamente no se la da. Es como si para Larkin la nacionalidad de Katherine no fuese relevante, basta para él con que ella sea una europea continental ajena al modo de ser de la isla inglesa, la cual visita en un memorable verano de su adolescencia.

 

2015_15_larkin (1)

 

Sea como fuere, las circunstancias de la guerra han matado la pasión de Katherine, la han enseñado la insensibilidad, mientras que los ingleses, que llevan practicándola siglos, quedan, al contrario, heridos y vulnerables tras la tremenda experiencia. Philip Larkin, claro, era inglés, seguramente el poeta más reconocido de la Gran Bretaña en la segunda mitad del s. XX (todavía recuerdo los rendidos elogios y las citas que hacía de él el norteamericano Richard Rorty en sus ensayos filosóficos), pero no me parece que lo que esté llevando a cabo en esta novela sea específicamente una crítica al carácter británico. Más bien entiendo que Larkin ha querido generalizar hacia la condición humana, algo que se diría inevitable cuando una contienda de estas proporciones pone al escritor ante el invierno de la Historia, ante un invierno casi global. Larkin contaba con la misma edad que Katherine cuando compuso Una chica en invierno, y ya no volvió a escribir novelas nunca más. Tal precocidad puede explicar el hecho de que poetice en extremos, y, así, entre aquel verano y este invierno sea incapaz de haber entrevisto los matices de ninguna primavera u otoño intercalados. El resultado, voy a anticiparlo, es sumamente triste, pero el lector, si se siente generoso o agradecido por el buen hacer narrativo de la novela, siempre puede considerar el final abierto, porque, al término de tanta elegía, Larkin parece prestarse y condescender a ello.

Un porqué para vivir

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Aquel que tiene un porqué para vivir, puede enfrentar todos los cómos“. El problema aparece cuando se cuestiona ese objetivo y se experimenta la desasosegante sensación de vacío al no encontrar nuevos desafíos a los que asirse, pues todos parecen igualmente prescindibles.

 

Prostitue Paris

 

A sus treinta y cuatro años, trabajaba en el departamento de Filosofía contemporánea como profesora adjunta, después de una defensa “cum laude” de su tesis sobre la influencia de Heráclito en el pensamiento de Oswald Spengler. Impartía Filosofía de la Historia y Estética en la Universidad Humboldt de Berlín, y aspiraba a la titularidad en su puesto que llegaría, como siempre, “a su debido tiempo”. A pesar de todo, su carrera académica había sido prometedora y todos contaban con que hiciese nuevos méritos que redundasen en beneficio de la propia Universidad.  Estaba donde siempre deseó estar… y, sin embargo…  el ambiente académico resultó decepcionante: la labor de docente requería horas de preparación de clases -máxime cuando se trabajaba a través de debates, como hacía ella-, y la investigación acabó por reducirse a publicar el mayor número de artículos posibles para engrosar el curriculum, siempre con el beneplácito naturalmente de los saurios-catedráticos que tiranizaban los departamentos y pretendían dirigir también las líneas de investigación. Afortunadamente Ann nunca fue víctima de ningún plagio, pero vio cómo varios compañeros desistían de una brillante carrera académica, tras ser víctimas de este mal endémico.

 

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Había nacido en el corazón de la Alemania protestante, en una pequeña localidad entre Sajonia y Brandemburgo, cerca de Wittemberg. De familia modesta, su madre Katharina era una sencilla maestra de escuela que había sacado adelante a dos hijas de corta edad sin más ayuda que la de los abuelos maternos. Su padre murió en un accidente aéreo cuando Ann contaba sólo cuatro años de edad. Su hermana Karen se suicidó poco antes de cumplir los dieciocho, al igual que la abuela Lieselotte… Poco sabía de sus parientes colaterales, su madre era hija única y los familiares paternos resultaban tan huraños y desconocidos que no le inspiraban confianza alguna, sabía a ciencia cierta que no podría contar con su ayuda en caso de necesitarla. Por eso se prodigaban una educada y distante indiferencia.

 

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El padre de Ann era una figura mítica en la familia, pero existía un silencio tácito no acordado en torno a él. No es extraño, entonces, que desde niña y después de treinta años continuase preguntando sobre su fuga de Berlín oriental y sus viajes alrededor del mundo. Su pequeña biblioteca en la que se encontraban libros sobre esoterismo mezclados con tratados de física, psicología y politología (especialmente anarquista), despertaban aún más la curiosidad sobre aquel singular ingeniero, al que tanto se parecía Ann, a juicio de todos. Pero ante sus preguntas, sólo obtenía evasivas que ella atribuía a un duelo no resuelto en la familia.

 

Cassis Paris 1933

 

Ann se trasladó a la capital con dieciocho años para estudiar Filosofía. Lo tuvo claro desde siempre, con esa ingenua certeza de los años púberes. A medida que pasaba el tiempo, sin embargo, las dudas se hacían cada vez más presentes y la ingenua y sólida imagen de sí misma sobre la tarima de un hemiciclo conferenciando, no se le antojaba ya tan estimulante. El trabajo le absorbía de tal forma que nunca encontraba tiempo para sus lecturas, salir a correr no era suficiente para descargar tensión y había dejado de escuchar música, y ya se sabe que “la vida sin música…” No encontraba placer en nada y de no ser por sus múltiples responsabilidades laborales, pasaría el día tirada en la cama. Lo peor es que había comenzado a cuestionar si toda aquella especulación abstracta, en definitiva, servía para algo. Ella misma conocía los límites de sus tesis e invertía más tiempo rebatiéndolas que afianzándolas. No era su labor la de una filóloga, pero así se sentía interpretando los textos de otros filósofos, mientras sus ideas eran relegadas a un segundo… tercer plano. Se sentía alienada. Necesitaba frivolizar. Sin embargo, en su vida no había lugar para las amistades, más allá del reducido círculo de profesores de la Universidad, hacía años que no pisaba el cine y mucho menos el teatro, y era esquiva con cualquier proposición masculina que implicase permanecer a solas más de media hora sin otra causa justificada que el mero hecho de estar juntos. Todo restaría tiempo a esas investigaciones que, por otra parte, no parecían progresar. Eso era lo que más la consumía: sentir que la vida, pletórica y desbordante, la estaba esperando, mientras ella se obstinaba en tomar otro camino. Se había enclaustrado en la fortaleza Humboldt y, en su fuero interno, reconocía que deseaba huir de allí, pero no sabía cómo ni hacia dónde dirigirse. Al conquistarlo, había perdido su objetivo.

 

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Aprovechando unas vacaciones de Pascua, decidió visitar a su madre en su pequeña villa y poder alejarse así de la vida académica que la constreñía, aunque la relación entre ambas nunca fue satisfactoria. El carácter reprimido y represor de Katherina chocaba contra el ímpetu y la curiosidad de su hija. Sus conversaciones siempre fueron difíciles; sin embargo, en los últimos años se habían vuelto anodinas. Ann, que acostumbraba a encerrarse en su habitación para meditar y dar largos paseos en solitario, aprendió a utilizar el silencio para evadirse y evitar las discusiones. Pero en esta ocasión observó la gran necesidad de compañía que su madre ya jubilada precisaba. Por desgracia no era ella quien podía sacarla de su aislamiento, porque éste no era físico, sino mental.

Como siempre Ann examinó el despacho de su padre. Acostumbraba a pasar en él largas horas mirando antiguas fotos, hojeando libros o simplemente revisando sus cosas. Todo estaba en orden, salvo por un pequeño detalle… En la chimenea quedaban restos de un escrito, eran papeles recientes. Ann no pudo entender de qué trataba el texto quemado, pero quedó atónita ante el pie de página, perfectamente legible: “Itabirito, once de marzo del año en curso. Johann S. W. Neitzel“. Era la firma de su padre. La carta se había recibido apenas unas semanas antes de su llegada a la villa.

De improviso, su madre asomó por la puerta del despacho. Ann, arrodillada como estaba ante la chimenea, y con el pedazo de papel en la mano estaba sobrecogida, el corazón le latía con fuerza, miró a su madre y sólo pudo preguntar:

-¿Dónde está Itabirito?

Katherina sufrió un leve mareo. No podía articular palabra. Treinta años eran demasiado ocultando aquella colosal mentira. Se arrodilló al lado de su hija y, en un hilo de voz, le contestó:

-Sería mejor que lo olvidaras- contuvo un suspiro y rompió a llorar silenciosamente.

 

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La joven se retiró sin decir nada. Aquella misma noche rastreó la web buscando aquel extraño topónimo… ¡Brasil! ¿Su padre vivía en Brasil o era uno de destinos temporales? A la mañana siguiente, Ann no quiso interrogar a su madre, sabía que las respuestas que necesitaba las encontraría en el hemisferio austral. Sin mediar palabra, decidió hacer la maleta y volver de inmediato a Berlín. Había demasiadas cosas que preparar, aunque sólo tuviera un nombre, Itabirito, un apellido, Neitzel y una la foto deslustrada de un barbudo treintañero que ahora frisaría en los sesenta. Definitivamente ya no le importaba el cómo, los “por qués” habían comenzado a multiplicarse.

 

*Todas las fotografías son de Brassaï.

Chus Lampreave, una mujer entre dos tiempos

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Mi amiga Chuslan. Foto Ouka Lele

 

 

Algunos consiguieron aspectos imponentes y se habían transformado muy deprisa. Eran muy jóvenes y al llegar a la universidad se dejaron crecer la barba, desecharon los trajes y las corbatas, que cambiaron por una trenca o unos pantalones de pana bastante deslustrados y se metieron entre pecho y espalda manuales muy indigestos que les procuraron una gran seguridad en sí mismos y una expresión algo alucinada de profetas de un mundo nuevo.  De pronto todo estaba claro: los buenos, los malos, los culpables, los inocentes, los lugares a los que había que ir, lo que no había que hacer, los paraísos que había que pretender, la jerga intimidante que había que utilizar. También algunas de ellas pasaron muy rápido del colegio de monjas a una célula de la joven guardia roja o a la defensa de la acción directa en algún grupo libertario. Todos sentían que tenían que romper con algo anterior que intuían podrido y en algunos casos tenían una cuestión personal muy convincente o dolorosa para hacerlo. En muchos casos habían roto con sus familias o con la estética vital que ellos representaban, con sus ritos, con sus películas y por supuesto con sus canciones.

 

 

Las nuevas religiones tenían una liturgia muy puritana pero poco a poco la expresión artística de esos tiempos comenzó a infiltrarse de otros tonos menos rigurosos y en el cine me parece que la herencia de Berlanga comenzó a crear una suave distancia de humor y lucidez, fue ensanchando para mucha gente el ojo de la cerradura por donde se miraba la realidad, permitiendo otras perspectivas. Muchos de aquellos chicos, en el fondo, eran adolescentes bastante atormentados que buscaban amor y sentido, y que caían fácilmente en las contradicciones de siempre y también en el desencanto. “Tigres de papel” como los definía aquella película de Colomo con una mirada un poco melancólica y tierna.

 

 

Creo que en algún momento se produjo una conexión emocional con el pasado por encima de los sofritos ideológicos y muchos de esos chicos y chicas comprendieron que esa abuela que iba a misa y defendía al generalísimo era la misma que les llevaba torrijas o el pisto tan rico al pisillo de Tetuán;  la misma que sabía lavar las sabanas con algo misterioso para que olieran tan bien; la misma que les había cantado coplas de pequeño mientras colgaba las sabanas al sol; la misma que había pasado hambre y había tenido que transigir tanto en los años oscuros sin perder la esperanza y la alegría del todo. Eran esa gente que también los había querido tanto.

 

 

Chus Lampreave  (se me ocurre que con Rafaela Aparicio)  ha representado en el cine de los ochenta y noventa a esa abuela entrañable capaz de actuar como un puente generacional y de quebrar, a base de humor y de autenticidad, algunos estereotipos bastante estúpidos, sobre todo en manos de Pedro Almodóvar, que fue uno de esos chicos que quiso romper con todo pero que tuvo el talento de darse cuenta de la continuidad sentimental que había entre generaciones y mundos aparentemente tan diferentes y en la posibilidad creativa de construir una mirada propia aceptándolos y transformándolos con todas sus posibilidades y ambivalencias.

 

 

Siempre era ella: un gesto, una voz, una posibilidad de sonrisa que abría la puerta a otra forma de ver a una vieja con gafas de culo de vaso que, de pronto, contenía un mundo entrañable o muy inteligente en sus palabras o se transmutaba en una mujer muy pinturera y muy joven, casi sin edad, tanto que hoy me ha extrañado enterarme de que ya tenía ya 85 años.

 

Chus Lamprave, un cierto tipo de mujer española, que echaremos de menos …

 

Schindler y la Casa  Schindler-Chase, 1921  

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chase_house_schindler

 

El caso de Rudolf Michael Schindler, expresa a la perfección los altos valores del mestizaje cultural, frente al principio de cierto idealismo fundamentalista y funcionalista. El mismo Schindler lo expresa en su texto de 1934 ‘El Espacio en la Arquitectura’, cuando fija que “La obra que generalmente se llama moderna, es en lo principal una mezcla arquitectónica de varios movimientos de arte en Europa, como el futurismo, el cubismo, etc.“. Y, ese mestizaje fértil, expresa a la perfección el crisol originario que llegó a ser ‘la Viena fin de siglo’, en palabras del trabajo de Carl E. Schorske. Viena, lugar central donde alternan diversas corrientes y momentos emblemáticos de la política y de la cultura con nombres señeros: Schnitzler y Hofmannstahl, Kokoshka y Schoenberg, Klimt, Freud y el psicoanálisis, la construcción de la Ringstrasse y el nacimiento del moderno urbanismo.

 

 

Más tarde, el contexto socio-político propició la aparición de la Sezession. Movimiento protagonizado por arquitectos y pintores como Otto Wagner, Joseph Maria Olbrich, Joseph HoffmanGustav Klimt. Movimiento que operando dentro del Jugendstil, recibió el espaldarazo del Estado, según Schorske; un apoyo derivado de la compleja composición multiétnica del imperio austro-húngaro, enfrentado a un creciente conflicto de rivalidades lingüísticas e identitarias. Por lo que  el Estado Imperial, vería con buenos ojos a  la Sezession, cuyo cosmopolitismo ambicionaba una síntesis cultural frente a las divisiones citadas. Entre los artistas y escritores de la nueva hornada que seguiría al Wiener Werkstätte y a la Sezession, se encontraban escritores como Schnitzler y Hofmannstahl, pintores como Klimt y Kokoshka, músicos como Arnold Schoenberg y arquitectos como Adolf Loos.

