Quantcast
Channel: Destellos – Hyperbole
Viewing all 213 articles
Browse latest View live

Paco Nieva: vivir de punta y con viento.

$
0
0

Puede que la coincidencia de la muerte de Francisco Morales Nieva (Valdepeñas, 1927-Madrid 2016) con la desaparición de Leonard Cohen, le vaya a restar presencia informativa, en estos días de penitencia americana. Pero ese, en parte, ha sido algún designio vital de mestizaje y claroscuro, que ha desplazado a nuestro autor valdepeñero a un intermedio teatral o un mutis; intermedio teatral recorrido entre el alcarreño Buero Vallejo y el no menos furioso melillense Fernando Arrabal. Y recorrido, para más evidencia, ese intermedio entre posiciones vanguardistas desplegadas, prontamente, en revistas como Deucalión o Nueva Forma y por actitudes conservadoras prensadas en Las terceras de ABC, incluso de La Razón.

Y ello por hablar, en ese intermedio, de la faceta más conocida de Nieva como autor teatral arrebatado( La carroza de plomo candente, Viaje a Pantaélica o Pelo de tormenta)  pero que no debe hacernos olvidar una multiplicidad de intereses y de ocupaciones, que viajan desde la pintura como primer enclave formativo y fuente de interés, a la escenografía y la decoración; del periodismo incisivo y avanzado a su escritura teatral, para terminar en el memorialismo intenso que nos ofreció hace años, casi como un balance vital anticipado, en 2002, con ‘Las cosas como fueron’. De igual forma, que visto desde hoy, resulta revelador que hace exactamente cuarenta años, Nieva escribiera en el suplemento del vespertino Informaciones, Arte y letras, un premonitorio artículo Los movimientos de vanguardia en la posguerra, justamente un once de noviembre, tal día como hay pero de un ayer movido. Es decir, hace cuarenta años Nieva, antes de su memorialismo factual, ya daba cuenta de la centralidad de sus intereses vitales y de su trayecto intelectual: Movimiento, Vanguardia y Posguerra.

 

francisco_nieva

 

En las referidas memorias de Pa­co Nieva, ‘Las cosas como fueron’  pieza que debe escrutarse desde la centralidad del recuerdo escrito y del olvido hablado, se abrían, como suele ocurrir en este género literario, no pocos in­terrogantes y se cerraban algunas hipóte­sis desplegadas en torno a la valora­ción crítica del autor de Valdepeñas. Interrogantes de muy diverso calado, porque no en balde con la visión es­crita del pasado, se sancionan mu­chas interpretaciones y se fija una vi­sión que se pretende definitiva. In­cluso el propio autor que revuelve en su pasado -con dificultad y con dolor según confesaba ese año, en las páginas de El País- y que trataba de ordenarlo desde el presente; ya establecía su diagnóstico y formulaba su propia síntesis en el horizonte de 2002. Que puede que sea similar al que podría haberse desplegado hasta ayer mismo.

Síntesis ya fijada de antemano, en la extensión otorgada a los tres libros que componen el trabajo y que vie­nen a formar, como en una trama te­atral de planteamiento, nudo y de­senlace, el varadero de las infancias soñadas y soñadoras, la melodía de la juventud formativa y las ondas apa­gadas de la madurez complacida. Hay en ese esbozo un peso enor­me del pasado o, si se quiere del plan­teamiento de la pieza teatral; pero no sólo del mundo de la infancia propia de Valdepeñas, Cazorla, Venta de Cárdenas o Venta Quemada sino, en un tour-de-force proustiano, en las vicisitudes precedentes de abuelos, tíos, padres y bisabuelos, algunos de ellos, obviamente desconocidos-pe­ro no por ellos faltos de atención. Porque en Nieva, todo el pasado condi­ciona y determina no sólo el presente, sino su obra misma y su ulterior desarrollo. Pero un pasado familiar de saga y casta, de cerrado y sacristía y no un pasado geográfico, como el cantado, sorprendentemente; en 1993 en su discurso del día de la Región.

 

1memorias

 

El pasado, ese pasado vasallo, como por­venir del presente. O, al menos, esa era su pretensión: leer su vida desde los resultados de sus obras y explicar sus obras como consecuencia de lo real­mente vivido y a menudo soñado. Como si se viviera de una determi­nada forma, para luego aprovechar esos retazos biográficos y componer con ellos un cuadro, un acto, una me­lodía o un poema. O como en Rimbaud, en quien todo lo que se vive, lo es para ser contado en un libro. En esa pretensión todas las catas de sus recuerdos eluden un presente terrizo, mulero y terco, y buscan su refugio en un, no tan lejano, siglo XIX mullido y elegante, melancólico y musical, tierno y sibarita. El silencio de sus memorias de niño de la guerra de esos años de plomo, sangre y miedo, contrasta, por ejemplo, con la densidad de estos acontecimientos en casos de autores ­coetáneos a Nieva como fuera, El pretérito imperfecto” de Castilla del Pino. Igual que ese sesgo de amor  por el pasado, acabaría dando salida a un, claramente, antimodemo Nieva, que describiría con sorna y con tino, la imposibilidad de pintar desde el esquematismo maquinista de las vanguardias. Pero ese antimodemo Nieva, que ya lo era en ciernes, ­tuvo que coexistir con un aprendiz de vanguardista y de pintor feroz relacionado  con COBRA, con RIXES,  con los restos del surrealismo y con el Postismo.

 

nieva4-1

 

Frente a esta reconstrucción memorialística del pasado –incluso del pasado desconocido, que no puede construirse, si no es desde premisas de un mestizaje con la ficción: “no me han pasado tantas cosas, sólo que las recuerdo muy bien” –contrasta la brevedad otorgada a sus años formativos. Esos años, madrileños ya, en los que Nieva es, tempranamente retratado por Ángel Crespo en Albores de espíritu en 1948, como un pintor ya ex-surrealista y hoy postista, y que ha labrado en su ciudad natal una amistad de añil y barro con el poeta Alcaide. El surrealismo de Nieva que ­latiría, años después, en su Pintura del caos y en su Teatro furioso, es captado como una pieza fresca y temprana, por Crespo de forma anticipada. Años formativos recorridos por las miradas cruzadas por sus amistades des con Ory, Chicharro, Fernández Molina, Ginés Liébana o con sus aproximaciones cinematográficas en el mundo CIFESA.

 

José Maria Morera con Francisco Nieva y Joan Alfons Gil Albors

 

Todo ese sesgo de miradas cruzadas, de estancias parisinas, de anécdotas de Roland Barthes y de Genet, componen el núcleo duro del nudo nievano. Esto es su abandono de la pintura y su descubrimiento de su alma de escritor teatral, primero, y de escritor a-secas más tarde. Y, también diría yo, de su enorme papel de actor de su propia vida. Años franceses, en los que todavía Nieva muestra su vena plástica en las colaboraciones de la revista Artes, que dirigiera Isabel Cajide. Y no sólo en aquellas críticas  pictóricas –de Kitaj a Gilles Aillaud –, sino sobre todo en sus notas sobre el diseño industrial o sobre la escenografía, nos advierten a un aten­to y desafiante Nieva. Años luego ve­necianos, con Peggy Guggenheim, entre otras presencias, años de madurez y del final del nudo. Años en los que el fin de la fiesta del veneciano Palazzo Contarini-Corfú  adquiere un aroma del Fellini de I vitelloni. Allí, Fascisti, mascalzoni  gritado al hap­pening decadente, por los albañiles sudorosos del canal; aquí  Laboratori de la ma­sa esbozado por Alberto Sordi, sobre una vía de Rímini a los currantes de la carretera en obras; nos advierten de esos extraños movimientos de clausura y coinci­dencia.

 

 

Más tarde, el tercio final del  texto en forma de desenlace y conquista, y así lo denomina Residencia en el otro. De todos es ya conocido: un Nieva premiado y asentado en la Academia, autor teatral de éxito y escritor que formula, curiosamente, una fuerte transgresión dramática y escenográfica; pero que sigue siendo tercamente antimodemo. Véanse sus lanzadas contra Antonio Saura: “toda la vida pintando con la misma estampilla”. O sus barruntos arquitectónicos, como demostraba hace unos años a propósito de la ar­quitectura moderna (Arquitectura del diablo); condenada esa Arquitectura moderna e incomprensible, desde el sillón académico al más feroz de los infiernos pantaélicos; al tiempo que establece la brillantez (¿…?) de un arquitecto como Fernando Hi­gueras, autor del consistorio (¿brillante, también…?) de Ciudad Real.

Y este es uno de los misterios no desvelados en esas páginas de memoria y en esa vida escrita, que nos cuentan cómo fueron las cosas; pero a veces olvidan decirnos porque fue­ron así y no de otra forma. La respuesta de Nieva, ya se sabe cuál es. Leer mis obras y entenderéis mejor todo lo que os preocupa sobre mi y sobre mis avatares. Pero también ese sesgo de la obra sobre la vida, se voltea en un movimiento inverso y extraño: “vivir en punta, me ha gustado sensiblemente más que la literatura y el arte, que só­lo como ilustraciones al margen están muy bien”. Ilustraciones al margen para ilustrar otros márgenes. Lo otro, lo más vita y próximo, sería la coincidencia fugaz, hace ya treinta años al menos, con Paco Nieva y Norberto Dotor, en las Cruces de Piedrabuena, una soleada tarde de mayo, desplazándonos en esa representación tópica de la religiosidad popular, feliz y piadosa, con modos de un Naturalismo panteísta. Para acabar bailando el sesentón Nieva como un alocado adolescente.

 


Música a duo

$
0
0

 

Hace unos años comenzamos en esta revista una serie de artículos en torno a la música clásica (o culta, como prefieran), donde nos proponemos convertir a los lectores en oyentes a través de listas centradas en sus diversos ámbitos. Nos adentramos en el mundo de la música de cámara, del concierto y del piano. Aunque el proyecto haya estado en hiato un tiempo, lo recuperamos ahora para completarlo, y lo hacemos dedicando este espacio a un tipo de agrupación que no fue incluida deliberadamente en el artículo sobre cámara: el dúo.

Aunque propiamente dicha la música para dúo es de cámara, tiene sin embargo unas características diferentes a la que implica más instrumentos. Del trío en adelante se necesita un espíritu comunitario que aúne el papel de cada instrumento en una voz conjunta, como si se tratara de una asamblea en busca de un acuerdo que los engloba a todos. Pero el dúo es, en una de sus vertientes, puro diálogo, una alternancia donde cuando uno habla el otro escucha (en este caso, acompaña) y viceversa. La otra vertiente es la destinada a permitir que la obra pensada para un instrumento que carece de polifonía adquiera un carácter completo mediante el apoyo brindado por el soporte armónico de otro instrumento que sí la tiene. La pericia del compositor puede hacer que ese mero apoyo devenga asimismo en una segunda voz con entidad propia que enriquece lo aportado por el instrumento principal y por tanto, la conjunción de ambos.

 

Martha Argerich y Gidon Kremer

 

La primera de las dos facetas da sus mejores frutos cuando la pieza está escrita para instrumentos de familia cercana (violín y viola, flauta y clarinete, clarinete y fagot) o para dos idénticos. La segunda, cuando la guitarra, el piano, el bajo continuo o el arpa arropan al instrumento protagonista. Aunque las denominaciones de dúo o divertimento son comunes, la gran estrella de la música para dos es la sonata. Como ente cerrado donde se exponen y desarrollan una serie de ideas musicales interrelacionadas, la sonata es la forma idónea de expresión de un todo compacto, y bajo su paraguas se encuentran casi siempre las obras donde el papel de cada instrumento es más equilibrado. Cuando de lo que se trata es que de que el instrumento principal brille de forma acusada sobre el acompañante, tenemos las romanzas, leyendas, gavottas, danzas, u obras con títulos propios que no responden a ninguna etiqueta.

Durante el periodo barroco fue habitual emparejar el órgano con la trompeta,  la flauta con la guitarra, y el resto de instrumentos (por separado) con la conjunción de clavecín y bajo continuo (técnicamente esto sería un trío, pero clave y continuo actúan como una sola entidad). La aparición del piano arrinconó cualquier otra forma de apareamiento durante el clasicismo y romanticismo, mientras que las corrientes del S.XX, en su afán expansivo e innovador, recuperaron los viejos modelos barrocos a la vez que se desmarcaron con otros que antes hubiesen sido impensables.

 

Benjamin Britten y Mstilav Rostroovich

 

Lógicamente, el violín es el instrumento que dispone de más partituras escritas, aunque el poderío sonoro y expresivo del violoncello hizo que muchos compositores escribiesen también habitualmente para él. Al margen de estos dos (acompañados de piano, claro está), el repertorio para otros instrumentos es mucho más limitado, y en el mundo de los conservatorios y las salas de conciertos son frecuentes las adaptaciones de obras para los menos populares. Sin embargo, a lo largo de la historia ha habido varios virtuosos de dichos instrumentos que dieron el salto a la composición para concederles de esta forma la presencia que las grandes plumas no siempre les daban. Algunos de esos grandes nombres aprovechaban a veces la cercanía de tesituras, y componían a la vez y de forma original la misma pieza para dos instrumentos distintos. Es el caso de las Sonatas para violín/flauta de Bach o las de Brahms para clarinete/viola.

Para la lista que completa este artículo se ha pretendido respetar el carácter de originalidad de cada obra, es decir, que fueran pensadas en un principio para sus respectivos instrumentos y no estén adaptadas. Se ha pretendido igualmente que tuviera la mayor variedad tímbrica y estilística posible, sin renunciar a incluir algunas páginas ineludibles. Con ella les dejo, invitándoles como siempre a que continúen por su cuenta explorando otras muchas piezas que no caben aquí.

 

Holocausto

$
0
0

 

Aunque esté mal decirlo, he llegado a pensar que todos los alemanes, no sólo los artistas que vivimos en Tacheles, somos okupas. Siempre he creído que los libros de historia mienten, que las cosas no son como nos las han contado. Y con esto no me refiero al hecho de que Israel intervenga en nuestro sistema educativo supervisando la enseñanza del Holocausto. No, me refiero a Bonaparte. Napoleón no pudo ser francés: el corso era tan alemán como Bismarck, como Merkel. Sólo así se explica que por nuestras venas corra con tanta fuerza la pulsión del conquistador. Viene de antiguo. Por desgracia, las ínfulas invasoras de nuestros antepasados nos salieron caras. Como es sabido, los aliados partieron el país por la mitad. Los alemanes perdimos el derecho a vivir en nuestra tierra. En ese sentido, somos okupas en nuestras propias casas, tan okupas como los sirios, pongamos por caso.

Teniendo esto en cuenta, no es de extrañar que no me sorprendiera lo más mínimo lo que me encontré al volver a la casa que mis padres tienen en Schöneberg. Uno vuelve con sus padres como los alcohólicos a la botella. Al principio finge que no es una recaída, que controla, pero en el fondo sabe que todo acabará en tragedia. El caso es que mi padre, a quien hacía años no veía, llevaba tiempo diciendo que algo iba mal en la casa. La última vez que hablamos por teléfono dijo que había pasado algo. Parecía aturdido, titubeaba. Y por fin: Tenías razón, Rudi. La casa se hunde. Eso me heló la sangre, claro. Mi padre habría preferido la horca a darme la razón en algo. Se ponía malo cada vez que me oía con la misma cantinela. Que si los alemanes somos funámbulos. Que si no tenemos un suelo bajo los pies. Que caminamos sobre el vacío… Hasta que un día: Te puedes ir todo lo lejos que quieras, hijo, pero, aquí están tus raíces. No hace falta que vuelvas. Aquella última frase abrió un Mar Rojo entre nosotros. La dijo sin rencor, sólo cansado. Sin sospechar que ninguno de los dos sería capaz de hacer de Moisés en años. Ignorando que estaba trazando una línea divisoria, como la línea Óder-Neisse que aparece en los mapas que avergonzaron a nuestros abuelos. Como la línea Mason-Dixon. Hay padres peores, eso es indudable. Algunos incluso abandonaron a sus hijos en el Gólgota. Yo, en cambio, no recuerdo mi casa como un calvario. Al contrario. Así que, cuando me abrió la puerta, le di un abrazo. El hombre estaba pálido, completamente desencajado. Sin mediar palabra, me llevó al salón y señaló la alfombra. Debajo, indicó (la retórica, para qué nos vamos a engañar, nunca ha sido lo suyo). A lo mejor lleva mucho tiempo ahí y no me he dado cuenta hasta ahora, que ya no bebo. Dijo esto último para el cuello de su camisa. Como avergonzado. Al ver que permanecía inmóvil, levantó la alfombra con sumo cuidado, como si fuese cristal de Bohemia, o una granada de mano, dejando al descubierto aquella nada, ese abismo, que se había abierto en medio del salón.

 

 

Pese a que la magnitud de la negrura era considerable, no creí que la existencia de la casa, la existencia fáctica, que diría Heidegger, pudiera estar comprometida. Mi padre, en cambio, estaba muy asustado. Hasta el punto de que había solicitado un peritaje. Mira, lee el informe del perito: “… las múltiples grietas que han ido apareciendo en la casa (especialmente, las de 45º en fachada y tabiques interiores, y las que tienen forma de escalera en uno de los muros de carga) tienen que ver con el suelo sobre el que se asienta la casa. El terreno sobre el que se sustenta la misma es un suelo arcilloso compuesto por limos y yesos. Debido a la humedad, el yeso ha perdido la consistencia, las arcillas se han expandido, con lo cual el terreno ha colapsado”. Es por el nivel freático, dijo el perito, según mi padre. Sí, no pongas esa cara. Aquel documento tenía pinta de ser científico (no en vano, llevaba la firma de un técnico), pero a mí me sonaba a ciencia ficción: El nivel de las aguas subterráneas sube y el terreno deviene expansivo, colapsable. Había oído que el universo se expande, que el afán expansivo de los alemanes no conocía límites, pero ¿el suelo? Parecía una broma. ¿Es por el Spree?, pregunté. Quién sabe. Podrían ser afluentes de ríos más lejanos. Del Danubio. El Vístula. El Dniéster. Tal vez del Volga. Todo el mundo sabe lo que arrastran estos ríos. Pero eso no es lo peor, Rudi… Lo más preocupante es que el perito cree que la casa está levantada sobre un tipo de tierra distinto al de los vecinos, aunque esto último no lo escribió en su informe, ¿quién se atrevería a firmar algo así?

 

 

En ese punto, pensé: ya está, está pasando. Siempre he sabido que llegaría el día en que su afición por la bebida le acabaría pasando factura. Desde luego, su razonamiento no parecía discurrir por los raíles de la realidad. Seguramente, su cabeza se había ido deslizando cada vez un poco más hacia el margen, pensamiento a pensamiento, hasta que un buen día se encontró razonando desde el otro lado. Una pena, ya que decía llevar más de seis meses en el dique seco. Ven, Rudi, asómate a la ventana. Mira, desde aquí se ve perfectamente a los Graf. ¿Por qué demonios su casa no se hunde? ¿Es que su suelo no es colapsable?, ¿su trozo de Alemania no se expande? Desde luego, aquel borracho sobrio estaba en lo cierto. La casa de los Graf era completamente distinta. Era la típica casa alemana, como de pan de jengibre. Parecía recién salida de uno de esos pueblos Potemkin. Y al jardín no le faltaba un detalle. Había aspersores, fuentes estilo Versalles, coloridos arriates, niños jugando con pistolas de agua, incluso esos gnomos que se habían puesto de moda. ¿El agua que salía de los aspersores era turbia como la del Vístula a su paso por Varsovia? No parecía. Tenía pinta de estar limpia y cristalina como el agua de Lourdes. Lo único que desentonaba en aquella postal era el césped, inequívocamente artificial.

 

 

Pero no fue aquel verde postizo lo que me perforó el pecho con la delicadeza de un piolet. La leve punzada de dolor que sentí tampoco se debía a lo amarillento de los visillos, acumulado con paciencia y tesón desde que madre dejó de lavarlos. Fue precisamente su recuerdo el que entonces sentí clavado en mi alma como un picahielos. Ese gesto de mirar a los vecinos era típico de ella. Se pasaba el día en la ventana, tomando nota con los ojos de todo lo que veía, como si fuera informadora de la Stasi, sólo que, en teoría, la Guerra Fría había acabado y hacía años que vivíamos en Berlín Occidental. Bien pensado, yo diría que ése era su único vicio, un mal hábito que arrastraba desde aquella época. Cuando la pillaba espiando a los vecinos, se sonrojaba como una niña. Sentí un escalofrío al rozar la cortina de cretona tras la que solía esconderse. Su mundo se había hecho cada día un poco más pequeño, hasta el punto de que apenas se despegaba de la ventana. Al final no hizo ruido.  Como se suele decir, se fue apagando. Vestía tonos cada vez más claros y sus vestidos acabaron siendo prácticamente indistinguibles del estampado de aquellas cortinas. Era como esos insectos que se camuflan tan bien, se mimetizan con el ambiente que los rodea de un modo tan perfecto, que logran pasar completamente desapercibidos. Sentí que, de alguna manera, se había quedado a vivir ahí, en ese manto en que solía envolverse. Por pura coherencia. Y esa forma de existencia, si bien mínima y rudimentaria, era mejor que nada.

 

 

De niño pensaba que el tiempo se había detenido en aquella casa. Que el empapelado de la pared del salón era como un papel atrapamoscas, sólo que las moscas que se habían quedado pegadas éramos nosotros. Tal vez debido a la humedad, volví a tener ese sentimiento pegajoso. Esa tristeza viscosa. Padre estaba preocupado por el boquete del salón, pero en el fondo sabíamos que la piedra angular de aquella casa, el auténtico pilar, era madre. Estoy convencido de que la casa comenzó a hundirse cuando ella murió. Yo me fui poco después. Entonces ya notaba que el suelo estaba perdiendo pie. Los de Alemania Occidental dan por sentado que las paredes no tienen oídos, solía decir madre. Y aunque nunca vi micrófonos en los tabiques o en el techo, estaba convencido de que si pegaba la oreja al papel, podría oír con claridad todas las conversaciones que aquellas paredes habían registrado, todos los sonidos que seguían ahí, atrapados en aquel papel estampado como las cortinas. Como mi madre. No tenía más que apoyar el oído en la pared y podría escucharlo:  las marchas militares, El ocaso de los dioses, Las valquirias… Tal vez incluso podría escuchar su voz… Como un niño, cogí un vaso de la cocina y lo puse en la pared para escuchar lo que se oía al otro lado. El vaso es un instrumento de espionaje doméstico. También es lo que se utiliza para jugar con la Ouija. Tenía que funcionar…

 

 

Lo he visto antes, Rudi, dijo padre sacándome de mi ensimismamiento. El socavón. Pensé que lo había sacado de las historias que me contaba tu abuelo. Concretamente, del barranco de Babi Yar o la Guarida del Lobo. Pero no. Lo vi en la Lusacia, en la mina que acabó tragándoselo … Por lo que te habían contado,  el abuelo se había dejado la columna en una mina de lignito. Apenas vi a mis padres, te contó tu padre un día cuando todavía eras pequeño. Se mataron a trabajar, los pobres. Cuando seas mayor oirás muchas cosas, pero recuerda esto: tus abuelos también fueron ofrendas. Lo suyo también fue un holocausto. A mí entonces todo eso me sonaba a chino; sin embargo, años después sentí la necesidad de traducir esa frase. Por alguna razón, todo el mundo repetía esa palabra tan rara: Holocausto. La oí miles, millones de veces más después de aquel día, aunque nunca emparentada con la vida de mis padres y abuelos. Admito que no esperaba toparme con lo que decía el diccionario. La palabra aludía, por supuesto, a esos montones de cuerpos quemados que todos hemos visto, pero, para mi sorpresa, también remitía al amor: “Acto de abnegación total que se lleva a cabo por amor”: Holocausto: Sacrificio, expiación: Ofrendas.

 

 

Mi padre evitaba hablar de la guerra, y eso que jamás guardó camisas pardas ni brazaletes rojos en su armario. Recuerdo que de niño me gustaba librar cruentas batallas con migas de pan. Jugaba a Verdún, al Somme. Lo que le había oído al abuelo… Hasta que llegaba mi padre y los tanques de miga se convertían automáticamente en Stukas de la Luftwaffe al salir volando de un manotazo. Padre decía que la guerra era la industria que había sostenido la economía europea durante siglos. Y para alimentarla estaba la mina del abuelo y las de carbón o acero que proliferaron como setas por la cuenca del Ruhr. De ahí se sacaron las lápidas para los héroes de un bando, primero, y del contrario, después. Los alemanes, y luego los austriacos, los polacos, los checos, y también los rusos (los putos rusos, se le escapaba de vez en cuando a mi padre) fueron sólo mano de obra barata. Ha habido muchos cambios de patrón en esta industria. Al principio el capataz era alemán; después, americano o ruso. El pueblo sólo es la mano de obra necesaria para que la insaciable maquinaria siga en marcha. Las ofrendas.

Tu madre tenía razón, Rudi. La culpa es de gente como los Graf. Siempre nos miraron mal. Todavía me acuerdo del día en que nos mudamos a esta casa. Tu madre pasó a saludarlos, como gesto de buena vecindad. ¿Y qué hicieron ellos?, ¿cómo nos dieron la bienvenida? Pues no abriéndola. Seguramente, la confundieron con una Testigo de Jehová. O con una vendedora de Avon. Fue hace mucho tiempo, pero creo que no se equivocaba lo más mínimo. Ella decía que de acero nada. Que el famoso telón no era más que una cortina de humo. Los verdaderos muros, decía, son invisibles. Y no separan el Este del Oeste… Bueno, ya sé que en la RDA hemos mamado lo de la lucha de clases, pero te diré una cosa: tu madre y yo vivimos más en la RDA cuando nos instalamos en Berlín tras la caída del Muro que cuando estábamos en el Este. La verdad es que fuimos muy felices allí. ¿No veías a tu madre siempre cosiendo? La Veritas era lo único que conservaba de la fábrica. Yo creo que se pasaba el día dando puntadas por pura nostalgia. Ostalgie. Pero aquí, ¿quién le dio trabajo? Nadie. No tuvo otra que quedarse cosiendo y pelando patatas. Aquí, en esta cocina, de forma prácticamente inapreciable, se fue convirtiendo en su madre.