 

 

Nacido en Viena en 1887, en pleno declive del Imperio Austrohúngaro y en plena expansión del Jugendstil y de su variante la Sezession. Esos principios estilísticos de cierto ‘fin de siglo’ centraran su formación en  la Imperial and Royal High School desde 1899 hasta 1906. Posteriormente, se inscribió en la Wagnersschule de la Universidad Politécnica de Viena, graduándose en arquitectura en 1911. Constatando que su principal influencia sería el profesor Carl König, a pesar de la presencia de otros grandes maestros en las aulas, como Otto Wagner y Adolf Loos, y sobre todo, y desde  1911, el influjo que le condicionaría sería la obra de Frank Lloyd Wright. Por ello y desde la afirmación de David Gebhard de que “Durante los primeros años del siglo las tres ciudades claves de la vanguardia arquitectónica eran Glasgow, Viena y Chicago. El grupo de Glasgow, especialmente Charles Renmie Mackintosh, produjo la chispa que provocó en Viena el importante capítulo del Movimiento de la Secesión. Viena, a su  vez, cumplió un papel similar respeto a Chicago y la evolución de la ‘Praire School’. Y en reciprocidad, la famosa carpeta de trabajos de Wasmuth, de Frank Lloyd Wright, de 1919 y 1911, colocó al Movimiento Moderno en su dirección definitiva“. Por lo que resulta creíble que el mismo Schindler reconozca la importancia de Wagner, Loos y Wright, como maestros tutelares. Aunque luego, según Esther McCoy, se otra la valoración que hiciera. “Cuando Schindler nombró los tres fundadores de la arquitectura moderna, fueron Wagner, Mackintosh y  Sullivan“.

 

 

De esos años de preguerra, 1912 y 1913, data su  conocimiento de Richard Neutra. Quien acabaría componiendo con Schindler una suerte de Cástor y Pólux, al tener una trayectoria paralela; ambos llegarían a Los Ángeles a través de Chicago, ambos serían reconocidos como los primeros modernos que crearon un nuevo estilo adaptado al clima de California, y en ocasiones ambos trabajaron para los mismos clientes. Incluso en 1925, junto a Carol Arnovici organizan el Grupo Arquitectónico para la Industria y el Comercio (AGIC), que duraría hasta 1930 y con el que concurrieron al concurso de 1926 del Palacio para la Sociedad de Naciones.

 


En 1914 se trasladaría a Chicago para trabajar en la firma Ottenheimer, Stern, and Reichert (OSR); cuando se dispone a regresar a Viena, acabada la Gran Guerra en 1918, con la idea de integrarse en el estudio de Loos, opta por permanecer en Estados Unidos, donde comienza cuatro años de trabajo con Lloyd Wright en el estudio de Oak Park y en Taliesin. Wright aprecia en Schindler, tanto su enorme talento para el dibujo, como sus conocimientos técnicos de ingeniería. Y esa vertiente del dibujo soberbio, es uno de los aspectos más llamativos de la personalidad de Schindler. Calidad de los dibujos que supera a la propia tradición vienesa, como puede apreciarse en la diversidad de  registros que se ubican en la tradición del Jugendstil, bebe en los orientalismos visibles en cierta tradición de Mitteleuropa y llega a las intuiciones del arte Japonés desplegadas, tempranamente, por Frank Lloyd Wright.

 

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Estableciéndose, ya independientemente, en 1921 en Los Ángeles. Donde decide instalarse y construir su propia casa entre 1921 y 1922. Dando salida a un trabajo orientado, fundamentalmente y de forma muy sistemática, a la construcción de viviendas unifamiliares, que definirán toda la senda de las muy celebradas ‘Study house’ de los años cuarenta y  cincuenta de los Estados Unidos. Que componen junto al esplendor de las películas en tecnicolor, la mejor representación del ‘American way of life’. Si los austriacos y otros centroeuropeos, estuvieron involucrados en el desarrollo y universalización de la industria del cine mudo; otros austriacos, como Schindler y como Neutra, se involucraron en la configuración residencial de ese “mundo exótico y casi irreal” que participaba tanto del naciente cinematógrafo, como de los paisajes sorprendentes del Sur de California, y que acabarían conformando el ‘American dream‘ del mundo doméstico una vez resuelta o aparcada la Guerra Fría y el macartismo.

 

 

Una plasmación tipológica, por tanto, de ‘la Casa del Sueño Americano’, pese a que sus inicios formales coincidieran con la Gran Depresión, forzando a una búsqueda de soluciones estandarizadas de bajo impacto económico, como fuera el caso de Schindler  y de la Casa Schindler-Chase. En esa ideación, señalada por Hans Hollein, se amalgaman la inventiva estructural y constructiva, la experimentación con nuevos materiales (Schindler fue de los primeros arquitectos en utilizar el plástico y patentó el conocido entramado Schindler frame) y  sobre todo la “obsesión fanática por el espacio“. Una obsesión fanática por la espacialidad, que deriva tanto del universo de Adolf Loos, y de su concepto ‘Raum-plan’, como de otras influencias visibles, como fuera la de los neoplasticistas holandeses de ‘Der Stijl’. Espacialidad pronunciada y que lleva a Schindler a contraponer enfáticamente, al ‘arquitecto espacial’ frente al ‘arquitecto convencional’.

 

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Por ello, de la casa Schindler-Chase, así llamada por estar destinada a dos familias: los Chase y  los mismos Schindler, “reunió una serie de experiencias californianas, desde las tecnologías de las planchas de hormigón armado ligero, hasta la experiencia visual de la arquitectura tradicional de adobe y la tradición española de California, del patio interior y de la vida interior/exterior“. Incluso se ha señalado su carácter innovador y que “serviría de modelo experimental para lo que hoy es aceptado comúnmente como casa-con patio de California“. La casa no es únicamente un modelo de arquitectura, sino que también fue concebida como un hogar capaz de acoger un modelo de vida comunal a pequeña escala. En efecto, en la Schindler-Chase House, el matrimonio compartió residencia, en un primer momento, con Clyde Chace y su esposa y, más tarde, con el matrimonio Richard y Dione Neutra. La posibilidad de convertir la casa en un espacio compartido estaba directamente relacionada con el compromiso político de Pauline Gibling, esposa de Schindler, con los idearios comunista (ya que participó en la fundación del Partido Comunista Americano de Chicago en 1919) y, de resultas de esa coyuntura inicial, la casa se adaptó fácilmente a una partición equitativa cuando el matrimonio se separó en 1922.

Ambos murieron en esa casa insignia de Kings Road, en 1953 Schindler y en 1977 Gibling, cerrando el bucle de cierto liberalismo en las formas culturales y en las modas sociales, de una sociedad puritana y  rigorista, como fuera la sociedad americana de los años cuarenta y cincuenta. Ambos, Schindler y Gibling, marcaron el trayecto de las ideas que Europa fue aportando a los Estados Unidos en campos diversos: desde el Cine a la Sociología, desde la Pintura a la Arquitectura.

 

 

Sin argumentos

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Louis Raemaekers, 1915

 

Tras la exploración de los dos Grados geográficos precedentes, aparecidos ya en 2012 como ‘Grado elemental’, y en 2013 como ‘Grado medio’, la aventura de este trabajo se colmata, ¿finalmente?, con el ‘Grado superior’. De tal suerte que todo ello aparece ya como una Trilogía programada, trazada y pensada, donde se había proyectado un solo y único texto. Y esta es una de las extrañezas de lo concebido frente a lo realizado: donde había un solo texto derivado de una sola idea, surgen tres textos derivados de esa misma idea; en una suerte de nuevo misterio trinitario y tripartito. Aunque, ciertamente, no haya ni misterio, ni trinidades, ni triparticiones, ni siquiera el viejo Trivium medieval. Porque el móvil que ha regido el conjunto de los tres grados y textos, permanece inalterado, y su filiación resulta reconocible y única.

Lo único que ha ocurrido, ciertamente, ha sido la extensión creciente de lo previsto y proyectado, merced a una expansión temeraria de la escritura. Una escritura que crece y se expande, negando la obviedad cierta y previsible de su misma extinción y de su  mismo carácter cerrado y prescindible. Porque, finalmente, como cita Raúl Guerra Garrido “de la historia lo único que queda es la geografía y, ni siquiera eso, también desaparece la montaña”. Si hasta las piedras se extinguen y desaparecen, ¿qué podremos decir de la permanencia de cuestiones tan personales y no geográficas, como la escritura? Quizá esa obviedad de la extinción de toda escritura, justifique el empeño de pelear por su permanencia y empeñarse en su  prolongación.

 

 

Una extensión de ese empeño que delata, por otra parte, las dificultades de cierta escritura en los tiempos actuales, urgidos por lo digital y por la velocidad de los procesos de información y conocimiento; digitalidad y celeridad, que dificultan de hecho los procesos y los tiempos de la escritura. Cuándo todo va tan deprisa ¿quien se para y se entretiene en ese ejercicio moroso y adormecido?; y sin son pocos los acodados al barandal de la escritura, otro tanto podremos decir de los voluntarios de la lectura, que ven reducida su nómina convencional por las competencias de los nuevos medios y de los nuevos ocios. No es que no se lea, que se lee en todos los soportes y medios, tabletas y smartphones, pantallas y soportes visuales, y tal vez sea ésta una lectura cuantitativamente superior a la precedente; sino que la lectura que demandan tales soportes es de otra naturaleza, veloz e instantánea. Y muy olvidadiza.

De igual forma  que la sensación advertida, pero no menos creciente, de que hay ejercicios escritos muy variados que no concluyen nunca, como si describieran círculos concéntricos en torno a un centro probable fijado de antemano. Y esta cualidad de la ‘escritura perpetua’ es, mal que nos pese, no solo una paradoja en tiempos de lectura menor; una lectura breve que recorre el trayecto de una escritura prolongada. Y esta modalidad de la ‘escritura perpetua’ un atributo que nos proporcionan los llamados nuevos medios y que se asienta en la inmaterialidad de la ‘nueva escritura’. Una ‘nueva escritura’ que nace de lo digital y de lo electrónico y a ello vuelve sin parar y sin cesar, como si nunca concluyera su relato; una  ‘nueva escritura’  inmaterial en su presencia e invisible en su ausencia; y que permite rectificaciones continuas, añadidos permanentes y actualizaciones continuadas, se asemeja a una tarea abierta y siempre continua, como Sísifo que nunca termina su trabajo; o que, cuando piensa que se termina y agota, algo dicta su continuidad. De tal suerte y manera, que podemos advertir que todo proceso de escritura, una vez que el escritor se instala en él, es un proceso sin final, aunque con principio.

 

 

De forma parecida a lo afirmado por el pintor Antonio López García, cuando advierte sobre el mundo pictórico de que: “Las obras se abandonan o se dejan de lado, pero nunca se terminan”. Y algo de ello podría decirse de esta trilogía, que crecida y recrecida demandaba una prolongación imparable; por lo que su conclusión y su cierre, señala más al abandono de una tarea  que a una conclusión presunta. Ciertamente hay escrituras concebidas con el equilibrio preciso de una partitura musical, en donde el tempo, es tan importante como su propio contenido; y por ello concluye esa elaboración escrita en un instante determinado sin menoscabo de su propia coherencia. Aunque haya también escrituras que, carentes de ese equilibrio que otorga el tempo mismo de su composición, tengan una tendencia a expandirse y prolongarse por encima de cualquier previsión inicial. Como un rondo que se prolonga, o como un estribillo que se perpetúa. Y en esa prolongación circular, que niega el cierre o que impide la conclusión de todo trabajo, anidan ideas inquietantes. Ideas que hacen ver la inutilidad de muchos esfuerzos escritos, o su carácter prescindible.

 

Y en este punto de dudas y de resultados, conviene visualizar la correspondencia existente de la escritura con la plantación botánica y con la floricultura. Uno prevé en el jardín propio, el acomodo suficiente de algunas piezas botánicas elegidas por razones diversas: ornamentales, simbólicas, productivas o funcionales. Y con el paso del tiempo, observa que al verificar la plantación de los troncos jóvenes, no contó con su seguro crecimiento, que haría modificar y tambalear las previsiones iniciales de espacio y de luz; de rendimiento, de idoneidad de suelos y de eficacia botánica. De tal suerte, que más adelante, se ve obligado a rectificar y subsanar lo inicialmente previsto, por esa insuficiencia del soporte de suelo, por la debilidad de los nutrientes o por la falta del soleamiento necesario.

 

Por lo que vuelve a rehacer lo previsto y plantado inicialmente, dándole una nueva configuración, aunque el carácter siga siendo el mismo en ambos jardines y en ambas plantaciones: el previsto y el ejecutado finalmente. De igual forma, cierta escritura que nace con cierto sosiego y lentitud, se va adensando y complicando con su propio desarrollo y hace que las previsiones sobre su duración y extensión, no se cumplan. Y se ve el escritor, igualmente que el jardinero no previsor, impelido a reorganizar los materiales escritos. Descubre, tardíamente, que hay ejercicios escritos que se alimentan de su propio desarrollo, y tienen una tendencia extraña al crecimiento y al aplazamiento. Por eso yo mismo, pude escribir en el texto del ‘Grado medio’: “Nunca cerraré estas anotaciones y apuntes. Siempre irán abriéndose nuevos temas. Por eso, aunque pare, nunca terminaré. O no terminaré nunca”. Como si la escritura fuera un espejo de la vida, a la stendhaliana, que no para sino ante la muerte; pero mientras tanto, cada día tiene posibilidades de ser presa de un relato, de un cuento o de una anotación. Y por ello, siempre estamos dispuestos a rectificarnos. Aunque siempre pueda surgir la pregunta, pero ¿hasta donde crecer? Y también, la otra cuestión ¿es legítimo ese trayecto que abandona sus previsiones y se da a otros movimientos impensados e imprevistos?

 

Si las razones del primer acomodo, que ya se explicaron, estuvieron regidas por las ‘necesidades editoriales’; algo análogo podría enunciarse del material sobrante. Un creciente número de entradas del ‘grado siguiente’ al primero, aconsejó tanto el nuevo fraccionamiento, como la ordenación de todas esas entradas. De tal suerte que los grados medio y superior, se organizaron de forma diversa al ‘Grado elemental’. Algo de eso ya se enunciaba en la presentación del ‘Grado medio’: “Las razones del aplazamiento de ‘lo español a lo mundial’ carecían, entonces y ahora, de fundamentos cognoscitivos y sólo verificaban un aplazamiento de ciertas magnitudes homogéneas. La misma homogeneidad que se atisba entre estas dos entregas. Que son lo mismo y que hablan de lo mismo, aunque no lo parezca.  Aunque ahora el ‘Grado medio’, igual que el próximo ‘Grado superior’ haya precisado de una ordenación de los materiales en nueve  secciones o apartado temáticos”.