 

 

En mi recuerdo (por lo demás, vago), me resulta muy difícil distinguir la piel de sus manos de las mondas de las patatas que pelaba. Allí, en esa cocina, pensaba en mi madre y me venía a la cabeza la imagen de esas mujeres escaldadas, con la piel a tiras, que sobrevivieron a Hiroshima o Chernóbil. Recuerdo que siempre andaba con la cabeza gacha. Antes creía que se pasaba el día rezando en silencio. Implorando (a Dios o al Partido no sabría decir). Pero, por lo que decía padre, parece que en realidad su cuello esperaba el golpe de gracia. Antes de venir a Berlín tu madre era feliz, aseguró. Todavía recuerdo cuando en 1959 salió a la calle gritando: FUERA EL LIPSI, VIVA ELVIS… ¡Cómo nos reímos! Aunque no lo creas, siempre se estaba riendo. Hasta que vino aquí y dejó de hacerlo. ¿Sabes por qué? Por gente como los Graf…

Pero ¿tú te escuchas? Ahora va a resultar que toda la culpa es de los vecinos. ¿Y tú qué coño estuviste haciendo mientras ella se moría? Si tanta razón tenía madre, ¿cómo es que no le hacías el menor caso? ¿Por qué estabas todo el santo día fuera de casa, bebiendo? Podría decirte que para mí también fue duro, Rudi. Decían que éramos sus hermanos, pero en la práctica nadie quería dar trabajo a un Ossi. Ojalá me pasara eso ahora… A mis años, no me queda otra que trabajar. Con la mísera pensión no me alcanza para comer. Los principios fueron difíciles, ya lo creo. Y el veneno ruso era el combustible que me daba fuerzas para seguir buscando trabajo. Podría decirte que yo, que en la RDA apenas había probado el alcohol, empecé a beber por eso. También podría contarte que en la RDA llevábamos décadas aislados, como los del gueto de Varsovia, y al salir tuvimos que encarar hechos que no habíamos imaginado ni en nuestras peores pesadillas. Pero tampoco sería toda la verdad… Lo cierto es que en esa época empecé a ver de reojo la cavidad que se abría paso en el salón. El vodka, sencillamente, me ayudaba a no verlo. Tu madre, en cambio, no pudo permitirse el lujo de apartar la mirada, salvo en aquellos momentos en que se concedía una tregua y se dedicaba a mirar por la ventana.

 

 

Lo que no entiendo es qué pintan los Graf en esta historia, dije. ¿No te preguntas si ellos tienen también un socavón en el salón? No sé, padre, desde aquí, por mucho que mire, es imposible saberlo. ¡Exacto! Por eso mismo, un día me armé de valor y llamé a su puerta. Fueron muy amables, eso no puedo negarlo. Les conté que un día, haciendo limpieza, levanté la alfombra para sacudirla y, bueno, lo que ya sabes. ¿Por casualidad no sabrán a qué obedece su presencia? Sí, me salió así, Rudi, de una forma tan grandilocuente. No me preguntes por qué. A qué obedece su presencia… Creo que les sorprendió más esa manera de hablar en un paleto que el boquete, la cosa-en-sí. Los Graf se miraron, sopesando tal vez si debían hablar o si de lo que no se puede hablar es mejor callar. Tras unos segundos de silencio, el señor Graf dijo que seguramente tendría que ver con las reparaciones. Me explicó que los propietarios de todas las casas alemanas teníamos que hacer frente a una deuda de casi un siglo de antigüedad, una deuda que se remontaba a la época de nuestros abuelos. Sus padres, aseguró, habían pagado religiosamente. El montante de la deuda, y los intereses de los empréstitos, era tal que terminaron de pagar en octubre de 2010. El problema es que, tras la guerra, las personas que estaban empadronadas en la RDA optaron por no pagar. Es probable que lo que me cuenta tenga que ver con esa deuda no saldada, insinuó. Como no quería discutir, opté por no decir que los ciudadanos de la RDA pagaron con su carbón, con sus fábricas, con su mano de obra. Las ofrendas. Tengo una duda… ¿Lo de los empréstitos? Disculpe, señor Richter, trabajo en banca y a veces me olvido de que la persona que tengo enfrente… Qué va, no es eso. Lo que quería preguntarle es si ustedes tienen también un socavón en su casa. Bajo la alfombra. No me aguantaba más, Rudi, tenía que salir de dudas… Bueno, señor Richter, no creo que eso sea… Espera, Günter, no hay necesidad de ser descortés con nuestro vecino. Tienes razón, Magda. Disculpe, este tema de la deuda me pone un poco tenso, reconoció el señor Graf. El caso es que hace poco los bancos griegos nos reclamaron una deuda que ascendía a casi 300.000 millones. Me figuro que lo habrá visto en las noticias. Fue entonces cuando empecé a notar que el suelo perdía su firmeza, tenía la impresión de estar pisando arenas movedizas. ¿Y qué hizo? Me ayudaría mucho saber… Pues me puse las lentillas que me pongo para ir a trabajar y, después de unos días concentrado, logré no verlo. Pensé, ahora son los griegos. ¿Quiénes serán los siguientes?, ¿los turcos? ¿Hasta cuándo tendremos que estar pagando? Pienso que ocurre en todas las casas, no sólo en las europeas. Las mansiones de Hollywood, por no hablar de las dachas, también tienen sótano. Y armarios. Piénselo. Las guerras son siempre una operación inmobiliaria a gran escala. Primero hay demoliciones; luego reconstrucciones. Aceptamos a los turcos. Ahora vienen los sirios. ¿A reconstruirnos?, ¿a demolernos? ¿Hasta cuándo? Tenemos que defender nuestras casas… Nuestro espacio vital. ¡El Espacio Schengen! Se acostumbrará a su presencia, señor Richter. Cuando menos se lo espere, dejará de verlo. Ya veo, lo que usted viene a decir es que es mejor mirar hacia otro lado, no ahondar mucho en la negrura. ¿Y las aguas subterráneas, qué?, ¿qué pasa si el nivel freático sigue subiendo? He leído que han encontrado niveles insólitos de ansiolíticos y antiinflamatorios en el agua… Como si quisieran anestesiar al Spree con medicamentos, como si así fuera a dejar de doler… No hay que olvidar que Bayer es afluente de IG Farben. De la cruz gamada a la cruz verde no hay más que un paso… Ya está bien, intervino Magda, ¿hasta cuándo vamos a tener que hablar del nazismo? ¿Cree que sólo pasa aquí, en Alemania? Crezca de una vez, señor Richter: ¡Hay un socavón en todas las casas!

 

 

Aunque sonaba loco, a mí lo que dijo la señora Graf no me pareció tan raro. Igual que en los sótanos de algunas casas hay un aleph, también puede haber un anti-aleph que contenga sólo nada. Quién sabe. Sea como sea, antes de mi vuelta a Tacheles, padre dijo: Aquí tienes las escrituras de la casa. Prefiero que las tengas tú. Me hizo entrega del documento de forma solemne, como cuando Dios entregó las Sagradas Escrituras a Moisés, sólo que, aparentemente, aquellos papeles no contenían ningún mandamiento. Hablaban de los bienes raíces. Desde entonces me he preguntado si, a pesar de mi vocación de nómada, no sería yo también uno de esos bienes irremediablemente vinculados al suelo. Por lo que decía aquel documento, no se pueden mover sin llevarse parte de la tierra consigo… sin causar un daño irreversible al terreno. He vuelto varias veces a casa desde entonces, no fuera a ser que mi ausencia estuviera alimentando ese agujero.

 

 

Relato publicado originalmente en Quimera, Revista de Literatura en el número 392-393 (Julio-Agosto 2016).

25 años sin la “reina” del rock

$
0
0

 

Me parece recordar que cuando Kurt Cobain se pego un tiro en la cabeza antes había dejado una carta explicativa en la que se mencionaba, entre otros, a Freddie Mercury. Creo que decía algo así como que se encontraba deprimido (como siempre), desganado (como corresponde a su propia música) y desesperado (el único pecado imperdonable de la tradición católica), al notar que carecía de ánimos para defender sus canciones en directo, a diferencia, puntualizaba, de Freddie, que es una explosión en el escenario. Es verdad que luego se ha insinuado que aquella carta de despedida fue una falsificación de Courtney Love, pero aunque lo fuese, me parece que aquella comparación estaría basada en algo que habría salido alguna vez de los labios de Kurt.

 

 

Porque Freddie Mercury gozaba de lo que hacía, en estudio y en concierto. Siempre he tenido la impresión (fundada en nada, porque no he leído sobre la banda) de que “Queen” comenzó siendo un grupo de inspiración heavy, aunque atípico, comandado por Bryan May, donde poco a poco se fue imponiendo el estilo más melódico y coral de Freddie, simplemente porque funcionaba mejor, y porque así eran más originales. Y resultaban, en efecto, sumamente originales: esos temas tan espectaculares, jamás tristes o parsimoniosos, en los que Freddie se lucía como cantante y también como showman, brillantes de composición y para los que no existía ni un momento de bajón. Mercury había nacido en la India, era de etnia parsi, si no me equivoco, y terminó por hacer de “Queen” el megáfono de su pirotécnica personalidad y hasta de su potente físico. ¿Quién se atrevería, incluso en el mundo del rock, a llevar ese bigote, a enfundarse esas mallas de bailarín que lo desnudaban todo?

 

 

Hace ya un cuarto de siglo, parece mentira, que se lo llevó el SIDA, en mitad de una creatividad que aún podría haber dado todavía muchos frutos. Era un gigante, de cuando los gigantes pisaban la Tierra, y por un destino casi geológico tenía que ser aplastado por ese ridículo meteorito que fue aquella enfermedad puritana que en muy poco tiempo sería controlada. Muchos han intentado, después, ser como él: deberían releer la última voluntad de Cobain que, aunque musicalmente no tenía nada que ver con Freddie, sabía que esos milagros de energía, genio y descaro artístico entremezclados se ven pocas veces en la vida de uno.

 

Marcos Ana y sus chistes

$
0
0

marcos ana

 

Por pura casualidad, tuve el honor de comer un día con el poeta Marcos Ana en una terraza veraniega del paseo marítimo del Puerto de Santa María. “Tuve el honor” es una expresión exagerada en este caso, porque fue una reunión muy familiar, cerca de la Fundación Alberti, en la que sólo hablamos de banalidades de andar por casa. Supongo que eso es lo bueno, que los poetas sean gente sencilla y tranquila, aunque hayan pasado las de Caín en un juventud. Y la juventud de Marcos Ana se prolongó hasta que se hizo viejo, sin vivir madurez intermedia alguna, porque entró bisoño en la cárcel y se perdió el mundo (y las mujeres…) hasta que salió ya bastante mayor, tal que si fuera una especie de coma inducido políticamente con el que franquismo se ensañó como pocas veces. Allí pasó exactamente 23 años, por rojo. Al menos conoció a personajes como Miguel Hernández o Antonio Buero Vallejo, que tal vez fueron los que lo inclinaron hacia la poesía. Lo extraño, lo excepcional de Marcos Ana (Marcos y Ana eran los nombres de sus padres…) es que en vez de hacerse un resentido salió a la calle sin dejar de ser un idealista, como si el encierro hubiese reservado para él una doble lección de inocencia.

 

 

Después de la comida, y una vez se había ido, me contaron algo terrible a la vez que curioso de su vida (seguramente lo relate él en sus Memorias, pero aún no las he leído): resulta que durante cierta temporada en el patio de la cárcel rifaban de buena mañana quiénes iban a ser fusilados ese día, y para pasar el miedo, un miedo de muerte, los presos se contaban chistes unos a otros, por lo visto los chistes más bestias que conseguían recordar. Un ensayo de anestesia por humor negro o por humor verde. Así que el poeta además de versos sabía un enorme montón de chistes más bien extremos, como si el tremendo dolor de la posguerra mereciera tapiarse con emoticonos salvajes o algo así. Su único desquite de tanta infamia parece haber sido su larga vida, 96 años hasta ayer. Pero qué país el nuestro, cuando se destapan estas cosas, y descubrimos que seguían viviendo entre nosotros…

El restaurante en el que comimos, por cierto, era una humilde pizzería.

 

MI CORAZÓN ES PATIO

(Marcos Ana)

A María Teresa León

La tierra no es redonda:
es un patio cuadrado
donde los hombres giran
bajo un cielo de estaño.

Soñé que el mundo era
un redondo espectáculo
envuelto por el cielo,
con ciudades y campos
en paz, con trigo y besos,
con ríos, montes y anchos
mares donde navegan
corazones y barcos.

Pero el mundo es un patio
(Un patio donde giran
los hombres sin espacio)

A veces, cuando subo
a mi ventana, palpo
con mis ojos la vida
de luz que voy soñando.
y entonces, digo: “El mundo
es algo más que el patio
y estas losas terribles
donde me voy gastando”.

Y oigo colinas libres,
voces entre los álamos,
la charla azul del río
que ciñe mi cadalso.

“Es la vida”, me dicen
los aromas, el canto
rojo de los jilgueros,
la música en el vaso
blanco y azul del día,
la risa de un muchacho…

Pero soñar es despierto
(mi reja es el costado
de un sueño
que da al campo)

Amanezco, y ya todo
-fuera del sueño- es patio:
un patio donde giran
los hombres sin espacio.

¡Hace ya tantos siglos
que nací emparedado,
que me olvidé del mundo,
de cómo canta el árbol,
de la pasión que enciende
el amor en los labios,
de si hay puertas sin llaves
y otras manos sin clavos!

Yo ya creo que todo
-fuera del sueño- es patio.
(Un patio bajo un cielo
de fosa, desgarrado,
que acuchillan y acotan
muros y pararrayos).

Ya ni el sueño me lleva
hacia mis libres años.
Ya todo, todo, todo,
-hasta en el sueño- es patio.

Un patio donde gira
mi corazón, clavado;
mi corazón, desnudo;
mi corazón, clamando;
mi corazón, que tiene
la forma gris de un patio.
(Un patio donde giran
los hombres sin descanso)

 

Fidel Castro según Eric Hobsbawn

$
0
0

 

Nos guste o no, Fidel Castro, fallecido ayer a muy avanzada edad en su cama (y atendido, supongo, desde hace años por algunos de los médicos más preparados del mundo, puesto que la sanidad fue desde la revolución una de la especialidades cubanas más exportadas al extranjero), ha sido un personaje de talla gigantesca en la segunda mitad del s. XX. Sin él, sin su figura uniformada o de chandal, sencillamente no se puede explicar la Guerra Fría en particular ni el mundo contemporáneo en general. Recuerdo un discurso no muy antiguo en el que decía, enfáticamente y con el brazo en alto, “¡este cordero no se lo van a comeeeeeeeer!”, refiriéndose, claro, a su isla en el papel de ovino y a los Estados Unidos de América en el rol del lobo feroz. Si se mira bien, es un prodigio que el régimen comunista de Cuba haya sobrevivido décadas a la influencia y a las maniobras del país más poderoso del mundo, del que sólo dista ocho minutos en avión. En esta preservación realmente histórica ha tenido mucho que ver la personalidad del propio Castro, que incluso fue capaz de sobreponerse a la caída del imperio soviético. En 1963, esa tenacidad estuvo a punto de costar al globo una Tercera Guerra Mundial que habría exterminado media humanidad, en el momento más peligroso y cercano a la destrucción que haya  vivido el mundo. Así, la trayectoria de Fidel Castro recorre todos los episodios importantes de nuestro inmediato pasado, y es impresionante rememorar tan solo la enorme cantidad de dirigentes importantes que se han sucedido en la Tierra mientras que Fidel seguía ahí, impertérrito, de Señor Absoluto de su pequeño territorio caribeño. Para traer a la memoria cómo empezó todo, hoy que los periódicos hablan más de los últimos años que de los inicios, nadie mejor que el gran historiador marxista Eric Hobsbawn, en el análisis que hacía en una de sus mejores obras,  publicada en Inglaterra en 1994 y traducida al castellano como Historia del s. XX; allí dice:

 

 

 

“Los años cincuenta estuvieron llenos de luchas guerrilleras en el tercer mundo, casi todas en aquellos países coloniales en que, por una u otra razón, las antiguas potencias o sus partidarios locales se resistieron a una descolonización pacífica: Malaysia, Kenia (el movimiento Mau-Mau) y Chipre en un imperio británico en disolución; las guerras, más serias, de Argelia y Vietnam en el imperio francés. Fue, singularmente, un movimiento relativamente pequeño —mucho menor que la insurgencia malaya (Thomas, 1971, p. 1.040)—, atípico pero victorioso, el que llevó la estrategia guerrillera a las primeras páginas de los periódicos del mundo entero: la revolución que se apoderó de la isla caribeña de Cuba el 1 de enero de 1959. Fidel Castro (1927) no era una figura insólita en la política latinoamericana: un joven vigoroso y carismático de una rica familia terrateniente, con ideas políticas confusas, pero decidido a demostrar su bravura personal y a convertirse en el héroe de cualquier causa de la libertad contra la tiranía que se le presentase en un momento adecuado. Incluso sus eslóganes políticos («¡Patria o Muerte!» —originalmente «¡Victoria o Muerte!»— y «¡Venceremos!») pertenecían a una era anterior de los movimientos de liberación: admirables pero imprecisos. Tras un oscuro período entre las bandas de pistoleros de la política estudiantil en la Universidad de La Habana, optó por la rebelión contra el gobierno del general Fulgencio Batista (una conocida y tortuosa figura de la política cubana que había comenzado su carrera en un golpe militar en 1933, siendo el sargento Batista), que había tomado el poder de nuevo en 1952 y había derogado la Constitución. Fidel siguió una línea activista: ataque a un cuartel del ejército en 1953, prisión, exilio e invasión de Cuba por una fuerza guerrillera que, en su segundo intento, se estableció en las montañas de la provincia más remota.

 

 

Fidel y el Ché

 

 

Aunque mal preparada, la jugada mereció la pena. En términos puramente militares la amenaza era modesta. Un camarada de Fidel, Che Guevara, médico argentino y líder guerrillero muy dotado, inició la conquista del resto de Cuba con 148 hombres, que llegaron a ser 300 en el momento en que prácticamente lo había conseguido. Las guerrillasdel propio Fidel no ocuparon su primer pueblo de más de mil habitantes hasta diciembre de 1958 (Thomas, 1971, pp. 997, 1. 020 y 1. 024). Lo máximo que había demostrado hasta 1958 —aunque no era poco— era que una fuerza irregular podía controlar un gran «territorio liberado» y defenderlo contra la ofensiva de un ejército desmoralizado. Fidel ganó porque el régimen de Batista era frágil, carecía de apoyo real, excepto del nacido de las conveniencias y los intereses personales, y estaba dirigido por un hombre al que un largo período de corrupción había vuelto ocioso. Se desmoronó en cuanto la oposición de todas las clases, desde la burguesía democrática hasta los comunistas, se unió contra él y los propios agentes del dictador, sus soldados, policías y torturadores, llegaron a la conclusión de que su tiempo había pasado. Fidel lo puso en evidencia y, lógicamente, sus fuerzas heredaron el gobierno. Un mal régimen con pocos apoyos había sido derrocado.

 

 

Fidel Castro

 

 

La mayoría de los cubanos vivió la victoria del ejército rebelde como un momento de liberación y de ilimitadas esperanzas, personificadas en su joven comandante. Tal vez ningún otro líder en el siglo XX, una era llena de figuras carismáticas, idolatradas por las masas, en los balcones y ante los micrófonos, tuvo menos oyentes escépticos u hostiles que este hombre corpulento, barbudo e impuntual, con su arrugado uniforme de batalla, que hablaba durante horas, compartiendo sus poco sistemáticos pensamientos con las multitudes atentas e incondicionales (incluyendo al que esto escribe). Por una vez, la revolución se vivía como una luna de miel colectiva. ¿Dónde iba a llevar? Tenía que ser por fuerza a un lugar mejor.

 

121012081842-30-castro-1012-horizontal-large-gallery

 

 

En los años cincuenta los rebeldes latinoamericanos no sólo se nutrían de la retórica de sus libertadores históricos, desde Bolívar hasta el cubano José Martí, sino de la tradición de la izquierda antiimperialista y revolucionaria posterior a 1917. Estaban a la vez a favor de una «reforma agraria», fuera cual fuese su significado (véase la p. 356), e, implícitamente al menos, contra los Estados Unidos, especialmente en la pobre América Central, «tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos», como había dicho el viejo dirigente mexicano Porfirio Díaz. Aunque radical, ni Fidel ni sus camaradas eran comunistas, ni (a excepción de dos de ellos) admitían tener simpatías marxistas de ninguna clase. De hecho, el Partido Comunista cubano, el único partido comunista de masas en América Latina aparte del chileno, mostró pocas simpatías hacia Fidel hasta que algunos de sus miembros se le unieron bastante tarde en su campaña. Las relaciones entre ellos eran glaciales. Los diplomáticos estadounidenses y sus asesores políticos discutían continuamente si el movimiento era o no pro comunista —si lo fuese, la CÍA, que en 1954 había derrocado un gobierno reformista en Guatemala, sabría qué hacer—, pero decidieron finalmente que no lo era.

 

 

 

 

Sin embargo, todo empujaba al movimiento castrista en dirección al comunismo, desde la ideología revolucionaria general de quienes estaban prestos a sumarse a insurrecciones armadas guerrilleras, hasta el apasionado anticomunismo del imperialismo estadounidense en la década del senador McCarthy, que hizo que los rebeldes antiimperialistas latinoamericanos miraran a Marx con más simpatía. La guerra fría hizo el resto. Si el nuevo régimen se oponía a los Estados Unidos, y seguramente se opondría aunque sólo fuera amenazando las inversiones estadounidenses en la isla, podía confiar en la segura simpatía y el apoyo de su gran antagonista. Además, la forma de gobernar de Fidel, con monólogos informales ante millones de personas, no era un modo adecuado para regir ni siquiera un pequeño país o una revolución por mucho tiempo. Incluso el populismo necesita organización. El Partido Comunista era el único organismo del bando revolucionario que podía proporcionársela. Los dos se necesitaban y acabaron convergiendo. Sin embargo, en marzo de 1960, mucho antes de que Fidel descubriera que Cuba tenía que ser socialista y que él mismo era comunista, aunque a su manera, los Estados Unidos habían decidido tratarle como tal, y se autorizó a la CÍA a preparar su derrocamiento (Thomas, 1971, p. 271). En 1961 lo intentaron mediante una invasión de exiliados en Bahía Cochinos, y fracasaron. Una Cuba comunista pudo sobrevivir a unos ciento cincuenta kilómetros de Cayo Hueso, aislada por el bloqueo estadounidense y cada vez más dependiente de la Unión Soviética.

 


Ninguna revolución podía estar mejor preparada que esta para atraer a la izquierda del hemisferio occidental y de los países desarrollados al fin de una década conservadurismo general. O para dar a la estrategia guerrillera una mejor publicidad. La revolución cubana lo tenía todo: espíritu romántico, heroísmo en las montañas, antiguos líderes estudiantiles con la desinteresada generosidad de su juventud —el más viejo apenas pasaba de los treinta años—, un pueblo jubiloso en un paraíso turístico tropical que latía a ritmo de rumba. Por si fuera poco, todos los revolucionarios de izquierda podían celebrarla.

 

De hecho, los más inclinados a celebrarla habían de ser los que se mostraban críticos con Moscú, insatisfechos por la prioridad que los soviéticos habían dado a la coexistencia pacífica con el capitalismo. El ejemplo de Fidel inspiró a los intelectuales militantes en toda América Latina, un continente de gatillo fácil y donde el valor altruista, especialmente cuando se manifiesta en gestos heroicos, es bien recibido. Al poco tiempo Cuba empezó a alentar una insurrección continental, animada especialmente por Guevara, el campeón de una revolución latinoamericana y de la creación de «dos, tres, muchos Vietnams». Un joven y brillante izquierdista francés (¿quién, si no?) proporcionó la ideología adecuada, que sostenía que, en un continente maduro para la revolución, todo lo que se necesitaba era llevar pequeños grupos de militantes armados a las montañas apropiadas y formar «focos» para luchar por la liberación de las masas (Debray, 1965).

 

Fidel Castro

 

 

“F” ha muerto

$
0
0

 

 

Tenía entonces diecisiete años y ni siquiera hacia dos meses que acababa de llegar a Madrid. Me despertaron de madrugada entre gritos y celebraciones. “F” había muerto tras una larga agonía.  En el colegio mayor en el que vivía,  la mayoría de la gente se alegraba pero también había incertidumbre, miedo, ambivalencias, expectación y esperanza. Sin embargo, en la calle, muchos otros lloraban, desfilaban frente a su cadáver, más o menos uniformados, durante días y noches, rezaban, se celebraban misas y entierros multitudinarios y las ediciones de los periódicos, radios y televisiones no dejaban de insistir en la talla mundial del finado, en su papel como faro de Occidente durante cuarenta años, en cómo su talento político nos libró de entrar en la Segunda Guerra Mundial, en cómo supo transformar un país destruido por una guerra civil provocada por los enemigos seculares de la nación en uno próspero con una democracia verdadera. Muchas cosas más que pueden leerse en las hemerotecas. Se repartieron miles de copias de un testamento en el que se sugería que todo había quedado atado y bien atado.

 

Granma digital. Fragmento. 26/11/2016. 21:30 h.

 

 

Me entero de que “F”, también de ascendencia gallega, ha muerto a una edad parecida de una larga enfermedad. El haber tenido la experiencia vivir lo que es la muerte de un dictador permite intuir lo que, probablemente, estará pasando ahora en Cuba. Los pioneros desfilarán ya por las calles con su pañuelos rojos al cuello; se declararan días de luto; habrá grandes desfiles de los adeptos al régimen y las masas llenaran la plaza de la revolución aclamando su memoria; sesudos intelectuales coparán la única televisión posible glosando sus talentos, atacando a sus enemigos a los que supo vencer en Sierra Maestra, en Playa Girón, en cualquier selva del mundo. Granma ensalzara su ética y su patriotismo.. Entre tanta celebración, mucha gente silenciosa tendrá que seguir saliendo a “resolver“sin mucha esperanza  y los viejos de la calle Obispo, quizá antiguos revolucionarios, seguirán contemplando, con la mirada perdida, la realidad desconchada de aquel paraíso. Al lado, en el “Floridita” quizá algunos revolucionarios que viven en Europa se emocionen escuchando “Hasta siempre comandante”,  mientras toman un Daikiri con la estatua de Hemingway justo en la esquina soleada de la Historia.

 

 

Desde luego “F” fue un personaje de talla histórica como, por desgracia, tantos dictadores  y, además fue, sin duda, un tipo con suerte. Al parecer se libró de muchas conspiraciones y también supo eliminar a la mayoría de sus enemigos, incluso de muchos de los que lucharon contra la dictadura de Batista y que, como Huber Matos, rápidamente desaparecieron de las fotos y terminaron en el exilio después de pasar largos años en la cárcel. También tenía el carácter psicopático adecuado para hacerse con el poder y mantenerlo, saber ser simpático, valeroso, gustar a las mujeres, hilar largos discursos  y, además,  ser fotogénico,  lo que fue muy importante para fascinar a los intelectuales de izquierda europeos que querían hacer la revolución en un lugar soleado, no demasiado cerca de la Rive Gauche, para mantener tranquilas sus conciencias en la niebla de la guerra fría. Sobrevivió incluso a la caída del Muro de Berlín y probablemente soñaba con evolucionar hacia un modelo Chino en el que todo cambiara para que todo siguiera igual, cosa que está por ver si sucede, aunque la idea es que todo haya quedado atado y bien atado a través de su hermano Raúl que había comenzado una apertura hacia Estados Unidos con Obama que veremos en qué queda en la era Trump.