Los nueve apartados temáticos del ‘Grado medio’ (desde los ‘Principios’ a las ‘Lecturas, escrituras, libros’), de igual forma que las catorce secciones del ‘Grado superior’ (desde ‘Colores, visiones, ventanas’ hasta el ‘Breviario’) componen parte de un todo continuo. Un todo continuo, cuya sistematización en esos veintitrés apartados, que no capítulos, no impide el reconocimiento de su unidad como un único fluido que ha llenado vasijas y recipientes diversos; pero no por ello –por esas diferencias de contenedores y envases- creamos en la diferencia de contenidos. De tal forma que la inclusión de algunas anotaciones, pudiera haberse operado de otra forma diferente a la que se presenta. Registros que, pese a contar con una definición capitular, pudieran dar cabida a ocupantes de parcelas próximas.

 

Lo cual hace ver cierta artificialidad de las divisorias y que estas operan y producen sentido desde la totalidad del conjunto. Y así los ‘Principios’ pudieran haberse ubicado en el cierre final del ‘Breviario’; igual que ciertas cuestiones ubicadas en el ámbito del ‘Amor, sueño y muerte’ podrían haber desfilado en las avenidas de ‘Cuerpos y sexos’. Incluso, haber incorporado como un epítome de este ‘espíritu-collage’, el ramoniano ‘Estampario’.

 

 

Por ello, y desde esa sistematización no sistemática, renuncio a producir reflexiones como las ya verificadas anteriormente con ‘Una explicación y media’ en el ‘Grado elemental’, y con ‘Otra explicación y media’ en el ‘Grado medio’. Porque ambos textos preliminares ya son una aclaración a este nuevo grupo de anotaciones; al ser, en cualquier caso, ambos textos ‘dos explicaciones y media’ que equivalen a tres argumentos completos y completados. Una explicación pues, por cada grado celebrado y ensayado.

Solo me queda añadir, como cierre de estas geografías improbables y de sus perplejidades probables, el no menos improbable referente ‘Mapa astronómico de la literatura española’. Mapa imaginario e imposible, dibujado y descrito desde la invención astroliteraria, en 1926, por el complejo y estrafalario Ernesto Giménez Caballero. Un mapa, que el mismo denominaba enfáticamente, como ‘Universo de la literatura española contemporánea’. Confundiendo GC la totalidad del Universo con la fragmentariedad de un Sub-sistema solar proto-republicano. Confundiendo en parte, el contenido que se describe con el enunciado que se falsea en su denominación. Un Universo solar o astral, que cuenta con planetas-escritores, nebulosas-académicas, círculos literarios y meteoritos de largo alcance. Todos ellos visibles, pero  de duración cierta, al contrario que acontece con los planetas y estrellas.

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William Shakespeare, magia en escena

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La primera vez que me acerqué a un texto de William Shakespeare fue para meterme de lleno en el personaje de Titania, la reina de las hadas. Era una adolescente, y el profesor de literatura nos presentó  Sueño de una noche de verano, la obra que pondríamos en escena en la función final de curso. Aquella comedia hilarante sobre el loco amor y los avatares de unos artesanos metidos a actores, encandiló al público tanto como a nosotros mismos, neófitos comediantes, y lo más sorprendente, con un texto que había sido escrito casi cuatro siglos antes.

La casualidad hizo que poco tiempo después tuviera la ocasión de ver la misma obra representada en un teatro local, de la mano de una de las compañías más importantes de nuestro país, UR Teatro Antzerkia, con Helena Pimienta como directora artística. El mundo feérico, el de los amantes y los burdos artesanos cobraban vida de nuevo ante mí, exhibidos ahora de manera profesional. Fui seducida otra vez por aquella magia en escena, por la poesía.

Escoger un aspecto de la obra del dramaturgo inglés es casi absurdo, ya que, como si de un ser vivo se tratara, el tema, la simbología, la estética, los personajes, convergen en un todo que lo hace indivisiblemente único. Sin embargo, la aparición de esa dimensión sobrenatural es uno de los aspectos estéticos en su obra que más han llamado mi atención siempre, quizás siendo fiel a aquella primera fascinación adolescente por el mundo mágico que presentaba, y que descubriría más adelante que se imbricaba en perfecta urdimbre en muchas de sus obras, aún explorando temas profundamente humanos como la ambición, la crueldad, la venganza, la duda…

 

John Everett Millais: 'Ofelia' (1851-2)

John Everett Millais: ‘Ofelia’ (1851-2)

 

La aparición de brujas, fantasmas, visiones o duendes son recurrentes en la obra del Bardo y, curiosamente, funcionales por completo a la acción de los personajes más terrenales; unas veces, esos elementos impulsan la trama, constituyendo momentos clave o turning points, y desencadenan la tragedia, como en Macbeth, o la explican, como en Sueño de una noche de verano, o incluso la sostienen en su totalidad, como en  La tempestad. En la mayoría de las ocasiones, permiten poner en escena recursos técnicos con efectos dramáticos para atractivo del espectador, ya que la esfera de lo maravilloso presenta una variada propuesta al desarrollo de la imaginación creativa- por otra parte, fuente rica e inagotable de puestas en escena que enriquecen al texto en un proceso de retroalimentación-.

La inclusión de lo fantástico en el drama no es exclusivo de este autor (cfr. Doctor Fausto de Christopher Marlowe), con ello no está haciendo más que seguir la moda del teatro de la época – heredero de Séneca y Plauto, trágico en su versión histórica más que mítica, mixtura de diversas tramas, grandemente influenciado por la commedia dell´arte italiana, entre otras características-, aunque sí lo aprovecha como ningún otro autor, otorgándole una naturalidad dentro del texto que lo hacen especial e inimitable.

El reino de lo fantástico-maravilloso en la literatura inglesa está profundamente arraigado desde sus primeros tiempos, hundiendo sus raíces en una épica de potentes  imágenes y símbolos que aúnan la mitología celta y la germánico-escandinava, donde aparecen grandes guerreros que luchan contra criaturas monstruosas, o brujas perversas que tientan al héroe para distraerlo de su cometido, o apariciones fantasmagóricas en lugares tenebrosos que lo advierten de peligros inminentes o lo conducen directamente a ellos, véase en Beowulf, La batalla de Maldon...

 

Cuadro de Johann Heinrich Füssli inspirado en una obra de Shakespeare: 'Falstaff descubierto en la cesta de la ropa' (1792)

Cuadro de Johann Heinrich Füssli inspirado en una obra de Shakespeare: ‘Falstaff descubierto en la cesta de la ropa’ (1792)

 

Es verdad que la atracción por lo sobrenatural no es algo particular de una sola cultura, más aún, es un sentimiento inherente al ser humano desde el comienzo de la humanidad.  Siempre ha existido la fantasía como recurso esencial en el hombre ante la necesidad de creer en un mundo oculto que subyace más allá de la realidad tangible. La mente necesita del elemento mágico para explicar hechos incomprensibles bajo la mirada racional, y la magia, lo maravilloso, es la respuesta ante las circunstancias que el hombre no puede o no sabe explicar (de hecho, el pensamiento fantástico-mágico no hace más que continuar la tradición del mito, prolongado posteriormente con la religión, que a su vez aprovecha lo oculto-incomprensible para manipular y someter a los sensibles a lo irracional). La literatura universal desde sus primeras manifestaciones, está al servicio de esta necesidad de lo maravilloso:  el Poema de Gilgamesh en Asiria, la épica griega y romana, aunque después pierde su fuerza hasta que en la Europa postcarolingia aparecen los primeros poemas épicos y las sagas germánicas y nórdicas, base para los posteriores libros de caballerías y leyendas artúricas, resucitando el género para desvanecerse de nuevo con el racionalismo, aunque se retomaría en corrientes posteriores constituyendo nuevos géneros – terror, ciencia-ficción, fantástico…-.

Hasta la llegada del racionalismo hay momentos en la historia cuya cruda realidad nutre esa ficción mágica, y no hay que olvidar la época que le tocó vivir a Shakespeare alimentaba sin duda esa presencia de lo mágico. La Inglaterra de los siglos XVI y XVII es especialmente violenta, ignorante y fanáticamente religiosa; el pueblo llano, profundamente inculto y sufridor de índices de mortandad muy elevados por diversas causas –guerras, epidemias…- padecía toda clase de abusos por parte de las autoridades políticas y religiosas, lo cual era caldo de cultivo perfecto para la superstición  derivada del miedo devenido de esa opresión. Una mala cosecha, un incendio natural o el nacimiento de un hijo con una deficiencia física, podían ser pretextos para justificar la existencia del Demonio encarnado en la piel de las brujas, que de entidades primitivas pasaron a ser personajes familiares sobre todo en el medio rural y que no siempre practicaban la magia negra. También la comunidad se beneficiaba de ellas, de su sabiduría aprendida del control sobre los recursos medicinales que otorgaba la naturaleza. Es el tiempo de la Contrarreforma y la Inquisición, la que esgrimiendo el Malleus Malificarum en su caza de brujas, azota salvajemente toda Europa, haciendo que el pueblo sienta una inclinación especial por lo sobrenatural, en todas sus dimensiones, acercándose a un Dios invisible, huyendo del Demonio manifiesto en casi todas las cosas, muchas a conveniencia de la propia Iglesia. (En Enrique VI Juana de Arco está presentada como una bruja que tiene contacto con espíritus demoníacos). Por tanto, la conclusión es que lo que al espectador de nuestros días pueda resultar exótico y hasta infantil por fantástico, podía ser considerado natural y hasta habitual.

 

Litografía de Eugène Delacroix: 'Macbeth consultando a las brujas' (1825)

Litografía de Eugène Delacroix: ‘Macbeth consultando a las brujas’ (1825)

 

Es en Sueño de una noche de verano (1594) donde explora Shakespeare por primera vez de manera profunda las posibilidades del mundo mágico como parte esencial de la trama. Aunque es una de sus obras tempranas y no alcanza la magnitud de sus grandes comedias - Mucho ruido y pocas nueces, Como gustéis, Medida por medida…- contiene ya algunas expresiones líricas del mejor Shakespeare cómico, que profundiza en el amor y las excentricidades que despierta en el comportamiento humano. Y a pesar de ello, esta comedia de cruces de parejas, de travesuras nocturnas, que habla de los poderes y tentaciones de la noche a la luz de la luna, fue capaz de inspirar a Mendelsohnn en el siglo XIX para su poema sinfónico homónimo,  con su célebre Marcha Nupcial, a Rudyard Kipling en su libro infantil Puck de la colina de Pook, a Bergman en 1955 para su Sonrisas de una noche de verano y a Woody Allen en 1982 para su Comedia sexual de una noche de verano, entre otros.

La obra se desarrolla en el bosque, reino de las hadas, cuyos soberanos, Titania y Oberón, disputan a causa de un pequeño paje que ambos codician. Para quitárselo, Oberón planea hechizar a Titania con el jugo de unas flores que provocan el enamoramiento súbito del primer ser que vea al despertar. Para esa misión se vale de Puck, espíritu del bosque, ser aéreo, travieso, al servicio de Oberón, como lo estará su versión posterior, Ariel, al servicio de Próspero en La tempestad. Con lo que no cuenta Oberón es que esa misma noche en el bosque se dan cita dos parejas de enamorados y un grupo de artesanos que ensayan una pequeña obra de teatro para regalo de la boda de Hipólita y Teseo, duque de Atenas. El bosque es un ámbito cargado de significado mítico, espacio consagrado a las divinidades, laberinto donde el ser humano se extravía, donde suceden cosas extrañas (utilizado de la misma manera en otras comedias como en Como gustéis). El argumento es casi ridículo y confuso, pero su significado real está en la lógica metafísica de las imágenes, y, lo más importante, se plantea aquí la difícil distinción entre sueño y vigilia, fantasía y realidad convirtiendo la obra en una extraña mezcla de amor, magia, fantasía, ironía y violencia sexual contenida, transformada en alegría final.

 

'Pity' (1795), de William Blake. Cuadro basado en 'Macbeth'.

‘Pity’ (1795), de William Blake. Cuadro basado en ‘Macbeth’.

 

Sin embargo, es en Macbeth (1605) donde Shakespeare aborda el tema de la magia negra, incitadora del mal, sin suavizar la violencia como lo hizo en Sueño de una noche de verano, sino exacerbándola. Como en el caso de Hamlet, en Macbeth el elemento fantástico aparece al principio de la obra: las tres brujas son los primeros personajes en aparecer -primer acto, escena primera-, y en la tercera escena se produce el encuentro de ellas con Macbeth, a quien le manifiestan sus profecías. Son ellas quienes impulsan toda la acción, y desatan toda la tragedia. Otro tanto puede decirse de la función de lady Macbeth. Ella opera como una bruja más, o por lo menos, evoca la acción de las tres hermanas: está decidida a eliminar los obstáculos que se le presentan al aún inocente Macbeth, invoca a los espíritus para que la acompañen en sus pensamientos asesinos, la llenen de crueldad e impidan todo acceso a la piedad. Las brujas constituyen el elemento estético más fuerte en la tragedia Macbeth por sus posibilidades escénicas de caracterización, por la eficacia de sus hechizos y predicciones, por las reacciones que despiertan, por la fuerza de la tragedia que desencadenan.

La tempestad (1611) es una de las últimas obras del dramaturgo también. Definida como una tragicomedia romántica de relaciones familiares y reconciliación, la magia alcanza aquí su esplendor expositivo como en ninguna otra. Próspero, duque de Milán, personaje principal es un mago que vive en una isla en compañía de su hija Miranda, ambos dedicados al estudio de la magia hasta que una nave, conducida por sus enemigos llega a la isla. Muchos señalan que el protagonista está inspirado en la figura de John Dee, uno de los personajes más polémicos e influyentes de su tiempo. Filósofo, matemático, astrónomo, ocultista, consultor de la reina Isabel I hasta caer en desgracia, al igual que Próspero, Dee había sido erradicado de sus espacios de poder y había tenido acceso al conocimiento de la magia, y como él también, poseedor de una de las bibliotecas más importantes de Inglaterra.