 

 

Camilo Cienfuegos, Fidel Castro y Huber Matos. La Habana, 1959

 

Si hubiera muerto hace más de diez años quizá una gran parte de la izquierda se hubiera distanciado de él o lo hubiera alabado como una figura de otro tiempo, pero deseando que en esa isla se instalará un sistema democrático de elecciones libres donde pudieran estar representados todos los cubanos con el mayor bienestar social posible. Pero, con la crisis económica y la estúpida gestión neoliberal de la globalización, el aire social parece haberse polarizado y de nuevo amenazan con resurgir viejas ideas totalitarias, de uno y otro signo, con nuevos collares populistas, muy capaces de polarizar a las sociedades y que pretenden alimentarse del resentimiento, el miedo  y la frustración social, para cuestionar los sistemas políticos representativos y abogar por “verdaderas democracias” no corruptas al servicio del “verdadero pueblo” o de la “verdadera patria”. Casi un “deja vu” que ensombreció el siglo XX de forma muy trágica y que amenaza con volver a aparecer en el XXI con muchas mayores armas de propaganda y control social.

 

 

Pasado el tiempo creo que es poco civilizado alegrarse de la muerte de nadie. Eso debe quedar para los fanáticos que pretenden imponer delirios totalitarios y siempre les gusta manosear ese concepto en su propaganda  o llevarla a la práctica de muchas otras maneras. Pero para mucha gente de las generaciones que conocieron una dictadura  es inevitable sentir alivio cuando desaparece un dictador y se abren posibilidades de reconciliación, libertad y prosperidad para cualquier país que lo padezca. A cierta edad, y visto lo visto, solo queda concentrarse en intentar  no ser nunca sectarios y como decía Antonio Muñoz Molina en aquel artículo de hace muchos años, “El único compromiso que uno concibe a estas alturas es el de mantener libre el espíritu y abiertos los ojos (…), el compromiso sagrado de no comprometerse nunca más con ningún tirano y con ningún catecismo.”

 

 

Hace en La Habana una noche de invierno tibia, ventosa, de palmas que tremolan, y los principales restaurantes están repletos de turistas de Europa, Asia y Suramérica, que presencian la serenata de guitarristas que cantan sin descanso: “Guan-ta-na-me-ra… guajira… guan-ta-na-mera”; y en el Café Cantante hay unos bulliciosos bailarines de salsa, reyes del mambo, artistas masculinos de pechos descubiertos que bufan y levantan mesas con los dientes, y mujeres de turbante, enfundadas en faldas que les ciñen las nalgas y que tocan silbatos mientras rotan sus cuerpos resplandecientes en un frenesí erótico. Entre el público del café, así como en los restaurantes, hoteles y demás lugares públicos de la isla, se fuman cigarros y cigarrillos sin límites ni restricciones. Dos prostitutas fuman y charlan en privado en la esquina de una calle mal iluminada que limita con los prados impecables del hotel de cinco estrellas de La Habana, el hotel Nacional. Son mujeres cobrizas, rozan los veinte años y llevan blusas abrochadas en la nuca y minifaldas desteñidas; y al tiempo que conversan abren los ojos mientras dos hombres, uno blanco y negro el otro, se agachan sobre el maletero abierto de un Toyota rojo estacionado cerca, regateando los precios de las cajas de puros del mercado negro que se apilan dentro.
El blanco es un húngaro de mandíbula cuadrada, de treinta y tantos años, con un traje tropical de color beige y una corbata ancha y amarilla, y es uno de los principales empresarios de La Habana en el próspero negocio ilegal de la venta de puros cubanos enrollados a mano y de primera calidad por debajo de los precios comerciales locales e internacionales. El negro detrás del coche es un individuo algo calvo, de barba gris, de unos cincuenta y tanto, años que vino de Los Ángeles y se llama Howard Bingham; y no importa qué precio pida el húngaro, Bingham sacude la cabeza y dice:
—¡No, no: es demasiado!”

 

GAY TALESE “Alí en la Habana” (seguir leyendo)

Black Weekend

$
0
0

Fotografía Nick Knigth

 

En España no tenemos Thanksgiving Day y por lo tanto no deberíamos tener Black Friday, pero ahí está, y también el Cyber Monday, con lo cual componemos todo un todo un Black weekend, de fiesta, compras y diversión. ¡Qué lujo!

Así somos los que vivimos en esta era del hipermercado y la hipervelocidad que hemos dado en llamar hipermodernidad. La globalización del Black Friday, y su instalación en nuestra cultura lúdico-mercantil, se ha realizado en menos de un lustro, y eso demuestra que vivimos en una sociedad red y que los modelos de imitación de la conducta se transmiten a velocidad virtual.

 

Foto Nick Knight

 

Para este observador-escribiente estos hechos son una excelente oportunidad de laboratorio para analizar la conducta humana y aprender a mejorar la vida propia y, humildemente, la ajena.

Lo fácil es decir que vivimos en un mundo lleno de vacíos, en una vida paradójicamente opulenta y careciente, que genera tantos excesos como desperdicios, donde ricos y pobres tienen tantas oportunidades como sus ansias y límites les permitan.

Pero también es cierto que estos hechos nos obligan a buscar nuevos modos de estar, ser y convivir, en los que esa “ligereza” insustancial se acompase con la pesadez de los grandes dramas humanos: la pobreza, la violencia, la migración… Nuevos tiempos y modos en los que encajar los conceptos clásicos de autonomía, mesura y elegancia (capacidad para elegir sabiamente), con una vida moderna, activa y bienaventurada acorde con los principios y fines morales y éticos de los tiempos.

 

Fotografía Nick Knigth

 

Pero dejemos lo sesudo y bajemos a lo menudo. Este finde lo que  impera es esa admirable habilidad de algunas personas para salir a la jungla de los escaparates a cazar-recolectar las mejores gangas, y luego, esto es lo más importante, a presumir de ello como lo haría cualquier cazador-recolector. Esas conductas están impresas en nuestros genes primitivos, pero solo algunas personas han sabido adaptarlas a la vida hipermoderna consiguiendo así un éxito evolutivo, que, no por denostado, deja de ser valioso. Eso supone una aceleración de las capacidades evolutivas muy deseable para muchas otras facetas de la vida. Por ejemplo, para adaptarnos mejor a la sociedad red y la hipercomunicación, para disfrutar de las nuevas tecnologías sin caer en sus riesgos y trampas, para ser más telempáticos (empatía a través de las pantallas) y más ticopracticos (habilidosos y correctos en el uso de TIC).

 

Fotografía Nick Knigth

 

Si conseguimos acelerar nuestros procesos adaptativos tanto como nuestros modelos de imitación, y lo integramos en un marco hiper y ciberético, disfrutaremos de los “viernes negros” como si fueran “viernes santos”, pero sin caer en las trampas del hipermercado. Puede que incluso consigamos ser mejores y más felices, y casi seguro que acabemos saldando nuestra eterna deuda con el inglés.

Por cierto, según la santa patrona de los escribientes actuales, una tal Wikipedia, la primera celebración del Día de Acción de Gracias se debe a los españoles que vivían en la colonia de San Agustín, en La Florida, el 8 de septiembre de 1565. A lo mejor de ahí nos viene el vicio.

 

Fotografía Nick Knigth

 


Perfiles del valor

$
0
0

28686569763_be28535c9e_z

 

Los extraños motivos del valor o de su apariencia. El coraje que podemos permitirnos en cada momento de la vida o sobre todo, en cada situación concreta. Lo que depende y no depende de nosotros, sobre todo en los momentos críticos, cuando parecen disolverse los términos medios y todo se polariza en la lucha o la huida. Lo que procura valor o lo disuelve. La fuerza de las palabras, las creencias o la racionalidad inteligente. Los secretos de aquello que hay que tener en la justa medida para vivir la vida que merece la pena o irse de ella con la suficiente dignidad…

” (…) ese período de locuras heroicas me enseñó a distinguir entre los diversos aspectos del coraje. Aquel que me gustaría poseer de continuo es glacial, indiferente, libre de toda excitación física, impasible como la ecuanimidad de un dios. No me jacto de haberlo alcanzado jamás. La falsificación que utilicé más tarde no pasaba de ser, en mis días malos, una cínica despreocupación hacia la vida, y en los días buenos, un sentimiento del deber al cual me aferraba. Pero muy pronto, por poco que durara el peligro, el cinismo o el sentimiento del deber cedían a un delirio de intrepidez, especie de extraño orgasmo del hombre unido a su destino. A la edad que tenía entonces, aquel ebrio coraje persistía sin cesar. Un ser embriagado de vida no prevé la muerte; ésta no existe, y él la niega con cada gesto. Si la recibe, será probablemente sin saberlo; para él no pasa de un choque o de un espasmo. Sonrío amargamente cuando me digo que hoy consagro un pensamiento de cada dos a mi propio fin, como si se necesitaran tantos preparativos para decidir a este cuerpo gastado a lo inevitable. En aquella época, en cambio, un joven que mucho hubiera perdido de no vivir algunos años más, arriesgaba alegremente su porvenir todos los días.”

Marguerite Yourcenar. “Memorias de Adriano”

 

 

* Fotografías de Elizabeth Gadd

Refugios de montaña: sustitución. Olpererhütte

$
0
0

 

Después de cien años expuesto a las extremas condiciones climatológicas de los Alpes, el antiguo Olpererhütte, a 2400 metros de altura sobre el Stausee, no resultaba por más tiempo constructivamente rentable. La cuestión de derribar y sustituir un refugio de montaña es, desde hace relativamente poco tiempo, un debate frecuente dentro del ámbito de la arquitectura alpina. Esta pregunta es interesante, no solamente desde el punto de vista de la industria del turismo, sino también respecto al consumo de recursos del medio ambiente.

El caso del nuevo Olpererhütte reúne temas arquitectónicos, medioambientales y, además, una curiosa historia. La pequeña casita que fue construida en 1881, podía albergar solamente a dieciséis personas, ocho en colchones y otras ocho sobre paja. Naturalmente, los montañeros tenían que llevar a cuestas su propia comida y también la leña, que podían quemar en el horno del que el refugio disponía. Tras varios pequeños añadidos al edificio principal y debido a la siempre creciente afluencia de viajeros, el Olpererhütte fue en 1976 reformado y ampliado, incluyendo por fin instalaciones sanitarias y restaurante. En 1998 un alud acaba casi en tragedia para este refugio, pero, por suerte, alcanzó tan sólo una esquina del mismo. A pesar de que la arquitectura cumpliera su función durante tan largo tiempo y pese a resistir los imprevisibles avatares naturales en la montaña, en 2005 se decidió derribar el edificio y hacer otro totalmente moderno.

 

 

olpererhuette_pinterest

 

Por muchas razones, podría decirse que el nuevo Olpererhütte, proyectado por el arquitecto Hermann Kaufmann—, es un ejercicio perfecto de arquitectura. A nivel formal, el edificio nuevo retoma la idea del tejado a dos aguas de su predecesor, una solución, por otro lado, muy razonable de cara a evitar la acumulación de nieve. El refugio se orienta también de la misma manera frente a la impresionante vista del lago Stausee y la llamada región de Zillertal de los Alpes. La soleada terraza, con sus característicos bancos de madera en los que sentarse a tomar una Weißbier, permanece en el lado Oeste, a fin de disfrutar de los últimos rayos de sol que ponen fin a la jornada de senderismo.

Entre los muchos desafíos que la construcción de un refugio de montaña plantea está el del transporte de los materiales de obra. ¿Cómo pueden llegar tablas y herramientas a más de dos mil metros de altitud?: En este caso, en helicóptero. El proceso constructivo del Olpererhütte es sorprendentemente corto, de apenas un año, ya que la estructura de elementos prefabricados de madera facilita un rápido montaje. A su vez, a fin de evitar el costoso transporte montaña abajo de los restos del derribo, parte de ellos se emplearon en la ejecución del zócalo de piedra sobre el que se alza la estructura de madera y la terraza. Esta economía de recursos se extiende también a otros ámbitos. Por mencionar un ejemplo, los elementos de madera de paredes, suelos y techos proceden de empresas de la región, lo cual abarata considerablemente el presupuesto y agiliza la construcción.

 

 

Al evitar el enterramiento del edificio y, gracias al aprovechamiento de la pendiente natural del terreno, se puede propiciar una salida de emergencia –a modo de puente- desde las habitaciones del piso superior al exterior.

El conjunto está estructuralmente sostenido por el basamento de hormigón y demás materiales de derribo. En las plantas superiores, el propio elemento divisorio entre dormitorios funciona también como viga para sostener la cubierta. En total, se emplearon 350 elementos de madera prefabricados que conforman tanto la envolvente, como las divisiones interiores. Cada una de estas piezas se clasificaba por peso a los pies de la montaña y era elevada en helicóptero hasta el emplazamiento del nuevo refugio. El helicóptero no solamente sirvió de transporte, sino también de grúa, hasta que cada pieza quedaba colocada en su lugar.

 

 

Se dice que el nuevo Olpererhütte es un refugio Low-Tech, un calificativo un poco engañoso para un edificio de tan efectivas soluciones constructivas. Por su condición de “refugio de verano”, este edificio no cuenta con sistema de calefacción. Al ser habitado solamente de Junio a Septiembre, simplemente no la necesita. Las propias tablillas de la fachada, al ser de madera, proporcionan el aislamiento suficiente para el periodo en el que este Hütte está operativo. Solamente el Winterraum –la habitación de invierno, una pequeña construcción adyacente- está debidamente aislado. Sería algo así como un refugio dentro del refugio –en este caso, dentro del entorno-, cuya función es dar cobijo a posibles montañeros perdidos o sorprendidos por algún imprevisto. El concepto energético del edificio, en lo que a instalaciones se refiere, es también bastante novedoso. Naturalmente, cuenta con paneles solares, que aportan un 14% de la energía necesaria. El resto queda cubierto con una planta de cogeneración capaz de generar calor y electricidad al mismo tiempo. Por definir el funcionamiento en pocas palabras: por cada 1KWh de energía consumida proporciona 2KWh de calor aprovechable para duchas, cocinas, secadero y zonas comunes.

La modernización del turismo de montaña –con mesura- así como la realización de una arquitectura capaz de adaptarse a las condiciones climáticas y a las estaciones, ha de verse como algo positivo. Pero ninguna de estas intenciones implica solamente la máxima tecnificación, sino una arquitectura justa en su presupuesto y en su estética. Por ello, el espartano edificio de Kaufmann puede no resultar espectacular por sí mismo; porque lo que hace es proyectar la espectacularidad de su entorno.

Marguerite Yourcenar aquella tarde de invierno

$
0
0

 

000199002w

 

He leído últimamente alguna autobiografía, algunas memorias que incluyen fragmentos de diálogos de hace muchos años que asumo casi sin dudas, en una suspensión de la incredulidad que de pronto me inquieta. Si trato de recordar fragmentos concretos de mi vida, incluso de esos que podria juzgar importantes soy incapaz de de tener algo más que una idea nebulosa, un rastro emocional de lo que pudo ocurrir, me es imposible recordar palabras o frases concretas, si acaso una imagen o una luz o un momento del día, A veces cuando releo diarios de hace años donde traté de reflejar alguna situación que ocurrió me doy cuenta de todo lo que he olvidado, como si encontrara un documento de alguien ajeno que por otro lado sé los simple o lo alejado de los hechos que podría ser.

 

 

Oigo decir a Marguerite Yourcenar que hacer la biografía de un emperador puede ser similar a intentar hacer la historia de nuestro padre o de nosotros mismos. Creeríamos recordar fragmentos de esas vidas pero enseguida tendríamos que cotejarlos con las opiniones de otras personas, buscar documentos, fechas, nombres, intentar ser conscientes de las grandes zonas de sombra que inevitablemente tendríamos que reconstruir desde el presente, con el sesgo de de los prejuicios  o de lo que tuviéramos tendencia a proyectar en esos pasados. Aunque quizá no todas las memorias sean iguales y no sea igual la capacidad para recordar que tenemos cada uno o las cualidades de la memoria o quizá el momento en que podemos hacerlo. A veces una magdalena abre una puerta y entonces es posible vislumbrar con minuciosidad un paisaje que creíamos olvidado.

Esos sábados de invierno en que se puede leer en la cama al despertar, o comprar tomates  y aceitunas en un mercadillo o ver un documental de Apostrophes con Marguerite Yourcenar tan cerca, como si se la conociera de siempre y se pudiera conversar con ella, justo antes de salir a dar un paseo entre la niebla con un frío muy agradable en la cara…

 

“La llegada”, el momento Villeneuve

$
0
0

poster-de-la-llegada-y-nuevas-imagenes-de-la-pelicula-denis-villeneuve-original

 

Llá­men­me pedante, insensible o el exabrupto que se les ocurra, pero en cuanto veo en una película de vocación comercial que el conflicto interno del protagonista viene directamente motivado por un hecho dramático familiar o afectivo del pasado me saltan todas las alarmas, afilo los cuchillos y me pongo en guardia contra cualquier atisbo de sensiblería o recurso fácil. Bien es verdad que si a la película en cuestión no le pido gran cosa tampoco le concedo mayor importancia al asunto, pero si es un título del que espero más que los derroteros trillados de casi todo el cine de masas, el hecho de no decantarse por esas opciones narrativas es fundamental.

En el caso de La llegada, primera incursión de Denis Villeneuve en el mundo de la ciencia ficción, no podemos acusar al director ni tampoco al guionista de haber tomado este camino porque no tenían otro, al menos si querían ser medianamente fieles al punto de partida del relato de Ted Chiang en que basa la cinta, el de una mujer azotada por la pérdida de su hija a temprana edad. De lo que sí podemos acusarles es de haberlo convertido en el principal núcleo temático del film cuando por el camino apuntan en otra dirección mucho más interesante y contemporánea. Es como en el chiste de los vascos, o estamos a setas o estamos a Rolex, pero buscar los dos a la vez no es una buena idea.

 

Denis Villeneuve

 

Vaya por delante que La llegada establece desde el primer momento un punto de distinción frente al grueso del cine palomitero marcando con claridad tono (gris y taciturno) y ritmo (pausado, contemplativo). Sabemos que aquí no vamos a encontrar elefantiásicas escenas de acción ni cataratas de efectos especiales, y sin embargo, la envidiable capacidad de Villenueve como creador de atmósfera convierte gran parte del metraje en espectacular. Ayuda, y no poco, la envolvente partitura de Jóhann Jóhannsson.

El film también apuesta por la economía de escenarios, puesto que la trama se desarrolla casi íntegramente en el campo de Montana donde hace aparición uno de los 12 artefactos extraterrestres diseminados por el Mundo. Estos artefactos y sus habitantes son los que ponen en marcha el argumento y también un enorme McGuffin, ya que todo lo que adquiere relevancia a largo de su desarrollo tiene los pies y la mirada puesta en la Tierra. El contacto con los recién llegados, unos simpáticos calamares de 7 pies cuyo lenguaje consiste en dibujar en el aire unos preciosos círculos negros, pone a trabajar a distintos especímenes humanos para lograr el entendimiento con ellos y descubrir sus intenciones, evitando si es posible el uso de armas. Toda la primera parte de la película la ocupan pequeñas disertaciones sobre el habla y los progresivos avances en el conocimiento del idioma de los visitantes. Esto podría hacernos pensar equivocadamente que La llegada es una película sobre el lenguaje, cuando en realidad es una película sobre la comunicación.

 

 

Llama poderosamente la atención que los humanos no muestren en ninguna de las tentativas de acercamiento lenguajes distintos al oral y escrito (además del corporal que acompaña sus gestos), máxime cuando los interlocutores manejan uno puramente visual. Tan llenas de significado están las palabras como los cuadros, la fotografía y la música, los responsables de las sondas Voyager eran bien conscientes de ello. En lo narrativo, al guion no le interesa entrar en esos terrenos porque prima, curiosamente a base de imágenes, otros aspectos.

Y es que lo que aquí se intenta confrontar es qué clase de impacto tendría un hecho del calibre del descubrimiento de vida extraterrestre (lo más importante e imprevisible que le puede pasar a la Humanidad en un futuro) en el mundo globalizado, y cómo repercutiría ese hecho a nivel individual. Estamos acostumbrados en este tipo de películas a que los sucesos no salgan de Estados Unidos y el resto del mundo quede reducido a algún inserto del noticiario. En La Llegada esto es así también en gran medida, pero la diferencia estriba en que siempre tiene presente que a día de hoy, cualquier problema local es en el fondo un problema global, y ante los problemas globales estamos obligados a dar respuestas globales.

 

 

La tecnología nos permite establecer una comunicación continua y a tiempo real que dinamita fronteras, distancias e idiomas, de forma que las decisiones que se toman en un extremo del mundo pueden ser conocidas y juzgadas inmediatamente en el otro extremo. Lo que demuestra esta película es la triste realidad que estamos viviendo, donde con todos los medios a nuestro alcance para acercar posturas y derribar prejuicios, para crecer cada uno como individuos mientras nos enriquecemos mutuamente, muchos países vuelven a encerrarse en el proteccionismo en aras de una idea de lo seguro que prescinde de la diversidad, y los pasos en direcciones aperturistas siempre persiguen la consecución de unos intereses que poco tienen que ver con lo humano. Es muy ilustrativa la escena en la que debido a un malentendido, algunos de los países que permanecían conectados por pantallas compartiendo su información, deciden reservársela y actuar por su cuenta sin preocuparse por las consecuencias que eso acarree a los demás. En poco tiempo, todas las pantallas se quedan en negro y estalla la tensión internacional. Y los extraterrestres, que son el motivo esgrimido como excusa, lo único que han hecho es hablar. Algo así, aunque sin alienígenas, lo vemos en los periódicos cada vez con más frecuencia. El individuo se ve obligado entonces a tomar también decisiones en contra del poder para preservar lo que le queda de confianza en la paz y el entendimiento.

 

 

Es una lástima que La llegada construya con cierta habilidad un discurso en torno a este tema tan actual para acabar dando un bandazo hacia el drama familiar y la cuestión del tiempo, que hemos visto más veces y tratada con más pericia. Durante el tercio final, la cinta se acerca peligrosamente a los terrenos del cine de Christopher Nolan en cuanto a la perspectiva sentimental y el último giro del guion, que a poco que estuviéramos advirtiendo el desigual peso de cierto personaje, se ve venir. Aunque Villenueve sepa manejar la situación y la cosa no se le derrumbe del todo, no se puede dejar de pensar que lo que hacía muy grandes a películas como Prisioneros o Enemy es que tenían clarísimo lo que querían contar y cómo, y jamás desviaban el foco, cosa que no le ocurre a La llegada, por mucho que Amy Adams se crea el personaje y que la cosa tenga cierta enjundia.

Quiero creer que esta película le ha servido al canadiense como ensayo, como primeras lecciones de un lenguaje que dominará cuando se enfrente a su siguiente reto: prolongar Blade Runner. Algo solo al alcance de un talento extraterrestre.

 

 

 

“La llegada”, el lenguaje y el tiempo

$
0
0

 

El lenguaje crea y limita la realidad de lo que somos, nuestra explicación del mundo, nuestro contacto con el otro. Siempre me ha fascinado pensar en el momento en el que la especie humana empezó a asociar sonidos y símbolos a las cosas que veía, a los actos que constituían sus comunidades, pero sobre todo, me intriga aquél instante en el que se comenzó a instaurar una forma de comunicación para los conceptos abstractos que se iban descubriendo: las emociones, la identidad, el futuro, la gravedad, el universo. Hay veces que cuando miro una frase o una fórmula matemática, me invade el vértigo al pensar en toda la sabiduría y minuciosidad que hay detrás de aquellos garabatos y construcciones de apariencia tan simple, en el tiempo transcurrido hasta lograr evocar y universalizar todas y cada una de las ideas y realidades complejas que revelan esos trazos. Parece tan fácil y cotidiano interpretar los símbolos de nuestra cultura que no nos damos cuenta de las dificultades que implican esas asociaciones, la capacidad de pensar con palabras que nosotros mismos hemos inventado. Hay una suerte de magia en nuestra aptitud para crear y abstraer, para comunicar e interpretar todo que aprendemos como especie.

Si existiera vida allí fuera, si en algún momento nos invadieran extraterrestres capaces de haber sabido entender las leyes del universo para poder viajar por él, el principal problema sería cómo establecer comunicación con ellos. Como acercar y transmitir nuestra realidad a la suya, como llegar a lugares de encuentro entre nuestro conocimiento y su interpretación de la existencia. “Los limites de mi lenguaje son los limites de mi mundo” decía Wittgenstein, y algo parecido sugiere la protagonista de la nueva película de Villeneuve cuando insinúa que el lenguaje determina nuestra mirada, la forma en la que pensamos y percibimos lo que nos rodea. Un nuevo lenguaje podría cambiar nuestra mente y quizá matizaría de alguna manera alguno de esos conceptos extraños que nuestra conciencia actual no termina de comprender del todo.

 

 

En La llegada Denis Villeneuve se inspira en el relato de Ted Chiang La historia de tu vida y nos introduce de una manera preciosista, con una fotografía limpia y sugerente, llena de texturas y atmósferas conmovedoras, en un escenario de invasión extraterrestre. Doce naves alienígenas acaban de aterrizar en diferentes puntos de la superficie terrestre y los gobiernos de cada región gestionan los protocolos necesarios para el contacto y la negociación con ellos. Lousie Brook (Amy Adams), una reputada lingüista a la que en un principio se nos presenta con una fractura emocional producida por la muerte de su hija, y Iann Donnelly (Jeremy Renner), un brillante físico teórico, son los elegidos para interpretar los primeros intercambios con aquellos seres misteriosos de siete patas tentaculares.

La primera hora de La llegada nos sumerge de manera lenta y precisa en los mecanismos que rigen la aproximación a una forma de expresión diferente. El primer contacto con los ruidos que se emiten, la búsqueda de unas estructuras coherentes detrás de los sonidos, su transformación o no en símbolos gráficos que den lugar a un lenguaje escrito, la necesidad de una concreción meticulosa de los términos abstractos, de lo que no se dice explícitamente pero yace escondido entre el mensaje y la interpretación con la que lo tiene que dotar el otro.