 

Lienzo de Ford Madox Brown: 'Rey Lear' (1848-9)

Lienzo de Ford Madox Brown: ‘Rey Lear’ (1848-9)

 

Próspero utiliza la magia blanca para generar una realidad diferente con la ayuda del mágico Ariel, espíritu del aire- como lo es Puck en Sueño-. Como espíritu del aire, su máximo deseo es su libertad- ya el mago lo había liberado del pino al que la bruja Sicorax lo tuvo prendido durante doce años, por negarse a ayudarla, ahora resta liberarlo del servicio a su amo-. En la isla habita también el monstruo Calibán, ser de la tierra y el agua, conocedor de los secretos de la isla, puro cuerpo, puro instinto, el más sexual de la galería de personajes salida de la pluma del Bardo.

Estas tres obras son máximos ejemplos del mundo mágico de William Shakespeare, pero es un submundo recurrente en tantas otras, como Julio César, plagada de augurios y presagios, o Ricardo III, donde la noche antes de la batalla final se presenta ante la carpa de Ricardo una larga sucesión de los espectros de quienes fueron víctimas de su crueldad, quienes antes de la batalla le auguran desesperación y muerte, y éxito a Richmond, o Hamlet, donde el fantasma del rey asesinado se aparece al príncipe clamando venganza.

Esta es mi breve reflexión hoy sobre la percepción de un aspecto curioso de la obra de Shakespeare, consciente de no profundizar en lo más importante de su obra, polisémica y ubérrima, a sabiendas de que lo que de verdad le hizo inmortal fueron aquellas reflexiones sobre las miserias del hombre y las glorias de su existencia, a fin de cuentas, la palabra, por encima de todas las cosas.

 

 


Steve Vai, el rock del siglo veintiséis…

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Steve Vai, 2014

 

En un texto anterior que escribí sobre las malhabladas canciones de Frank Zappa, prometí hablar aquí algún día de su discípulo aventajado, Steve Vai. Para quien no lo conozca, el bueno de Vai (que es su apellido real) es un tipo alto, muchos dirían que guapo, que jamás renuncia a vestirse del modo más vistoso posible y que toca la guitarra eléctrica como un auténtico virtuoso. En realidad es más que eso, porque también es multinstrumentista, compositor y productor, pero lo que le ha aportado fama y proyección internacional son sin duda las virguerías guitarrísticas de su propia cosecha tocadas a velocidad vertiginosa. Cosas como la siguiente, en las que la horterada total -ese ventilador delante de la guedejas al aire…- se confunde con el prodigio de los dedos -que Vai además tiene extraordinariamente largos…- en un alarde de algo que no se sabe bien cómo calificar:

 

 

Yo conocí a Vai por el mejor de sus álbumes, Passion and Warfare, de 1990, y luego conseguí y escuché los demás, algunos francamente mediocres en la composición aunque tan “sobrados” en los fuegos de artificio de la interpretación como los primeros. Pero Passion… es una maravilla incuestionable de principio a fin, y él lo sabía, puesto que se orló de cualidades divinas en la portada. Como Steve fue discípulo también de Joe Satriani, la hibridación de la temática sideral y “moebiusana” de éste con la imaginería anarquista de Zappa dio lugar a una inspiración bizarra, para la que no hay fronteras y todo es objeto de una posible musicalización. Satriani tampoco es manco, y el año anterior al Passion… de Vai había sacado un disco formidable que empezaba de este modo:

 

 

Yo, por desgracia, no entiendo nada de lenguaje musical ni de efectos de sonido o chismes multimedia, sólo sé lo que oigo. Y no había oído nada como eso antes, porque Steve Vai y Joe Satriani sólo poco a poco fueron introduciendo voz en sus composiciones, ya que ambos son cantantes poco dotados, y la mayoría de su producción es puramente instrumental. Eso es una ventaja para nosotros, no un handicap, puesto que fantasear sobre cualquier rayada que se les venga a la cabeza se hace mucho mejor, creo, si no tienes que encorsetarte a una determinada letra. De esa manera exploran con la melodía, con el sonido, con la atmósfera y hasta con el plano de la realidad en que van a jugar a la música, con el resultado de que muchos temas pretender sonar, y me parece que lo logran, a otros mundos. Pongamos, por ejemplo, que a Vai le da por pensar a qué sonaría una pesadilla erótica, cañera en el planteamiento y el desenlace pero que guarde un tempo medio en su entraña para una especie de viaje interdimensional; la pieza está, también, en Passion and Warfare:

 

 

En cualquier caso, de los dos, Vai es con diferencia el más exhibicionista, y así lo demostró en una de sus más famosas actuaciones, cuando acababa de sacar Passion… y estaba en plena forma, la de las llamadas Guitar Legends de la Expo de Sevilla de 1991, donde dejó a todos (a Brian May el primero, pero el elenco de aquellas cincos días fue impresionante), con la boca abierta:

 

 

Puede que sea solamente una variante más del rock´n´roll, pero del siglo veintiséis…

Las reinas

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Imagen de Clarice Lispector.

 

Hace un par de veranos me fui a la casa del pueblo para redactar el trabajo de investigación de fin de máster – digamos, para acortar, la tesina-. Rodeada por libros de teoría literaria y oscuros estudios sobre la brasileña Clarice Lispector (y, más discreta, la saga Canción de Hielo y Fuego en el e-book) me sumergí en una novela posmoderna, fluida, un remake tropical de la mística judía. Día sí, día no me levantaba a las 8 de la mañana para hacer media hora de ejercicio; aparte de eso, sólo leía y escribía. La pasión según G. H. es una novela hermosa y retorcida. Tuve que hablar sobre la unión entre la vida y la muerte, sobre la ley moral y el cuerpo, sobre lo abyecto y lo divino. Así durante un mes. Ya con el trabajo casi terminado y las fiestas locales a punto de empezar, empaqué los libros en una maleta, me puse el vestido más vistoso que tenía y allá que fui a la coronación de las reinas de la feria, el plan más interesante de esa noche.

 

Imagen de Cristina García Rodero. Del libro España oculta, Ed. Lunwerg S.L., Barcelona, 1989, 1998

Imagen de Cristina García Rodero. Del libro España oculta, Ed. Lunwerg S.L., Barcelona, 1989, 1998

 

Creo que saben a qué me refiero. Tres chicas, tres adolescentes, son escogidas como reinas según un criterio mixto de lozanía y procedencia social. Son peinadas y maquilladas, ataviadas con galas relucientes, calzadas con tacones tan delicados como han de serlo ellas. Los tacones son importantes: el corto trayecto entre la carretera donde les deja el coche y el escenario han de hacerlo agarradas del brazo de su padre. O de su novio, o de su hermano. Se apoyan en ellos para caminar más erguidas, porque de otra manera andarían haciendo equilibrios en el pavimento irregular de las afueras del pueblo. Tal vez haya que aclarar que es todo voluntario: antes de ser nombradas ellas han tenido que declararse interesadas y haber contactado con la concejalía de Festejos. Su familia corre con gastos de aperitivos e invitaciones semioficiales. En el escenario, una vez subidas solemne y cautelosamente las escaleras, las jóvenes pasan a estar acompañadas y custodiadas por el alcalde, los concejales y las reinas del año anterior. Se efectúa el traspaso de poderes y la gente aplaude. Se celebra el enlace entre el pueblo y las doncellas: un año más, nos casamos con la juventud, la femineidad y la belleza.

 

Fotografía: Silvia Grav

 

La fertilidad, al fin y al cabo. Es un ritual que no puede disimular sus hechuras patriarcales. La mujer joven es un objeto sagrado que intercambian los varones ante la admiración de la sociedad entera. Cada chica era presentada con su nombre, su centro de estudios, sus aficiones, a un auditorio entero lleno de caras conocidas para ellas. Los quince minutos de gloria de Warhol gracias a un cuerpo y un sexo que pasan de las manos de un padre a las de un alcalde. Se han escrito ríos de tinta sobre la subordinación femenina, y aun así, una chica de quince años, un chico de quince años, sólo aspira al reconocimiento social. ¿Quién habría sido yo si no me hubieran admirado por saber cosas, quién hubiera sido yo si en lugar de huesos robustos y carnes asentadas hubiera desarrollado la esbeltez de una señorita? ¿Dónde habría estado yo si Annie Hall  no hubiera sido mi ideal de elegancia? ¿Quién puede no preferir el escenario al patio de butacas, quién puede despreciar que sus propios vecinos le aplaudan la juventud, la belleza, la femineidad?

 

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Fotograma de ‘Annie Hall’.

 

Mientras el activismo capitalino goza ante el advenimiento de la disolución de los géneros, las chicas del pueblo siguen poniéndose coronas envenenadas. No se escandalicen, no las compadezcan. Antes que la igualdad de derechos cualquier ser humano desea ser reconocido y aceptado por sus semejantes siendo quien es: respetemos entonces la voluntad de poder de las reinas de las fiestas, ceñida por la estrecha estructura del modelo femenino. Hay otras maneras de gobernar, otras tierras en las que reinar; más allá del hombre como responsable y vigilante de la mujer, más allá de la mujer joven como objeto de conservación y salvación, hay otras formas de amar. Esto lo sé yo, que he leído a Clarice Lispector. No, en realidad no: esto lo sé porque lo necesito para que se me acepte y se me reconozca como quiero ser. Demasiado difícil es transformar las cosas como para que el cambio se presente como una renuncia. Un camino solitario hacia la tierra prometida de la justicia y la perfección – superioridad – moral: política para iniciados. Y lo que aprendí aquel verano fue que nadie aguanta más de un mes de retiro espiritual.

 

Confluencias… (Axl Rose-ACDC ⚡ Podemos-IU)

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Brian Johnson y Axl Rose

 

A día de hoy, dos grandes confluencias son noticia en España. La una, la de Podemos e Izquierda Unida (y otros partidos…), se encuentra ahora mismo en estado de pre-acuerdo, y pendiente de consulta inminente a la militancia. La otra, la de Axl Rose, vocalista de Guns´n´Roses, con los miembros restantes de AC/DC descontado Brian Johnson, de baja por problemas de oído, pues casi lo mismo. Ambas posibilidades de fusión por motivos pragmáticos pero valientes son más bien pro- quecontra- natura, tal como yo lo veo, que soy adhesivo (como decía aquel personaje de Marsé) veterano de las dos, y ambas tienen también a nuestro público autóctono excitado al tiempo que dividido. Porque el interrogante urgente, casi angustioso, es idéntico para la fórmula política que para la musical, y suena a algo así como… ¿Funcionarán bien juntos estos tipos a largo plazo, formarán un matrimonio sólido y bien avenido, con amplia y sana descendencia, o sólo dibujan una especie de unión poliamorosa de esas que se llevan ahora?

 

Alberto Garzón y Pablo Iglesias

 

En cuanto al rock, hace unos días que muchos de los fans españoles de la superbanda australiana pidieron el reembolso de sus entradas para el concierto de Sevilla, pero los que acudieron vencidos por la curiosidad y el estrafalario cartel (el cojo temporal sustituyendo al sordo eventual…) no parecen haber quedado del todo descontentos. Y es que hay que reconocer que la pinta de Axl en silla de ruedas moviendo el brazo para seguir el compás es todo un espectáculo: parece enteramente como si le sorprendiésemos haciendo karaoke de los AC/DC en el sillón de su casa con la jarra de cerveza en la mano. Angus, sin embargo, que calza 7 u 8 años más que él, moviéndose imparable por el escenario como si fuese el propio Axl cuando era joven y sumamente irritante también habrá sido digno de verse. Yo, si estuviera en el lugar de Brian Johnson, chupando tristemente banquillo y forzando el oído para comparar, me preocuparía un poco…

 

 

Dicen que Axl, por primera vez en su vida, ha ensayado antes de tocar. Estoy seguro de que Pablo Iglesias y Alberto Garzón también lo han hecho, extensa y concienzudamente. Y parece que Axl no está llegando tarde a los conciertos ni armando tangana, estrenándose también en esto. Espero que lo mismo podamos decir de la coalición de izquierdas de aquí hasta junio. Todo, en general, pues, ofrece una sensación de rejuvenecimiento que encuentro muy alentadora, como si la propia idea de la confluencia descargase a ambas partes de la responsabilidad de ser sañudamente ellos mismos y les permitiese reinventarse un tanto en el seno de una nueva y bíblica alianza. Podemos sólo tiene dos años de antigüedad, de acuerdo, pero AC/DC cuenta ya con cuarenta de éxito ininterrumpido entre un auditorio de todas las edades masivamente incondicional. Esto que está pasando es como la irrupción de un Axl/DC transgénico y un Unidos sí se puede mutante, algo que promete alimentarnos en cantidad durante más tiempo pero que no sabemos con seguridad si será nocivo. A mi las dos sinergias juntas y por separado me apetecen, y creo que a los millones de seguidores de ambas formaciones refundidas les va a acabar gustando, pese a los malos presagios iniciales. Muchos de los temas de Guns´n´Roses no eran inferiores a los mejores de AC/DC, e igualmente Izquierda Unida en muchos aspectos tiene poco que envidiar a Podemos. En fin, que unos y otros vuelven, cojos, sordos, con mala prensa o poco votados, pero ya que vuelven, me parece que vuelven de negro…

 

 

Regrese de negro
me deshice del saco
he tardado demasiado, me alegra haber regresado
(apuesto que sabias que estoy….)
sí, conseguí liberarme
del lazo
que me había tenido prisionero
he estado mirando al cielo
porque me mantiene elevado
olvídate del coche fúnebre por que nunca moriré
tengo nueve vidas
y ojos de gato
abuso de todas ellas y corro salvajemente

coro:
por que regrese,
si, regrese
pues bien, regrese,
si, regrese
pues bien, regrese, regrese
(pues bien), regrese de negro
si, regrese de negro

Regrese en la parte de atrás
de un cadillac
el mejor con una sola bala, soy un paquete de poder
si, estoy en una riña
con la pandilla
tienen que atraparme si me quieren colgar

por que he vuelto al camino

y evito las criticas

nadie volverá a censurarme

así que mírame ahora

tan solo juego mis cartas

no intentes tentar tu suerte

tan solo apártate de mi camino

 

 

Recordando a un tal Josef Keller

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Josef Keller

 

A Fernando,  por las conversaciones de aquellas noches

 

Creo que fue F el que me mencionó a Josef Keller, aunque no lo recuerdo muy bien. Aquellas madrugadas de guardia eran muy largas y a veces el tiempo se suspendía entre el cansancio y una extraña exaltación que llevaba a hablar de muchas cosas que luego era fácil olvidar. Nos contábamos historias irreales que sin embargo habíamos contemplado muy de cerca, desde un burladero que siempre sabíamos muy frágil, pero que por el momento teníamos la sensación de que nos mantenía a salvo. Descubríamos libros que habíamos leído alguna vez y que hacían emerger recuerdos que llevaban a una noria en medio de un mar de olivos o a un bar de los portales tristes dónde iban nuestros abuelos que quizá nunca se hubieron conocido. A veces, con una voz lenta, recitaba los poemas que había escrito muchos años después, como si fuera antes, cuando ya decía que había dejado de ser poeta y se dedicaba a cultivar pistachos y aceitunas.

¿Conoces a Keller?“, creo que me dijo, ya muy tarde, casi al despedirnos una de esas noches de invierno donde llueve a mares y no apetece acostarse. Y entonces mencionó una dirección que apunté por algún lado, mientras me hablaba de “chelos” y música estereofónica de principios de siglo, del destino de los músicos bohemios que murieron de soledad y absenta y sin embargo supieron resucitar tan rápido en la fascinación de otros jóvenes románticos que se atrevían, de nuevo, a seguir ese camino aunque pudiera parecer que ya no tiene salida en este mundo.

 

 

Lo había olvidado y de pronto apareció “josefkeller.com” en un papel arrugado, casi desteñido, en el bolsillo trasero de un pantalón. Lo busque en el IPad y apareció su foto. Entonces todavía era suficiente joven para ser optimista, se lo veía seguro de sí mismo quizá cuando acababa de llegar a París y se sentía rodeado de amigos pobres, brillantes y divertidos que se sentían capaces de cambiar el mundo, cuando es probable que lo amaran bellas mujeres subyugadas por su música y por su fuerza.

Josef Keller (Viena, 27 de Octubre de 1854 – Salzburgo, 24 de Febrero de 1902) fue un compositor, pianista y guitarrista austriaco precursor de la música etereofónica. A pesar de haber influido en el minimalismo e impresionismo francés, sus aportaciones cayeron en el olvido. De formación irregular, denostado por la academia y admirado por otros compositores de su época, llevó una vida frenética, desordenada y turbulenta viajando por toda Europa. Hacia finales de la década de los setenta, se estableció durante unos años en París, donde rápidamente entabló amistad con importantes personalidades de la época como Monet, Sisley o Mallarmé.

 

 

Sus últimos años de vida transcurrieron en el olvido, y la mayoría de sus obras se perdieron. Se cree que gran parte de estas fueron destruidas por el propio Keller tras los frecuentes ataques de pánico que padeció durante sus últimos años de vida. Fue encontrado muerto en el invierno de 1902 al cabo de varios días en su habitación, rodeado de numerosas botellas vacías de absenta. Fue enterrado en una fosa común en Salzburgo. El certificado de defunción señala que murió por cirrosis.”

Reconozco que fui primero a sus diarios. Me interesaba saber cómo era al principio, cómo fue evolucionando el latido de sus emociones y de sus sueños. Observé cómo se iba deslizando hacia la melancolía cuando el reconocimiento se le iba escapando, y cada vez Paris era más oscuro a pesar todas sus luces y todos los amigos. Imaginé aquellas madrugadas de absenta y angustia, la música que sin embargo seguía brotando de su instrumento como ajena a todo eso, incluso enriquecida por todo eso incluso con el eco de una alegría que ya sabía que se escapaba para siempre.

 

 

¿Alguien podría explicarme por qué la mayoría de mis amigos pintores franceses son coloristas y les gusta tanto pintar paisajes? Se han empeñado en pintar una luz que no existe”.

” La vida en la ciudad moderna —inmensa ante la mirada del individuo, ajetreada y ruidosa— se presenta confusa y abrumadora porque no sabemos lo que en realidad nos pertenece”.

“La pasada noche fue una de las más frías desde que llegué a París. Los cafés y las pequeñas tiendas de la rue Caulaincourt y de la de Lepic resaltan como si de una postal se tratasen. El sol, sin fuerza, aumenta el blanco de la nieve mientras el cielo se torna gris plomizo y opresor. Hacia la una de la tarde ya no hay casi luz y da la sensación de que el día ha sucumbido ante la noche”.

 

 

Recordé entonces la noche en que F me habló de Keller y de que podría contarlo en la revista. Me comentó que, a pesar de todo, había músicos que querían ser músicos y que se alimentaban de otro absenta que los llevaba a componer músicas y a hacer conciertos donde conectaban con el pasado aunque supieran navegar por las nubes del presente e inventar historias que podrían alentar y llenar de alegría o de sosiego la tarde de un sábado de Mayo.

 

A los 300 años de la muerte de Leibniz

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Leibniz

“En el ámbito del espíritu, busca la claridad; en el mundo material, busca la utilidad”

G.W. Leibniz

 

De todos los genios de alcance universal de la historia europea seguramente G.W. Leibniz sea el más olvidado. Es, desde luego, conocido vagamente por los matemáticos, los físicos, los filósofos y los juristas, pero no por el público en general. Leonardo Da Vinci, por ejemplo, que es muy anterior, es considerablemente más célebre, y yo suelo pensar en ambos juntos porque los encuentro en cierto sentido complementarios. Quiero decir: Leonardo, el italiano de la Europa cálida, destacó en casi todas las artes, mientras que Leibniz, el alemán de la Europa fría, sobresalió en casi todas las ciencias, de manera que si fundiésemos a las dos figuras en un solo molde obtendríamos algo así como al prototipo cultural perfecto, el supermacho espiritual omnidisciplinar. Digo “supermacho” porque también existen otras disciplinas de las cuales ni Leonardo ni Leibniz sabían nada, aquellas, por ejemplo, que han practicado las mujeres para sustento de las familias y las sociedades y que serían más bien consideradas por ellos meras “técnicas”, puesto que raras veces suelen dar lugar a innovaciones teóricas. Sin embargo, Leonardo y Leibniz fueron ingenieros improvisados y ocasionales, lo cual también puede considerarse razonablemente “técnica”, pero una técnica superior, por supuesto, a las practicadas por las mujeres, conforme al criterio de sus respectivas épocas que iban poco a poco dejando atrás la división antiguo-medieval entre saberes serviles y liberales pero no la división, todavía más vieja, entre las “cosas de las mujeres” y las “cosas de los hombres”.

 

 

Curiosamente, y pese a ello, es muy posible que tanto Leonardo como Leibniz coincidieran también en su condición homosexual. De Leonardo lo sabemos seguro, pero con Leibniz andamos entre conjeturas. Un hombre que rechazó estupendas ofertas de casamiento por parte de señoronas de la nobleza (con lo que a él le gustaba la posición social, que deja tiempo libre para investigar)… que establece relaciones muy estrechas con sus asistentes (consta que se peleó con uno de ellos con profusión de furia y llanto en una posada)… en fin, eso ya no importa demasiado hoy más que para una historia actual de la reivindicación gay (el supermacho espiritual omnidisciplinar sería entonces, desde mi punto de vista, en efecto, de orientación sexual gay). Aunque sí es curioso en un punto particular y casi cómico, y es que el gran rival científico en vida de Leibniz, aquel personaje descomunal por el cual precisamente Leibniz ha quedado eclipsado para el recuerdo cultural de las gentes, el gran Isaac Newton, es muy posible que también fuera homosexual. La atrevida e irreverente hipótesis es mía, y me baso en la biografía que escribió de Newton Richard S. Westfall. Allí se cuenta, como siempre se subraya, que Newton era un tipo huraño, que jamás tuvo la menor intención de casarse, y que en treinta años en Cambridge no hizo una sola amistad profunda y duradera. Pero luego Westfall aporta un dato inapreciable del que no saca consecuencias caracterológicas, tal vez porque no quiere o tal vez porque respeta la intimidad de Newton con el mismo celo que el propio interesado puso en ocultarla. Cuenta, en efecto, que al poco de publicar su obra magna, los Principia Mathemática Philosophía Naturalis, con los que pondría el mundo de la ciencia patas arriba, Newton se hundió en una fuerte y larga depresión a causa de la ruptura de relaciones con un colaborador muy íntimo, un tal Fato. Ese Fato no tenía un especial don para la ciencia, más bien todo lo contrario, pero era un gran admirador de Newton y una vez separado del genio las cosas le fueron realmente de mal en peor. El hecho de que Newton se tomará tan mal aquella desavenencia, justo en medio, por así decirlo, de la gloria de la recepción de su revolucionaria teoría de la gravedad (y mucha otras teorías derivadas), hace pensar que hubo mucho más que desconocemos y que desconoceremos siempre en aquella relación tan especial….

 

Newton

 

En cualquier caso, Newton siguió siendo el hombre desagradable y a veces cruel en el trato que fue siempre y que podría explicarse a partir de su soledad congénita, la soledad de alguien cuyo carácter introvertido se desarrolló sin ser suavizado por el cariño de nadie. Con Leibniz tuvo una famosa querella, la lucha por la prioridad sobre la invención del cálculo infinitesimal, que duro décadas y en la que ambos sacaron su peor cara. Si hay que creer a Westfall, los dos tuvieron la culpa del malentendido y ambos intencionadamente buscaron confundir los rastros de la historia en su propio beneficio, aunque parece que Newton fue quien tuvo la intuición original. Leibniz, quien bien pudiera haber hallado lo mismo pero más tarde, salió totalmente desgastado de aquello, y las secuelas de esa riña narcisista entre gigantes permanecen hasta hoy. Pero, en realidad, a Leibniz se le podía humanamente atribuir ese descubrimiento y cualquier otro, porque el campo de acción de su pensamiento era enormemente más amplio que el de Newton, sin que la cantidad menoscabase nunca la calidad o la extensión la profundidad. Hace poco se publicó junto con el periódico El País un monográfico breve acerca de la vida y los logros de Leibniz a cargo de Concha Roldán que resulta excelente para dar cuenta de toda esta barbaridad de obra, que va desde el interés por los fósiles más rudimentarios hasta un replanteamiento general de la función civilizatoria del conocimiento, pasando por los intentos prácticos de unificar Europa a través de la religión. Leibniz escribía muchísimo, incluso en las diligencias o carruajes camino de algún lugar, y estamos muy lejos todavía de conocerlo todo. Cualquier día alguien abre un volumen en una biblioteca centroeuropea, por ejemplo, y cae un legajo inédito con unas apresuradas anotaciones manuscritas de Leibniz acerca de cualquier tema metafísico, científico, jurídico o histórico. Y reflejadas en cualquiera de los idiomas que leía y escribía, por cierto, porque Leibniz se enseñaba a sí mismo lenguas a base, según él mismo cuenta, de leer y releer un mismo libro con un diccionario a su lado: afirmaba que, de esta manera, y sin salir prácticamente de casa, todos podrían aprender fácilmente cuántos idiomas deseasen…

 

Voltaire

 

El otro personaje histórico, también grande a su manera, que contribuyó a borrar a Leibniz del reconocimiento popular fue Voltaire, no por casualidad el propagandista de Newton en Francia en detrimento de la Física de su compatriota Descartes. Cuando Voltaire escribió su famoso cuento largo Cándido, estaba pensando en la Teodicea de Leibniz, prácticamente lo único que se conocía de él tras su fallecimiento. La burla resultaba sangrante: se trataba de hacer escarnio del optimismo que abanderaba Leibniz, en la presuposición de que sólo un necio beatorro creería que este valle de lágrimas en que habitamos pudiera constituir de algún modo “el mejor de los mundos posibles”. Sin embargo, no es eso lo que decía Leibniz, como es natural. Lo que decía, sintéticamente -y aquí uso mis palabras en vez de las suyas- es que “optimismo” no es un substantivo que corresponda a la actitud de los ingenuos que son ciegos a los males del mundo y del propio hombre, que es como lo entendía un tanto cínicamente Voltaire. “Optimismo”, más bien, es el substantivo que reifica una acción, no una actitud, concretamente la acción constructiva de “optimizar”. El hombre podrá o no podrá ser un mal bicho, el mundo podrá o no podrá ser benigno, maligno o indiferente, todo eso es materia de una discusión interminable cuyas opuestas posiciones jamás podrán ser demostradas y que no conduce a ninguna parte verdaderamente útil y sana. Lo que, en cambio, sí puede hacerse es actuar conforme al “principio de lo óptimo”, o sea, guiar nuestras acciones hacia lo mejor, sencillamente porque lo contrario sería absurdo, nihilista y catastrófico. Voltaire, que no era capaz de tener demasiada fe en el futuro de la Humanidad (a diferencia, por cierto, de la mayoría de sus compañeros ilustrados), creía que un tal acción sería inútil y abocaría no más que a la fatiga y el desengaño, y por eso recomendaba únicamente a los hombres sensatos el cultivo de su propio jardín. En la trasera de nuestra propia casa, y rodeados de amigos cómplices, mal podemos equivocarnos. Pero Leibniz pensaba en términos globales, y su visión era la de un mundo gradualmente feliz guiado por la razón. “Optimizar”, por tanto, para Leibniz, no es el acto pasivo de una esperanza ilusa que aguarda la mejora automática de todo por el mero paso del tiempo, sino que es el programa de acción implícito, el motor racional secreto, de la actividad del hombre sobre el Mundo en todos los órdenes.

Leibniz, Newton, Voltaire, y tantos otros… Bajo aquellos pelucones empolvados tan ridículos se escondían cabezas poderosas. No podemos permitirnos obviar una de ellas en su tricentenario.

 

 

 

Más en:

Cecil Beaton

Miguel de Quadra-Salcedo, a la conquista del siglo XXI

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Don Miguel de la Quadra-Salcedo y Gayarre fue español. Nacido en 1932 en una de las dos Españas en el seno de una familia de apellidos vascos, don Miguel reunía todas las credenciales para ser conquistador: la acción, la religión y la naturaleza. Podría haber sido un personaje de Pío Baroja, y en cierto modo lo fue; a diferencia de Zalacaín, supo que no había que esperar a la muerte para alcanzar la gloria, y comenzó a llevarse a su aventura una cámara de fotos.