 

 

Villeneuve nos regala un sugestivo alegato en favor del conocimiento, del estudio minucioso del detalle y el matiz, una reivindicación de la importancia de la pausa y el temple a la hora de abordar el análisis de problemas complejos. Con el lenguaje como piedra angular para la resolución del conflicto, Villeneuve bucea también de forma sutil en una cuestión clave que late en esta época dominada por la inmediatez y las prisas, por las respuestas sometidas al impulso y la emoción del momento. La falta de paciencia y la precipitación en la interpretación de los hechos y relatos que conforman la realidad en la que vivimos. Porque, ¿cómo reaccionaria la humanidad ante un hecho semejante?¿Sabríamos coordinarnos y comunicarnos como especie para abordar el problema desde un punto de vista global y racional o se apoderaría de nosotros y de nuestros gobiernos el caos, el egoísmo y la visión nacionalista y cortoplacista derivada de nuestros instintos más primarios? ¿Tendríamos la suficiente entereza para sopesar diferentes opciones, diferentes vías, o se buscarían las soluciones rápidas y precipitadas que justificaran nuestros prejuicios? ¿Estaríamos a la altura de las circunstancias?

Por eso es interesante, como metáfora, el planteamiento de la protagonista a la hora de abordar la comunicación con esos seres extraños, los acercamientos sosegados y seguros para dotar de la significación correcta al mensaje y dar margen y tiempo para su comprensión rigurosa, en contraposición al avance de los expertos de otros países, empecinados en llegar a conclusiones conocidas de antemano o en planteamientos de comunicación con los alienígenas basados en juegos victoria-derrota. Como bien nos argumenta Lousie, magníficamente interpretada por la sugerente Amy Adams, cuando dotamos a nuestro interlocutor solo de un martillo como respuesta, no tardará en comenzar a ver clavos a su alrededor. Hay que intentar abrir vías, posibilidades. Sucede en la relación entre nosotros, entre culturas, y sucedería en el caso de un futuro contacto extraterrestre.

 

 

¿Una invasión desde el universo tendría que ser necesariamente violenta, necesariamente supremacista? ¿Se impondrían los mismos principios que rigen las relaciones entre seres vivos que conocemos o proliferarían más comportamientos simbióticos o empáticos? No esperéis encontrar en La llegada las profecías apocalípticas que se adueñan de los escenarios de la mayoría de películas de ciencia ficción.

La segunda hora de metraje nos revela el misterioso secreto de la visita, la poderosa arma que los Heptápodos han venido a regalarnos para que podamos ayudarlos a sobrevivir dentro de miles de años. Un lenguaje no lineal, de diseño circular, hermoso, capaz de comprender y dominar una realidad que se nos escapa; la interpretación del tiempo como dimensión física. Lousie es la única capaz de sintetizarlo y comprenderlo y de ello se sirve Villenueve para resolver los conflictos abiertos, la guerra que se avecinaba precipitada por el apagón comunicativo entre los estados y, también, para explicar y dar coherencia a las imágenes personales de la protagonista con las que iba salpicando el relato. Lo que parecían flashbacks del pasado se descubren cómo evocaciones futuras, un intento de acercamiento y representación en pantalla de lo que se supone sería la percepción humana de la no linealidad del tiempo.

 

 

Es quizá en esta parte del relato donde se hayan la mayoría de peros que se le pueden poner a La llegada. Hay cierta precipitación en el desenlace, cierta predecibilidad en los derroteros emocionales por los que se deslizan los protagonistas. El guión se vuelve un poco ampuloso, manido, pero a cambio Villeneuve nos lo muestra con unos planos de gran belleza visual acompañados de una banda sonora extraordinaria compuesta por Jóhann Jóhannsson. Es un pena ese final, excesivamente melodramático, que desvirtúa ligeramente el tono y la cadencia de la primera hora. Sin embargo, nos sirve para reflexionar sobre algunas cuestiones interesantes.

Si hiciéramos el salto al vacío que nos propone Villeneuve, es decir, si fuéramos capaces de percibir de manera certera nuestra vida en su conjunto, el sufrimiento y el miedo detrás de la existencia, ¿seriamos capaces de disfrutar la belleza, los días de sol en el parque, los versos de un poema? ¿Tendríamos hijos y amores si supiéramos el momento exacto de su final, su decadencia, el dolor que nos deparará su perdida o su muerte?

Por otra parte, leo en estos momentos “El universo en tu mano”, el magnífico libro de divulgación científica de Christophe Galfard. En él, Galfard nos sumerge en los misterios del universo de la mano de los últimos descubrimientos de la física moderna y nos cuenta que hay algo que sabemos con exactitud: el sol se apagará en 5.000 millones de años. Si tenemos la suerte de no habernos destruido entre nosotros antes y queremos seguir sobreviviendo como especie, seguir disfrutando del maravilloso azar de la existencia, tendremos que huir, que encontrar otro refugio amable al calor de una estrella lejana. Para ello deberemos seguir cultivando lo que nos ha traído hasta aquí, lo que en el pasado nos permitió perdurar entre un sin fin de amenazas: nuestras capacidades cognitivas (aprendizaje, memoria, comunicación), nuestra inventiva, nuestro lenguaje y talento para ampliar la conciencia de este universo que, por ahora, también se expande. Me gusta ver esa metáfora escondida en los Heptápodos de Villeneuve; los ecos del futuro, la voces de los que vivirán dentro de unos años, y necesitarán de nuestra visión de conjunto para salvarse.

 

La banalidad de la risa

$
0
0

Jorge Cremades

 

No he leído la entrevista a Jorge Cremades hasta media tarde, cuando el furor en las redes sociales mostraba ya visos de agotamiento. No la he leído antes porque estoy cansada de ese ideal masculino despegado, objetivo, que se refugia en su propio rol de género para negar la existencia del mismo. Estoy cansada de la retórica fardona – prosa cipotuda – que confunde el heteropatriarcado con la condición humana. Estoy cansada, en suma, de quien se las da de listo proclamando “ni machismo ni feminismo, igualdad”, como si la guerra de sexos no fuera un subproducto de este sistema tan alienante como desigual. Pero al final el morbo es el morbo, la polémica es la polémica, y me he puesto al día.

Me he llevado una sorpresa: Jorge Cremades no va de listo (de lista voy yo). Este profesional del humor se ve confrontado por una periodista, Lorena G. Maldonado, empeñada en profundizar sobre las implicaciones políticas y sociales de sus chistes. De primeras parece un episodio más de las muy palomiteras cultural wars nacionales, las de “¿coleta o corbata?” o “¿Intermedio u Hormiguero?”. Sin embargo el entrevistado no entra al trapo, no se muestra beligerante o siquiera irritado ante una contumacia inquisitorial, la de la periodista, propia de quienes nos exponemos regularmente al feminismo radical. Cremades está desconcertado por las preguntas y así lo expresa en varios momentos del diálogo (“No me esperaba preguntas tan serias”, “No soy muy de estar serio. Pero con estas preguntas que me has puesto me has dejado planchado”, “Tío, nunca me habían preguntado cosas tan serias, macho”). Se siente cómodo, por ejemplo, cuando Maldonado propone el tema de relaciones sentimentales, navegando plácidamente las aguas de las diferencias entre hombres y mujeres, o la importancia del sexo en una relación. Es su terreno, y no puede evitar hacer un chiste. “Tengo amigas que son lesbianas y tengo que ser su amigo, porque no puedo hacer otra cosa (ríe)”. Claro. Es evidente, es de cajón: los hombres quieren sexo, las mujeres servimos para proporcionarlo.

Maldonado le persigue dialécticamente a través de asuntos que, según su punto de vista, deberían suponer un conflicto moral o artístico a este alicantino de veintiocho años. La periodista parece buscar una confesión, una franca declaración de misoginia, y todo lo que encuentra es bonhomía, vaguedad y apelaciones al amor y al sentido común. Yo, en su lugar, estaría decepcionada. Cremades, con sus chistes de mujeres que arrastran al novio para ir de compras, es una de las bestias negras del activismo feminista. Su humor arraiga en los roles de género y ningunea las agresiones sexuales. Una se prepara con rigor de fiscal el interrogatorio, jurando sobre el legado de Kate Millett que obligará a este hombre a enfrentarse a sí mismo y reconocer su ideología patriarcal, y se encuentra con alguien que, lejos de odiar a las mujeres, simplemente no se ha planteado la relación entre lo personal y lo político. A Hannah Arendt le pasó algo parecido en Jerusalén, y llegó a la conclusión de que precisamente en esa dejadez, en esa pereza mental, está el problema.

 

Jorge cremades

 

A Jorge Cremades le parece que hay mucha verdad en los tópicos. Por eso, dice, hacen gracia, como si la risa fuera inofensiva. Entiende que hay un vínculo entre la manera de recibir un chiste y la experiencia personal (por lo que no hace chistes sobre enfermedades o víctimas del terrorismo), pero no entiende la relación entre bromas y dinámicas sociales. No entiende, por ejemplo, que si para que el vídeo sea gracioso tiene que ser la chica la que se lleve al novio de compras es porque el tópico en el que se basa es machista. No entiende tampoco que reírse de un grupo de chicos rifándose a una joven borracha es perpetuar una noción perversa de lo que es el consentimiento. No quiere entender que un chiste, su chiste, es un acto de apoyo a valores determinados. Hay un momento en la entrevista en el que reconoce que borró un vídeo cuyo contenido no quiere revelar. Cuando relata cómo fue la decisión de retirar ese vídeo, Cremades parece mareado por el esfuerzo: no está seguro de si el vídeo era apología de algo, o políticamente incorrecto, o quizá las quejas fueran fruto de la hipersensibilidad de esos pocos que lo vieron. Lo quitó por el “impacto negativo”, porque no gustó, y porque “se le da la vuelta a todo”. Como Barbijaputa, añade. Como el feminismo, o quizá como el hembrismo, no se sabe muy bien, ya que el discurso de Cremades se pelea con estos conceptos y sale derrotado del intento. Él sólo quiere hacernos reír.

 

 

Es inquietante que en la entrevista se afirme una falsedad manifiesta (“Hay tantas violaciones a hombres como a mujeres”), pero quizá sea aún más inquietante la pureza del pensamiento, la deslumbrante vacuidad de quien no sabe lo que dice. Cremades es tan banal como él mismo cree, pero eso sólo le convierte en un irresponsable. Lorena G. Maldonado nos ha mostrado que este sistema injusto es el que asumimos por defecto, que el sentido común se construye en una ideología concreta, y mi propia retórica fardona vale para explicar estas cosas. Ahora es Cremades el que está cansado de no expresarse bien, disculpándose por no saber hacerse entender; estaría dispuesta a preguntarme si esta incomprensión es un problema de lenguaje o de concepto si no supiera que, en cualquiera de los casos, el mal ya está hecho. Porque lo difícil es que este humor deje de hacer gracia.

 

Jorge Cremades

Fotografía de Moeh Atitar

 

La vida ligera

$
0
0

Fotografía: Martin Munkacsi

 

Dicen que vivimos en un mundo superficial, voluble y hedonista, en el que lo lúdico, humorístico y lujoso se identifica con lo interesante, apetecible y comerciable. Los filósofos de la posmodernidad lo han denotado de manera diversa. Primero fue la vida liquida de Zymut Bauman, luego el dominio de lo pulido y terso de Byung-Chul Han y ahora es la ligereza de Gilles Lipovetsky. Según éste la búsqueda de la ligereza ha sido una constante en la vida humana desde que somos cultos, y, aunque ha estado sometida a fluctuaciones acordes con los gustos y opciones  de las eras pretéritas, ha llegado a la nuestra plenamente vigente, constituyendo en la actualidad una de las máximas aspiraciones humanas en muchos aspectos de la vida, como la comida, el cuerpo, las relaciones, el arte, la moda, el comercio o las comunicaciones.

 

Fotografía: Martin Munkacsi

 

Ligero equivale a fluido, fino, pulido, suave, sencillo, fácil, ameno, brillante, lúcido, silente, veloz, libre, delgado, leve… Esos adjetivos son acordes con el estilo de vida actual. No es ligera la seriedad, la obesidad, la lentitud ni el colesterol. Menos aún la arruga, la flacidez, la barriga y las ojeras. La risa y la alegría aligeran, el llanto y la tristeza cargan. Volar velozmente es la máxima expresión de ligereza y su pleonasmo es volar en ultraligero. El traqueteo del tren no es ligero, lo es el deslizamiento de un tren bala sobre raíles magnéticos. Ya ni siquiera son ligeros Facebook o el blog, son demasiado densos, ligeros son Twitter o Instagram, y aún más lo es enviar misivas de amor por WhatsApp que llegan a su destino antes que el suspiro que las motiva. Pero nada es tan ligero como la publicidad, la mercadotecnia del deseo y la belleza, sobre todo la asociada a las navidades. ¡Qué levedad tan atractiva y tentadora hay en todo lo que ofrece!

 

Fotografía: Martin Munkacsi

 

Pero la cuestión de fondo es si debemos elogiar o criticar la ligereza. Este escribiente ni siquiera sabe si lo que está haciendo es denostarla o más bien ensalzarla y promoverla. ¿Usted qué opina, es bueno eliminar de la vida todo lo pesado, severo y lento, y quedarnos con lo ligero, ameno y veloz?

Esa pregunta puede parecer tan etérea como la misma ligereza, pero en realidad tiene mucha enjundia, sobre todo, insisto, en estas fechas, en las que los modelos de felicidad comerciales nos impulsan a actuar con ligereza insustancial.