Deportista, reportero, aventurero. Si algo tienen en común sus múltiples vidas es ese ejercicio del cuerpo persiguiendo un non plus ultra cada vez más esquivo en esta aldea global. Los jesuitas, con los que estudió y se casó, le proveyeron de una disciplina paramilitar en una época en que las misiones habían perdido su aura heroica. Miguel demostró una gran capacidad atlética y muchas ganas de ver mundo, y así fue campeón de lanzamiento de disco, peso y martillo. Con una marca de 112,30 m logró el récord del mundo en lanzamiento de jabalina al “estilo vasco”, técnica finalmente prohibida por la Federación Internacional de Atletismo ya fuera por miedo a la superioridad vascuence o en atención a la seguridad de los espectadores. Eran los años 50 y quedaba poco para que llegara el televisor a las casas españolas. Muchos, muchos años después, don Miguel querría practicar el tiro en una iglesia de Roncesvalles, pero su físico ya había cambiado de vida y la audiencia era una caterva de adolescentes muy ocupados en hacer amigos o echar una cabezada. La aventura cansa.

 

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En su segundo avatar, Miguel de la Quadra-Salcedo fue corresponsal de guerra y aventurero, dos relatos que se mezclaban en el vídeo biográfico que nos ponían en la Ruta Quetzal. Miguel aparecía, ya con su característico bigote, en lugares recónditos y arriesgando la vida, ya fuera entre militares congoleños o anacondas amazónicas. Miles de kilómetros bajo sus botas de montaña, el triunfo ante la naturaleza bella y adversa, iconos humanos y animales incorporados a la monumental imaginería de Miguel de la Quadra-Salcedo. España entera viajaba en el porte gallardo de un nuevo Elcano y redescubría un continente, América, que había sido su tesoro y su perdición. El intrépido enroló a su mujer e hijos y cuando volvió a la península Ibérica estaba infectado de malaria y había atravesado varias enfermedades tropicales. Fue una señal providencial que en 1992 fuera a cumplirse el quinto centenario de la llegada de Colón a América y, según reza la leyenda, el rey don Juan Carlos y él tuvieran la idea feliz de un programa de estudios para jóvenes que estrechara los lazos entre nuestro reino y sus repúblicas.

 

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Gracias a esta circunstancia tuve la oportunidad, hace ahora una década, de visitar El Pardo con una camiseta limpia, estrechar la mano de Sus Majestades y maravillarme ante un cuarto de baño que tenía teléfono. Miguel de la Quadra-Salcedo había pasado ya de héroe a patriarca, de joven temerario a maestro, y de vez en cuando aparecía en alguna de las excursiones de la Ruta Quetzal. A veces se rumoreaba que iba a venir y, si era uno de los escasos tiempos sin programa en los que podíamos ir a un bar a tomar algo, él invitaba. Recuerdo comer un plato enorme de fruta con miel en un local turístico en Tikal, en Guatemala, pero esa vez no le vi. Le vi, eso sí, en sus intervenciones públicas. Miguel, o MQS como le llamaban algunos ruteros, tenía facilidad de palabra y podía improvisar un discurso de cualquier duración, prefiriendo hablar de personajes históricos que, intuyo, consideraba afines. Se entusiasmó, por ejemplo, cuando un compañero mío le mencionó a Fray Tomás de Berlanga y el cocodrilo que cuelga en la colegiata de Berlanga de Duero, Soria, como recuerdo de sus expediciones. Yo, como mi compañero, había visto el esqueleto de ese cocodrilo desde los veranos de mi infancia, y doy fe de que ha aguantado demasiado bien el viaje desde las Galápagos y el paso de los siglos. Pero reconozco que le concede épica a un pueblo de Castilla.

 

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Y la épica es muy importante en la Ruta Quetzal BBVA. Desde la despertada matutina hasta el menor detalle sobre un trayecto en autobús, todo estaba envuelto en el aura de irrepetible, lo grandioso, la noticia. Los profesores eran todos expertos; las ruinas, espectaculares; el viaje, apasionante. Tanta desmesura casaba mal con la responsabilidad civil sobre chavales menores de edad. Lo cierto es que era un campamento de grandes dimensiones, que exigía un esfuerzo organizativo colosal y en el que cualquier trámite se prolongaba durante horas. Coordinadores y monitores se reparten hercúleamente esta tarea infinita mientras los expedicionarios esperábamos: a que abrieran un museo, a que nos dejaran subir al autobús, a que nos dijeran dónde montar la tienda de campaña, a que nos llevaran a la cola de la comida, a que nos indicaran cuándo terminar de posar para una foto de promoción o a que repitieran una toma para la tele, a que un cargo institucional pronunciara otro discurso sobre la juventud mientras las cámaras inmortalizaban el momento. Mientras tanto, el futuro de España y América estaba pasándose notitas, y eso constituía la verdadera aventura.

 

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Estoy segura de que en ese sentido no ha cambiado. La Ruta Quetzal se dirige ahora a chicos y chicas en sus primeros cursos de universidad, mayores de dieciocho años. Con la crisis se redujo el número de plazas y la duración del programa. Pero los jóvenes curiosos que deciden investigar un tema y presentar un trabajo siguen teniendo la suerte de encontrarse unos con otros. Fuimos, somos, gente afortunada. Pasé ese mes y medio con un grupo de otras diecisiete chicas, cuidadas todas por la atenta, responsable y cálida Paula. Para facilitar seguridad y organización en la Ruta todo se hace en grupo, por lo que la convivencia es intensa. Mis compañeras fueron un puñado de mujeres buenas, como tantas otras personas que allí conocí. La Ruta es, a fin de cuentas, una manera de contactar con gente muy distinta y muy parecida, de probar la distancia del salto cultural, de acabar, aunque sea por casualidad, conociéndose un poco mejor a uno mismo. Cuando por primera vez en semanas nos dieron un rato libre en el monasterio de El Paular, cogí lo único que tenía para leer (el número de aquel mes de la Rolling Stone) y busqué una sombra tan cerca del campamento como para no alarmar con mi ausencia y tan lejos como para que nadie se sintiera invitado a hacerme compañía. Como sospechaba, nunca he sido un hombre de acción.

 

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De Miguel de la Quadra-Salcedo vi un otoño dulce y ensimismado. Rodeado, sostenido por familiares y amigos, los ojos claros de don Miguel vacilaban tratando de localizar la aventura. Milagrosamente todas sus fotografías, también las últimas, muestran la misma perfecta mirada de arrojo; como todos los grandes hombres, era coqueto. Dicen que ha muerto con un rosario y una estampa de san Ignacio de Loyola entre las manos; yo me lo imagino además con un pantalón beige planchado, una americana, quizá un pañuelo de seda en la solapa, velado por la familia global que quiso fundar. Porque, mucho antes de que un gringo judío inventara Facebook en Harvard, la Compañía de Jesús lo sabía todo sobre internalización y redes, y Miguel de la Quadra-Salcedo no necesitó descubrir Internet para contar su inacabable viaje iniciático, actualizado, año tras año, en la Ruta Quetzal. Que le sea grata la memoria nacional.

 

*Imágenes tomadas de www.rtve.es


“Vive como quieras”

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“Tiempos modernos” Charles Chaplin

 

Hubo una vez un consejo médico que se consideraba la llave para una buena salud y que ahora parece una utopía que se ha evaporado para siempre: ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio (o de vida privada donde desarrollar los propios intereses) y ocho horas de sueño. Así de sencillo y de claro, transparente, el esqueleto luminoso de un ideal democrático que podría ser posible, que lo ha sido y lo es en algunos entornos.

Hace no muchos años (quizá ya muchos, porque el tiempo pasa muy deprisa) se hablaba de lo que podía propiciar la tecnología: la posibilidad de dedicar más tiempo al ocio porque la jornada de trabajo pudiera acortarse; de que los trabajos más trabajosos o aburridos pudieran ser hechos por máquinas; de que el trabajo pudiera estar más repartido; de que el ocio pudiera ser más rico y más gozoso para la mayoría de la gente porque una buena educación hubiera dado la posibilidad de poder disfrutarlo de forma significativa.

 

“El apartamento” Billy Wilder

 

Pero ha pasado algo quizá ya antes de la crisis económica pero que ha empeorado definitivamente desde que apareció. No solo la tragedia del paro en todas las edades y de que hayan desaparecido casi todas las vías méritocraticas para intentar encontrar un empleo. Sino lo que ha ocurrido en los que lo tienen, incluso en los que tienen trabajos supuestamente buenos que incluso les gustan o tienen algo que ver con sus cualidades. Lo más que se puede pedir en la vida en este aspecto.

Se suponía que la universidad hubiera tenido que evolucionar hacia reformas que supusieran la generalización de la mejor tradición universitaria europea, la de la especialización a la altura de los tiempos pero también la de los saberes interdisciplinares y la tercera cultura, la de las oportunidades para vivir y experimentar, para desarrollar una mentalidad crítica y creativa. Algo que también precisa energía y tiempo libre.

 

Vive como quieras

 

Sin embargo veo cada día estudiantes que han vuelto a la peor versión de la enseñanza media. Universitarios anegados de apuntes (fotocopias de diapositivas en la nueva versión), controlados incluso por la presión del grupo competitivo que forman en su clase a la que no pueden faltar, con todo el tiempo ocupado por trabajos, prácticas y exámenes muy frecuentes. Estudiantes sin tiempo para leer libros de ningún tipo, incluso de la especialidad que estudian, porque están cansados y tienen la sensación  de que no les sirve para nada cuando, por otra parte, es lo que más precisarían para salir de ahí.

Observo a jóvenes profesionales que una vez que comienzan a trabajar lo hacen por jornadas interminables, todo el tiempo bajo presión, de una forma que ni siquiera compensaría por mucho dinero pero que encima realizan por tan  poco que ni siquiera los hace independientes. Contemplo como se pierden derechos que costó mucho conseguir y que suponían una garantía para todos. Por ejemplo en muchos hospitales, en algunos servicios, los MIR no descansan al día siguiente de una guardia agotadora por los recortes de personal y el aumento de la demanda (un derecho para proteger también a los pacientes de un médico cansado y proclive a cometer errores) por miedo quizá a ser relegados a alguna forma de ostracismo por quien, al parecer, puede hacerlo.

 

Salón comedor del Christ Church College de Oxford

 

A veces pienso cómo debe ser la vida, no tan ideal, de esos políticos que salen por la tele o de sus cargos intermedios, la de los altos y bajos ejecutivos, la de los médicos reconocidos que veo por ahí en los congresos y que, muy a menudo, llevan vidas muy alejadas de las que recomiendan en sus conferencias. Vidas llenas de trabajo, de tensión, de un viaje a ninguna parte que siempre exige más esfuerzo, “dar el máximo de sí mismos en cada momento” como dicen esos “coach” que ahora manipulan las mejores intenciones liberadoras de la psicología moderna.

Y no sólo el trabajo, sino a veces también el ocio, lleno de actividades compulsivas que solo terminan siendo fotos que se olvidan un archivo  y no hay tiempo de volver a ver, ni de recordar con nostalgia. Porque un exceso de actividad tan sostenido nubla la percepción, enturbia la emoción y la fragiliza, invade de una ansiedad, de una irritabilidad latente que fragiliza el tiempo y lo hace pasar muy rápido, sin dejar huella en nosotros, hasta que tenemos que parar porque pasa algo, una tragedia en el peor de los casos.

 

Lytton Strachey,Virgina Woolf, John Maynard Keynes

 

Sin embargo en este mismo sistema hay gente que ha conseguido no trabajar así, empresas más amables que otras, servicios del mismo hospital que saben trabajar de otra manera con buenos resultados. Hay una lógica del sistema social o económico pero caben muchas modulaciones, cosas que podemos hacer las personas en nuestros círculos de influencia. Hay memes que podríamos poner a circular, que hicieran que gente de muy variada condición y estatus se negara a hacer ciertas cosas, que pusiera por delante sus vidas, lo que todavía pueden vivir en esta relativamente corta vida, como decía Albert Ellis.

De vez en cuando hay que ver “Vive como quieras” dejarse llevar por esa ingenuidad tan lúcida de Capra que a veces es tan necesaria para dar la consistencia a ese impulso que necesitamos para parar;  para decidir de qué forma queremos deslizarnos por la vida; para dilucidar cuales son nuestras auténticas prioridades y vislumbrar la forma más amable de encontrar un lugar bajo el sol en este jodido mundo.

 

 

 

Schindler y la Casa  Schindler-Chase, 1921  

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El caso de Rudolf Michael Schindler, expresa a la perfección los altos valores del mestizaje cultural, frente al principio de cierto idealismo fundamentalista y funcionalista. El mismo Schindler lo expresa en su texto de 1934 ‘El Espacio en la Arquitectura’, cuando fija que “La obra que generalmente se llama moderna, es en lo principal una mezcla arquitectónica de varios movimientos de arte en Europa, como el futurismo, el cubismo, etc.“. Y, ese mestizaje fértil, expresa a la perfección el crisol originario que llegó a ser ‘la Viena fin de siglo’, en palabras del trabajo de Carl E. Schorske. Viena, lugar central donde alternan diversas corrientes y momentos emblemáticos de la política y de la cultura con nombres señeros: Schnitzler y Hofmannstahl, Kokoshka y Schoenberg, Klimt, Freud y el psicoanálisis, la construcción de la Ringstrasse y el nacimiento del moderno urbanismo.

 

 

Más tarde, el contexto socio-político propició la aparición de la Sezession. Movimiento protagonizado por arquitectos y pintores como Otto Wagner, Joseph Maria Olbrich, Joseph HoffmanGustav Klimt. Movimiento que operando dentro del Jugendstil, recibió el espaldarazo del Estado, según Schorske; un apoyo derivado de la compleja composición multiétnica del imperio austro-húngaro, enfrentado a un creciente conflicto de rivalidades lingüísticas e identitarias. Por lo que  el Estado Imperial, vería con buenos ojos a  la Sezession, cuyo cosmopolitismo ambicionaba una síntesis cultural frente a las divisiones citadas. Entre los artistas y escritores de la nueva hornada que seguiría al Wiener Werkstätte y a la Sezession, se encontraban escritores como Schnitzler y Hofmannstahl, pintores como Klimt y Kokoshka, músicos como Arnold Schoenberg y arquitectos como Adolf Loos.

 

 

Nacido en Viena en 1887, en pleno declive del Imperio Austrohúngaro y en plena expansión del Jugendstil y de su variante la Sezession. Esos principios estilísticos de cierto ‘fin de siglo’ centraran su formación en  la Imperial and Royal High School desde 1899 hasta 1906. Posteriormente, se inscribió en la Wagnersschule de la Universidad Politécnica de Viena, graduándose en arquitectura en 1911. Constatando que su principal influencia sería el profesor Carl König, a pesar de la presencia de otros grandes maestros en las aulas, como Otto Wagner y Adolf Loos, y sobre todo, y desde  1911, el influjo que le condicionaría sería la obra de Frank Lloyd Wright. Por ello y desde la afirmación de David Gebhard de que “Durante los primeros años del siglo las tres ciudades claves de la vanguardia arquitectónica eran Glasgow, Viena y Chicago. El grupo de Glasgow, especialmente Charles Renmie Mackintosh, produjo la chispa que provocó en Viena el importante capítulo del Movimiento de la Secesión. Viena, a su  vez, cumplió un papel similar respeto a Chicago y la evolución de la ‘Praire School’. Y en reciprocidad, la famosa carpeta de trabajos de Wasmuth, de Frank Lloyd Wright, de 1919 y 1911, colocó al Movimiento Moderno en su dirección definitiva“. Por lo que resulta creíble que el mismo Schindler reconozca la importancia de Wagner, Loos y Wright, como maestros tutelares. Aunque luego, según Esther McCoy, se otra la valoración que hiciera. “Cuando Schindler nombró los tres fundadores de la arquitectura moderna, fueron Wagner, Mackintosh y  Sullivan“.

 

 

De esos años de preguerra, 1912 y 1913, data su  conocimiento de Richard Neutra. Quien acabaría componiendo con Schindler una suerte de Cástor y Pólux, al tener una trayectoria paralela; ambos llegarían a Los Ángeles a través de Chicago, ambos serían reconocidos como los primeros modernos que crearon un nuevo estilo adaptado al clima de California, y en ocasiones ambos trabajaron para los mismos clientes. Incluso en 1925, junto a Carol Arnovici organizan el Grupo Arquitectónico para la Industria y el Comercio (AGIC), que duraría hasta 1930 y con el que concurrieron al concurso de 1926 del Palacio para la Sociedad de Naciones.

 


En 1914 se trasladaría a Chicago para trabajar en la firma Ottenheimer, Stern, and Reichert (OSR); cuando se dispone a regresar a Viena, acabada la Gran Guerra en 1918, con la idea de integrarse en el estudio de Loos, opta por permanecer en Estados Unidos, donde comienza cuatro años de trabajo con Lloyd Wright en el estudio de Oak Park y en Taliesin. Wright aprecia en Schindler, tanto su enorme talento para el dibujo, como sus conocimientos técnicos de ingeniería. Y esa vertiente del dibujo soberbio, es uno de los aspectos más llamativos de la personalidad de Schindler. Calidad de los dibujos que supera a la propia tradición vienesa, como puede apreciarse en la diversidad de  registros que se ubican en la tradición del Jugendstil, bebe en los orientalismos visibles en cierta tradición de Mitteleuropa y llega a las intuiciones del arte Japonés desplegadas, tempranamente, por Frank Lloyd Wright.

 

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Estableciéndose, ya independientemente, en 1921 en Los Ángeles. Donde decide instalarse y construir su propia casa entre 1921 y 1922. Dando salida a un trabajo orientado, fundamentalmente y de forma muy sistemática, a la construcción de viviendas unifamiliares, que definirán toda la senda de las muy celebradas ‘Study house’ de los años cuarenta y  cincuenta de los Estados Unidos. Que componen junto al esplendor de las películas en tecnicolor, la mejor representación del ‘American way of life’. Si los austriacos y otros centroeuropeos, estuvieron involucrados en el desarrollo y universalización de la industria del cine mudo; otros austriacos, como Schindler y como Neutra, se involucraron en la configuración residencial de ese “mundo exótico y casi irreal” que participaba tanto del naciente cinematógrafo, como de los paisajes sorprendentes del Sur de California, y que acabarían conformando el ‘American dream‘ del mundo doméstico una vez resuelta o aparcada la Guerra Fría y el macartismo.

 

 

Una plasmación tipológica, por tanto, de ‘la Casa del Sueño Americano’, pese a que sus inicios formales coincidieran con la Gran Depresión, forzando a una búsqueda de soluciones estandarizadas de bajo impacto económico, como fuera el caso de Schindler  y de la Casa Schindler-Chase. En esa ideación, señalada por Hans Hollein, se amalgaman la inventiva estructural y constructiva, la experimentación con nuevos materiales (Schindler fue de los primeros arquitectos en utilizar el plástico y patentó el conocido entramado Schindler frame) y  sobre todo la “obsesión fanática por el espacio“. Una obsesión fanática por la espacialidad, que deriva tanto del universo de Adolf Loos, y de su concepto ‘Raum-plan’, como de otras influencias visibles, como fuera la de los neoplasticistas holandeses de ‘Der Stijl’. Espacialidad pronunciada y que lleva a Schindler a contraponer enfáticamente, al ‘arquitecto espacial’ frente al ‘arquitecto convencional’.

 

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Por ello, de la casa Schindler-Chase, así llamada por estar destinada a dos familias: los Chase y  los mismos Schindler, “reunió una serie de experiencias californianas, desde las tecnologías de las planchas de hormigón armado ligero, hasta la experiencia visual de la arquitectura tradicional de adobe y la tradición española de California, del patio interior y de la vida interior/exterior“. Incluso se ha señalado su carácter innovador y que “serviría de modelo experimental para lo que hoy es aceptado comúnmente como casa-con patio de California“. La casa no es únicamente un modelo de arquitectura, sino que también fue concebida como un hogar capaz de acoger un modelo de vida comunal a pequeña escala. En efecto, en la Schindler-Chase House, el matrimonio compartió residencia, en un primer momento, con Clyde Chace y su esposa y, más tarde, con el matrimonio Richard y Dione Neutra. La posibilidad de convertir la casa en un espacio compartido estaba directamente relacionada con el compromiso político de Pauline Gibling, esposa de Schindler, con los idearios comunista (ya que participó en la fundación del Partido Comunista Americano de Chicago en 1919) y, de resultas de esa coyuntura inicial, la casa se adaptó fácilmente a una partición equitativa cuando el matrimonio se separó en 1922.

Ambos murieron en esa casa insignia de Kings Road, en 1953 Schindler y en 1977 Gibling, cerrando el bucle de cierto liberalismo en las formas culturales y en las modas sociales, de una sociedad puritana y  rigorista, como fuera la sociedad americana de los años cuarenta y cincuenta. Ambos, Schindler y Gibling, marcaron el trayecto de las ideas que Europa fue aportando a los Estados Unidos en campos diversos: desde el Cine a la Sociología, desde la Pintura a la Arquitectura.

 

 

El Abominable Hombre de la Nieves

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Por puro deber profesional y también un poco por curiosidad, he acudido esta mañana a la charla programada en mi instituto de un poeta español de bastante renombre. De no ser porque es enteramente trivial, diría que ha sido una experiencia penosa. Resulta que la poesía está en peligro de extinción, como siempre lo ha estado, y en consecuencia a lo que se dedica ahora es a lamerse las heridas y clamar por su lugar en la cosa pública al lado de la prosaica televisión o del lodazal de las redes sociales. Como aval para dicha reivindicación, el poeta nos recuerda que tenemos sentimientos, que no somos sólo números, etc., ese tipo de latiguillos tan bobos y manidos, y sin apenas mayores adornos o conceptos lo escribe tal cual en sus versos. Llamadme borde o sabihondo, pero lo encuentro tópico, anticuado, cursi y sin elaborar, con todo el respeto por la persona del poeta al margen de su creación y de su peculiar manera de cautivar al auditorio adolescente. Y me recuerda al calificativo, casi una categoría, de mi amigo Pelayo Martín, cuando se refiere a los “meapilas”. Un meapilas es, para él, esa clase de sujeto que piensa que todo se puede solucionar con algo de buena voluntad y bonitas palabras, que la paz y la concordia están realmente al alcance de la mano, pero que anónimas fuerzas siniestras que carecen de corazón lo impiden una y otra vez, obstinada e inexplicablemente, haciendo posible al mismo tiempo que el meapilas de turno se gane la vida tratando tímidamente de abochornarlas. Morirán, pues, de puro sonrojo: toda la sangre les afluirá a la cara y sucumbirán con toda seguridad. Hegel, en la Fenomenología del Espíritu, acuño su propia noción del meapilas, llamándola -compréndase: eran tiempos más solemnes- el “alma bella”. El alma bella es aquella, para Hegel, que se pierde “en su hacerse objeto carente de esencia” y, de manera autocomplaciente, “arde consumiéndose en sí misma”. El alma bella cultiva el “templo de su interioridad”, añade Hegel, no se mancha las manos con la suciedad de lo real, y se manifiesta solamente mediante palabras, extraviándose en inconsistencias…

 

Gorila

 

Pero no quería hablar aquí de Hegel, que está muerto y más le vale estarlo, sino de mi amigo Pelayo, ya nombrado, que en realidad no existe, pero que, caso de existir, habría que desinventarlo. Tiene algo de alma bella, también, como tú y como yo, aunque lo lleva con mayor empaque que nuestro colega el poeta de éxito. De hecho, comparado con el poeta podría tenérsele por una abominación, y como su mujer se llama Nieves, a lo que nos enfrentamos es nada menos que al Abominable Hombre de la Nieves que, como todo el mundo sabe, no existe. De tamaño descomunal, inhumano (su foto en las redes es la estampa de un gorila con cara seriedad o de malas pulgas…), contempla lo meramente humano con tierna compasión alternada con la ira tonante. Cuando hay que cabrearse, se cabrea jupiterinamente, y entonces suelta los rayos de su ironía de dos en dos y no queda títere con cabeza -si es que se puede seguir mencionando en España a los títeres… Cree en la justicia social, como nuestro poeta, pero no cree que ésta se produzca sola, como a invitación de la bondadosa palabra de la sabiduría, sino que hay que exigirla a voces, desde el sentido común convertido en trueno. Yo soy más partidario de la moderación, de las maneras suaves, por pura civilidad y por puro miedo, pero Pelayo pretende instaurar un Ministerio de la Venganza para él solito, no para realmente guillotinar a los tiranos -bueno, creo que no…-, pero sí para que quede claro que la condena que merecen es absoluta. El Absoluto jamás se alcanza, como sabía Hegel, y quién pretende anclarse en él es como un buque de guerra que intentará anclarse a una nube: de esa quimera, de esa demencia, únicamente devienen individuos fanáticos o infelices… Hegel tipificaba, si no lo interpreté mal, con la figura ideal de la “conciencia desgraciada” a aquellos que nunca estarán contentos con la inevitable finitud y provisionalidad de los tiempos que viven, porque piensan que la totalidad de la Verdad, de la Justicia y hasta de la Belleza deberían realizarse ya, ahora mismo, y como eso no sucede, e incluso puede que sea mejor que no suceda, se sienten profundamente desdichados y como estafados por la vida y por la Historia.

 

Pelayo

 

Pelayo es en eso como aquel Savonarola que en la Florencia del Renacimiento denunciaba que la Iglesia católica predicaba cruces de madera pero se engolfaba entre cálices de oro, o al revés, cálices de madera y cruces de oro, no recuerdo bien. La diferencia está en que Savonarola se subía a un estrado en la plaza mayor de la ciudad, y Pelayo se deshila en facebook y en un blog (“La Idea”); Savonarola era severo y rígido, y Pelayo es ingenioso y sutil; Savonarola terminó mal porque se hizo grandes enemigos entre los viciosos, y Pelayo pasará desapercibido porque ya no somos amigos de los virtuosos. Y la virtud se ve en la necesidad a menudo de hablar mal, incluso de ser a veces grosera, cuando el vicio usurpa el lenguaje de la virtud y se hace pasar constantemente por el Bien. Ese es el modo como la virtud se camufla en reacción casi instintiva al camuflaje mediático del vicio, y a mí me parece correcto, o al menos me parece que no queda otra. Por eso el ingenuo decir del poeta no va a ninguna parte, por bienintencionado y comprometido que se quiera a sí mismo, porque se diluye en un mar de discursos melifluos que difuminan la realidad y nos la entregan falsamente dulcificada. Los decires de Pelayo, fragmentarios y oportunistas ellos, tampoco van a ninguna parte, para qué nos vamos a engañar, pero por lo menos se destacan como ruido de disparos verbales de entre la confusión reinante y van a la yugular del problema o de la mentira que nos cuelan, que es donde corresponde dirigirse si se va a opinar algo. Es una suerte, después de todo, que mi amigo Pelayo no exista, porque, de existir, habría que aceptar que los demás nos andamos con paños calientes y medias tintas, mientras que él, que afortunadamente es una abominación, una especie de yeti o de bigfoot solitario en la selva inhóspita de las redes que podemos fácilmente rodear por los caminos sabidos, nos encara con lo que hay independientemente de los pactos, subterfugios y componendas a los que nos hemos acostumbrado.

 

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Es verdad que muchas veces es un pelmazo integral, y que en pocas ocasiones da su brazo a torcer, pero lo hace con gracia. A mi Pelayo me hace gracia no sólo por sus chistes-bomba, o por su complejo de insomne centinela de Occidente con las siestas que luego se pega a media tarde, o por sus aires de amo de los puntos suspensivos, sino porque es autodidacta, y a menudo mete unas patas de órdago. Lo de ser autodidacta tiene sus ventajas: no sientes la necesidad de estar a la altura de unos maestros que terminan por aplastarte. Pero a cambio sientes la propensión a creerte cosas de poco fiar basado únicamente en tu intuición. Por ejemplo, Pelayo vive en una inmensa fe en las imágenes. Dale una foto elocuente y no preguntará demasiado de dónde ha salido: la usará sin contemplaciones. Luego tiene una actitud ambivalente hacia su prójimo. Por un lado entiende que detrás de cada calamidad hay nombres y apellidos de canallas a los que hay que desenmascarar en su verdadero aspecto de pobres diablos con ansias de poder (“nuestros sociopatas electos”, que los apoda él), pero por otro lado defiende con su vida si fuera necesario -Pelayo es físicamente valiente, y no sólo moralmente, me parece- a la gente corriente damnificada que también son pobres diablos a su modo. A éstos les pide que se defiendan a sí mismos, y les tacha de indiferentes en caso contrario. O sea: les quiere como son y a la vez les echa la reprimenda por dejarse avasallar. Sueña, además, un mundo virginal en que los seres humanos sean rudos y honestos, y en el cual los actuales poderosos les sirvan de bufones. Sin embargo, sabe de sobra que los bufones se salen con la suya, ganan siempre la partida porque definen el tablero, y que la causa que abandera no triunfará jamás, aunque empeñarse en ello en vano es el motivo moral, incluso deportivo, de su existencia. Son las contradicciones, muy españolas por cierto, de mezclar el pensamiento con el sentimiento y viceversa sin una ideología bien clara y estructurada, pero… ¿es que acaso alguno de nosotros lo hacemos mejor?; servidor no, y por eso me dedico a rumiar otras cosas más banales….

Este Pelayo de marras (de A-marras, que es su personaje de ficción favorito al margen de él mismo…) tiene escritas cuatro novelas de las cuales creo que se han publicado dos, y yo particularmente he leído otras dos de las que sólo una coincide con las publicadas. La relación de estos desahogos narrativos con la poesía actual de la que hablaba antes es tenue en el sentido de que siempre están construidas sobre situaciones extremas, como si Pelayo pensase que ha vuelto a los tiempos de André Malraux y hay por alguna razón que retomar la cuestión de la “condición humana” y demás milongas bélicas. Yo las recomiendo, pese a que aquella literatura me parecía menos filosófica de lo que ella creía. Y las recomiendo también porque, si no, es capaz de abandonar su producción inédita en el cajón, por aquello -que comparto un poco a la fuerza, a falta de otras ambiciones…- que se presiente en él de que parece preferir los espacios pequeños, pero abiertos, a los grandes pero manifiestamente cerrados. No importa, realmente. Escritor o no escritor, es un tipo perfectamente hiperbólico al que todos debiéramos conocer aunque sólo sea para soportarle mejor en compañía, y por todo lo dicho, y muchas cosas más que me dejo olvidadas por malsana pereza, os encomiendo a su abominable trato en las redes sin perder ni un minuto más. No obstante, os advierto también contra su uso y disfrute: menos mal que finalmente no existe, pero incluso no existiendo, su frecuentación puede alejar irremediablemente de la cursilería poética hacia terrenos por explorar más crudos, más, ¿cómo diría?, arduos…

Cassius clay vs. Mohamed Ali: dos formas de luchar por una vida

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Parece que estoy viendo ahora mismo las páginas del diario “Pueblo” y aquel reportaje sobre Cassius Clay, no sé exactamente en qué año, imagino que después de la primera pelea con Frazier aunque lo que más recuerdo sea una foto en gran formato del combate con Sonny Liston y el relato de cómo lo venció después de provocarlo en público muchas veces,  con pasmosa facilidad, a pesar de que Liston era entonces el campeón mundial, el favorito de las apuestas y un tipo realmente peligroso con el que muchos no querían boxear.

 

 

En aquella época el boxeo no estaba mal visto y por la tele ponían a menudo combates de Pepe Legrá o Pedro Carrasco y después de Urtain ese boxeador que hubiera podido ser protagonista de “Marcado por el odio” aquella película de Bogart que desvelaba lo oscuro del negocio, la cara oculta de los perdedores que eran juguetes rotos en manos de mafias sin escrúpulos que se aprovechaban de ellos hasta el borde de la tragedia. Una historia que parecía repetirse una y otra vez: un chico de la calle quizá incluso huérfano, marcado por el odio desde su infancia y con muchos motivos para rebelarse,  quizá con algún paso por la cárcel que lo termina de endurecer y que en algún momento descubre el boxeo como un camino de abrirse paso a golpes, para escalar socialmente y ganar fama y dinero, antes de caer de nuevo en la ruina por no saber digerir el éxito o por la traición del entorno. “Toro salvaje” de Scorsese, lo que parece estar escrito en las estrellas la mayoría de las veces. El boxeo como metáfora de la lucha por la supervivencia en la jungla social, algo siempre difícil y a veces sangriento, lo que a veces las propias sociedades no quieren ver.

 

Muhammad Ali vs Sonny Liston, 1965 Foto Neil Leifer

 

Cassius Clay se ajustaba a ese relato pero le aportó luces propias quizá porque tenía cualidades excepcionales y porque le tocó vivir en una época de grandes cambios sociales de los que se convirtió en un símbolo. Leo esa anécdota de que todo comenzó porque con doce años otros chicos le robaron una bicicleta y un policía le recomendó que aprendiera a pelear para que eso no le volviera a ocurrir. Parece que le hizo caso y seis años después ya lo había ganado todo en el boxeo amateur. A partir de ahí depuró un estilo (ser un peso pesado que se moviera como un peso medio, como su admirado Sugar Ray Robinson) y supo utilizar a los nuevos medios de comunicación para publicitar la fuerza de un ego desbordante que lo llevaba a atreverse a desafiar a cualquiera, incluso a un campeón mundial carcelario y mafioso como Sonny Liston, al que venció  con insólita facilidad en dos ocasiones.  “Soy joven, soy guapo, soy rápido, soy elegante y probablemente no pueda ser golpeado. He cortado árboles, he luchado contra un cocodrilo, me he peleado contra una ballena, he encerrado rayos y truenos en prisión, incluso la semana pasada asesiné a una roca”, decía en aquella época.

 

Con Malcon X

 

Eran tiempos de desafíos y ese ego solo precisaba conciencia política para decidirse a llevar la contraria del todo. Se fascinó con Malcon X y se hizo musulmán, se cambió el nombre, no quiso ir a la guerra del Vietnan cuando al fin lo llamaron (antes no lo habían hecho porque al parecer no daba un CI suficiente para ser soldado). Le quitaron todo l oque más quería pero resistió. Se sintió un héroe y comenzó a sufrir como los héroes, encontrando enemigos a su altura a los que ya no podía vencer moviendo mucho las piernas, ni jugado con la palabras. Las peleas con Frazier, un negro que veía las cosas de otra manera pero que era al menos tan duro, tan heroico como él. La pelea en Kinsasa contra Foreman, en el corazón de las tinieblas, rodeado del nuevo poder negro que también ya había generado dictadores y gánsteres y muchas contradicciones. Esa pelea que narró Norman Mailer en “El combate”, ese escritor que creía entenderlo tan bien, que lo siguió tan de cerca y que también le dedico otro de los grandes reportajes del nuevo periodismo, “En la cima del mundo” que en la edición española tiene un magnífico prólogo de Andrés Barba que explica el ambiente ideológico de aquella época.

 

Ali Birthday Boxing

 

Y luego la caída. El precio de los golpes en el cerebro, la encefalopatía  cronica traumática, la enfermedad de Parkinson.  La fiera domada por el destino que de pronto es aceptada por todos, reconocida por todos, devorada por el sistema que quería combatir y del que, paradójicamente, quizá tanto formaba parte.  El bello y feroz Ali convertido en un muñeco inexpresivo y tembloroso encendiendo la antorcha olímpica, abrazando presidentes que hicieron otras guerras, icono de todo el mundo, aunque también del primer presidente negro que quizá no lo hubiera sido sin él y que, en aquellos primeros años sesenta, ni siquiera podía imaginarse.

 

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Cassius Clay, Mohhamad Ali, el tormentoso destino de los héroes en un tiempo que pasa tan deprisa y que sin embargo deja tantos rastros, tantas fotos, tantas sensaciones que no se sabe muy bien a que color de nostalgia llevan…

 

 

Año Internacional Aristóteles, II: la esencia de la Pólis

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La ciudad de la diosa atenea

 

Ver Año internacional de Aristóteles I: la crítica a Platón

 

“Si el hombre es infinitamente más sociable que las abejas y que todos los demás animales que viven en grey, es evidentemente, como he dicho muchas veces, porque la naturaleza no hace nada en vano. Pues bien, ella concede la palabra al hombre exclusivamente. Es verdad que la voz puede realmente expresar la alegría y el dolor, y así no les falta a los demás animales, porque su organización les permite sentir estas dos afecciones y comunicárselas entre sí; pero la palabra ha sido concedida para expresar el bien y el mal, y, por consiguiente, lo justo y lo injusto, y el hombre tiene esto de especial entre todos los animales: que sólo él percibe el bien y el mal, lo justo y lo injusto y todos los sentimientos del mismo orden cuya asociación constituye precisamente la familia y el Estado.

No puede ponerse en duda que el Estado está naturalmente sobre la familia y sobre cada individuo, porque el todo es necesariamente superior a la parte, puesto que una vez destruido el todo, ya no hay partes, no hay pies, no hay manos, a no ser que por una pura analogía de palabras se diga “una mano de piedra”, porque la mano separada del cuerpo no es ya una mano real. Las cosas se definen en general por los actos que realizan y pueden realizar, y tan pronto como cesa su aptitud anterior no puede decirse ya que sean las mismas; lo único que hay es que están comprendidas bajo un mismo nombre. Lo que prueba claramente la necesidad natural del Estado y su superioridad sobre el individuo es que, si no se admitiera, resultaría que puede el individuo entonces bastarse a sí mismo aislado así del todo como del resto de las partes; pero aquel que no puede vivir en sociedad y que en medio de su independencia no tiene necesidades, no puede ser nunca miembro del Estado; es un bruto o un dios.

La naturaleza arrastra, pues, instintivamente a todos los hombres a la asociación política. El primero que la instituyó hizo un inmenso servicio, porque el hombre, que cuando ha alcanzado toda la perfección posible es el primero de los animales, es el último cuando vive sin leyes y sin justicia. En efecto, nada hay más monstruoso que la injusticia armada. El hombre ha recibido de la naturaleza las armas de la sabiduría y de la virtud, que debe emplear sobre todo para combatir las malas pasiones. Sin la virtud es el ser más perverso y más feroz, porque sólo tiene los arrebatos brutales del amor y del hambre. La justicia es una necesidad social, porque el derecho es la regla de vida para la asociación política, y la decisión de lo justo es lo que constituye el derecho”.

 

 

Con estos magníficos párrafos, Aristóteles cierra el primer capítulo del libro primero de sus escritos políticos, obra en cuyo empeño pasó gran parte de su vida. El Filósofo señala aquí que toda reunión con vistas a la convivencia de dos o más hombres -es decir, una “comunidad”- se establece con las miras puestas a algún bien que supera la mera suma o agregado de los individuos que la componen. “Bien” ha de entenderse no platónicamente, sino como término que designa un provecho tangible sin menoscabo de que éste se articule en términos lingüísticos, como lo es la justicia. Y realidades tales como la justicia, en su dimensión exclusivamente humana, sólo hallan realización plenaria en la pólis, en tanto estructura comunitaria insuperable de integración de las capacidades del hombre libre. Menos que una ciudad-estado no da cabida a las variabilidades del lógos, por mucho bienestar material que pueda producir, y más que una ciudad-estado las excede hasta el punto de precisar de una limitación procedente del poder, por mucha grandeza que pueda suponer. La pólis es la finalidad de toda otra forma de comunidad previa, y, como tal, anterior en la esencia aunque posterior en el tiempo. Como esencia es el “extremo de toda suficiencia”, puesto que la “autarqueía” se interpreta en Aristóteles de manera distinta a como ha sido usual en Occidente desde el estoicismo: donde estos entendían “autosuficiencia” como la entera apropiación que la esencia hace de sí misma, sin permitir moralmente al mundo ninguna modificación accidental, Aristóteles entiende que autarqueía nombra el estado perfecto de algo que en parte está integrado en su entorno para así permitirse en parte desligarse de él. De forma análoga, el biós theoretikós no es una variante de la meditación trascendental oriunda del oriente -y que busca renunciar a todo salvo a la renuncia misma-, sino que permanece atado a los objetos de su estudio a fin de conquistar la independencia de los quehaceres cotidianos (si alguien quiere saber en qué pueda consistir en concreto la “vida contemplativa”, que piense en los años más felices y fructíferos de la vida de Aristóteles, que pasó investigando zoología…)

 

 

 

En este sentido, la pólis es la única forma comunitaria autárquica, y por ello la mejor, ya que cierra el paso a la necesidad de otras comunidades vecinas a la vez que gestiona sus asuntos de un modo abierto. Nuestras actuales ciudades y aún naciones, en cambio, dependen en absoluto del resto del mundo (como se percibe claramente hoy en trance de crisis, stasis en griego), lo que las obliga a coaligarse con otras en orden a mantener su más elemental supervivencia. De ahí que Aristóteles no se preocupe demasiado en fijar la forma política única por la que debe regirse toda pólis, como sí hizo Platón, siempre y cuando se preserve autárquica y dé expresión a su lógos interno. En general, unas veces se decanta por la monarquía y otras por la democracia oligárquica, eso se deja en manos de la consideración de la historia, la tradición y la oportunidad. Lo importante para él es que dejar bien sentado que la pólis es el ecosistema natural del hombre, dado que es el animal que tiene palabra, así como el pantano puede serlo del cocodrilo, dado que es el depredador acuático que precisa de aguas turbias, estancadas y poco profundas. No hay, así, discontinuidad alguna entre la naturaleza -physis- y la cultura -musiké-: la pólis es el medio natural donde se cría al ser humano en su perfección, pues sólo en ella tiene lugar la educación en el discernimiento. El hombre necesita ser criado (lo cual es un movimiento que nace de su propio interior, a lo que Aristóteles denomina -o se traduce por- “emulación”) en estas condiciones, a riesgo de convertirse en el más peligroso e infeliz de los bicharracos (las “teorías del pacto o contrato social” que todavía hoy triunfan son totalmente absurdas, por cierto, vistas así las cosas, y es que en sí lo son y saben que lo son). Si tales condiciones exigen la institución de la esclavitud, Aristóteles tendrá el valor de afrontarla teóricamente -lo que nadie había hecho hasta entonces-, pero no de condenarla bajo todo supuesto. La esclavitud justa la produce la naturaleza, no el ciudadano, según Aristóteles, que en esto no hace más que amoldarse a ella, ya que parece cierto que ciertos hombres han nacido para ser de otros y no bastarse a sí mismos (pongo un ejemplo apolítico mío: es Watson quien pertenece a Holmes, y no al revés, y es el primero quien se sabe seguidor del segundo por su superioridad natural). Igual sucede con las razas según el Filósofo: sólo la helena reúne los requisitos de inteligencia y coraje que le dan derecho a convertirse en maestra de la demás razas bárbaras, y por esa razón es su deber biológico -que no “histórico”…- dominarlas y acaso “criarlas” a la manera griega, a fin de sacar a parte de su población de su esclavitud natural. A eso se dedicará, consecuentemente, su alumno, Alejandro, con un ímpetu tal que pondrá fin, quizá involuntariamente, a la pólis clásica exaltada por Aristóteles.

 

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