 

Fotografía: Martin Munkacsi

 

Lo sencillo sería ser críticos con la vida ligera, y supongo que es lo que más conecta con el espíritu fustigador de los que nos las damos de observadores y comentadores de la sociedad. Pero, en mi opinión, insisto, lo difícil, y lo más correcto, sería asumirla como un rasgo humano fluctuante a lo largo de los siglos, y muy acentuado en la actualidad, y hacerlo compatible con los principios de ética, mesura y autonomía, que a la postre son los pilares del bienestar, la convivencia y la felicidad.

No obstante, por si acaso ese objetivo tan ambicioso no fuese posible, pues allá cada cual con sus ligerezas, siempre y cuando disfrute de ellas sin comprometer las ligerezas ajenas.

 

Fotografía: Martin Munkacsi

Una versión menor de este escrito fue publicada en el Diario de Burgos el día 10-12-16


La maniobra de Heimlich

$
0
0

 

Dr. Henry Heimlcih

 

Tenía cuatro años y todavía me la imagino vestida de domingo, brujuleando entre las mesas del bar, entre el murmullo de la gente y el olor de fritanga, viendo el mundo desde abajo, quizá correteando con otros niños o cogiendo chapas del suelo, acudiendo a la llamada de sus padres para darle algo de comer mientras alternaban con los amigos, sintiéndose a salvo en el mediodía de otoño con una cerveza en la mano o fumando un cigarrillo. Imagino el momento en que alzó su mano y cogió una aceituna de algún sitio o quizá se la dieron, no recuerdo lo que me contaron.

El timbre sonó muy aparatosamente, con mucha alarma y se vislumbraba a mucha gente que hablaba a voces o gritaba tras el cristal esmerilado de la puerta, Un hombre entró el primero con una niña en brazos y caminó casi por inercia hasta el centro de la sala de espera. La gravedad se intuía en su rostro espantado, en su mirada perdida que no se atrevía a mirar el cuerpo desmayado que traía entre los brazos. Lo dirigimos hacia la sala de urgencias y dejó a la niña en la camilla. “Se ha atragantado” oía que decía una mujer que lo acompañaba y que lloraba sin parar.

No tenía pulso, no respiraba, sus pupilas estaban dilatadas, sus labios cianóticos, estaba con el corazón parado desde hacía demasiado tiempo. Abrí su boca y allí al fondo estaba la aceituna, enclavada en su glotis, que fue muy fácil de sacar con una pinza de Magill. Luego intentamos reanimarla pero todo fue inútil. La niña había muerto atragantada.

 

img_1625

Recomendaciones para el atragantamiento del European Resucitation Council 2015

 

Recuerdo este episodio cuando leo que Henry Heimlich murió el 17 de diciembre a los 96 años y me pregunto si el desenlace de esa tragedia hubiera sido distinta si alguien, en ese bar, hubiera sabido hacer su célebre “maniobra de Heimlich” que describió en 1974 y todavía hoy se utiliza. Lo asombroso es que a veces un gesto físico, algo aparentemente sencillo que tiene que ver con la acción, haga que algo muy significativo cambie. Que un cuerpo  extraño permanezca enclavado en la laringe  y termine con una vida o que salga propulsado por la tos y todo quede en un incidente muy cercano a la tragedia pero que se olvida fácilmente con las canciones que siguen sonando en el aire  y el murmullo y las risas de la gente que sigue festejando el domingo en el bar ajena a que, como siempre, camina en un campo de minas aunque no lo parezca y, quizá presintiéndolo, se agarre a un vaso de cerveza como quien abraza un cuerpo y espera que el tiempo no lo consuma todavía. Al menos ahora cuando aún se siente la vida en algún sitio.

 

Medio siglo de “Hey Joe”, de Jimi Hendrix

$
0
0

jimi-hendrix-0

 

En realidad, la que cumple medio siglo es la versión de Jimi Hendrix de 1966, matriz a partir de la cual se han realizado decenas de otras nuevas versiones, y al decir “decenas” me refiero sólo a interpretaciones de grupos o solistas importantes. Tiene gracia, porque Hey Joe es un tema que hoy no pasaría ningún filtro de discográfica grande o de radiofórmula, porque la letra de la canción relata un caso de homicidio de género y para colmo el asesino trata de escapar de la ley, way down to México way… (Además, con el prometido muro “pinkfloydiano” de Donald Trump ni siquiera le iba a ser actualmente posible: lo políticamente incorrecto se va haciendo más difícil cada día en el mundo, física e institucionalmente). Sin embargo, el diálogo que se escenifica con la música no contiene juicio alguno, ni aprobatorio ni desaprobatorio. El hombre ha hecho lo que ha hecho y ahora lo que le preocupa es únicamente largarse. Es verdad que la única razón que aduce es que su chica se lió con otro, lo cual le parece motivo suficiente para despacharla…  El colega de turno tampoco tiene nada que objetar a estas razones. En todo caso, se trata de un tema genial, por lo bien que ambienta la música el pretexto atroz de su letra, ya desde las primeras notas. Su autoría se le atribuye a Billy Roberts, aunque existen dudas de que sea un tema más tradicional, casi atávico, en el cancionero norteamericano, y desde luego que en la interpretación de Roberts todo suena ya como en la recreación posterior de Hendrix, pero con la instrumentación más básica:

 

 

Aquí, como se ve, es ya una pieza completamente sombría, potente, profunda, incisiva y contundente. Y pegadiza también, por si le faltaran adjetivos encomiásticos. Lo que hizo Hendrix, al mando de The Jimi Hendrix Experience, fue electrificarla sin que perdiera esas formidables características, sobre todo la oscuridad que rodea esta historia de tintes casi faulknerianos. Y, claro, tocarla con los dientes, con la lengua, de frente y por la espalda:

 

 

De las muchas re-versiones de Hey Joe, sin embargo, me quedo con la más festiva, pese a las muchas magníficas que hay por ahí (basta darse un paseo por el vecindario de Youtube aledaño a las que hemos puesto). Se trata de la que hizo Willy Deville, con aire latino, allá por los noventa, sin por ello olvidar el mismo gesto de hardboiled que de por sí pide la cosa… El tal Joe ha conseguido por fin llegar a Méjico, y esto es lo que canta:

 

 

Hendrix fue medio imbécil, de eso no cabe duda, como Joplin, como Morrison ese mismo año. Rozar de esa forma la divinidad en los sesenta para luego matarse de esa estúpida manera – ahogado en sus propios vómitos en una noche de excesos-, es digno del peor poligonero, si no fuese porque hacemos con él eso que recomendaba antaño Walter Scott: “ante un mancha en el rico tapiz de Estambul, el necio la señala con el dedo y el sabio la tapa con el manto”. Tapamos la mancha: se le subió a la cabeza… eran los tiempos… es que se le fue la mano… Claro que, por otra parte… ¿quién querría conocer hoy a un Hendrix abuelito de, por ejemplo, 75 años? Así, joven como le recordamos, es el héroe, el Ché Guevara de la psicodelia y del rock progresivo, y sin duda uno de los mejores versioneadores -además de los mejores guitarristas- de todos los tiempos. El público, a veces, somos una bestia voraz, posesiva y detestable… de la misma manera, por cierto, que el violento protagonista de este tema único.

 

 

Jimi Hendrix “Smoking” London 1967

Alvar Aalto, Casa Experimental en Muuratsalo, 1949- 1952.

$
0
0

 

 

El papel de Alvar Aalto en la arquitectura del siglo XX, expresa algunas de sus vicisitudes y ejemplifica algunas de las particularidades nórdicas, por escandinavas. Incluso el contraste entre alguien considerado un héroe nacional finés, capaz de contar con museo propio, sello y billete con su efigie; y al mismo tiempo llamar a su barco Nemo propheta in patria. Con un trayecto formativo que concluye en 1921, y que se nutre de un denominado, ampliamente, como Clasicismo Nórdico. Un Clasicismo Nórdico 1910-1930, apacible e irónico, como ejemplificó la exposición homónima de 1983 en Madrid, y que marcaría las diferencias nórdicas en la década de los años 20 con Francia y con Alemania, en momentos cruciales de la construcción del Imaginario Moderno en Arquitectura. En esos años, y tras el viaje a Europa de 1928, se inicia un movimiento hacia el Funcionalismo, visible ya en el sanatorio de Paimio de 1929.

 

32

 

Como si la elaboración intelectual del discurso nórdico, estuviera más pendiente de la Naturaleza que de la Máquina, paradigma moderno por excelencia en Le Corbusier y en la Bauhaus de Gropius. Y esta será una de las particulares lecturas de la arquitectura de Aalto, su apego a la Naturaleza y su distancia con el maquinismo triunfal. Y estas son las razones de que, la denominada como Arquitectura Orgánica, fuera vista como deserción anti moderna y como agotamiento del canon moderno de los años 20. Claro que todo ello acontece en la postguerra de 1945, cuando Bruno Zevi organiza en Italia el APAO (Asociación para la Arquitectura Orgánica), en donde una de sus banderas de enganche era el mismo Aalto junto a Lloyd Wrigth. Un Aalto que se había visualizado con dos obras emblemáticas de años anteriores, como fueran  los pabellones de Finlandia en las exposiciones de Paris (1937) y de New York (1939).

 

 

Alvar Aalto, 1945

 

Tan anti moderna se llegó a leer esa obra aaltiana, que Jencks llega a afirmar en Modern Movements in architecture que “En muchos aspectos, la personalidad y los trabajos de Aalto son la inversa de le Corbusier”, cuando bien a las claras, no todo es tan simple y sencillo, como obras y hombres inversos. No tan simplificadora es la visión que de Aalto y su obra, realizan Manfredo Tafuri y Francesco Dal Co en su Arquitectura contemporánea, al señalar que “La obra de Aalto desde 1945 en adelante, se sitúa, a la vez, como continuidad y  como alternativa”. Una continuidad y una alternativa en la que los autores detectan además otros conflictos, tras su estancia como docente en Estados Unidos entre 1946 y 1948. Por ello, afirman los autores citados que su obra está recorrida por “Elementos comunes [que] son un naturalismo genérico y una declarada fidelidad a lo que se ha llamado ‘funcionalismo psicológico’”.

 

muuratsalo_secciones

 

Aunque esa tendencia hacia la lectura orgánica de la arquitectura, como hiciera Siegfried Giedion al vincular los techos curvos de Viipuri con campos de mies y a pinturas de Miró, acaban produciendo conflictos interpretativos. Tafuri, por otra parte, habla ya de Arquitectura Neoempírica y no de Arquitectura Orgánica, y no casualmente la conecta con la experiencia de la Arquitectura Neorrealista de Italia. Además de ello,  establece otra lectura más compleja de esa arquitectura que se sale del canon estipulado en los años 20, y la ve como “una disolución sucesiva de formas voluntariamente ambiguas, polivalentes, alusivas”. Disolución formal que, líneas más abajo, Tafuri fija como que: “Aalto demuestra que emplea tales pretextos como simple materiales para discursos formales cada vez más abstractos”. En una raro viaje del naturalismo a la abstracción. Por ello, prosigue Tafuri, que finalmente “ahora descubrimos que la dialéctica entre abstracción y organicidad que habíamos reconocido como matriz de la síntesis aaltiana se transforma, en gran parte, en matriz de narraciones intencionadamente discontinuas”. Y ese es el conflicto y la razón de ser de las obras de Aalto.

 

 

 

Poco después de la muerte de su esposa y colaboradora Aino Marsio, en 1949, Alvar Aalto comenzó el diseño de un lugar apartado para sus escapadas de verano, de aquí que sea conocida también como Casa de verano. Para edificar ese refugio, Aalto escoge una isla entonces deshabitada,  a la que sólo era posible acceder en bote cruzando el lago Päijänne. Un lugar alejado e inaccesible en el que poder desarrollar sus ideas con absoluta libertad y vivir en contacto con la naturaleza. A través del proceso de diseño de la casa, este proyecto personal, se convirtió en un estudio experimental de empleo de materiales, construcción de arquitectura y filosofías del habitar.

En Muuratsalo, la arquitectura empieza con toda evidencia, en el lugar mismo, quizás incluso antes, en la elección misma del propio lugar. En Muuratsalo, es más evidente que en otras obras de Aalto, el hecho esencial de que la arquitectura está en la naturaleza y ésta, a su vez, forma parte de la arquitectura. Cada roca por tanto, cada árbol plantado, el cielo ligero, el lago abierto, todos esos elementos son con propiedad también la arquitectura.

 

 

La obra tiene además una ubicación ejemplar, heroica incluso, que nos recuerda sutilmente ciertas reminiscencias de la naturaleza capturada en los templos griegos y romanos. En contraste con los muros exteriores pintados de blanco, las paredes del patio interior son fundamentalmente de varios tipos de ladrillo rojo. Una de las características de la casa son sus paredes del patio central, que reflejan esta naturaleza de lo experimental, ya que hay más de cincuenta tipos diferentes de ladrillos que están dispuestos en varios patrones, aparejos y trabas diversas.

La distribución es sencilla. Divide el cuadrado de 14 metros aproximadamente, en una retícula de 9 cuadrados y utiliza 5 de ellos para hacer una casa en L que abraza a los 4 cuadrados restantes. Cada ala de la casa mira hacia el sur o hacia el oeste para aprovechar las pocas horas de luz que disfrutan en Finlandia. Las habitaciones de la parte principal se agrupan alrededor del patio interior, en cuyo centro encontramos un fogón al aire libre. En la parte norte se sitúan el salón y el taller de pintura de la galería y en la parte este los dormitorios. En la zona intermedia están la cocina y los aseos; desde aquí se puede acceder por medio de un ingenioso pasillo al ala de invitados.

 

En la Casa de verano se pueden descubrir muchos elementos centrales de la obra de Aalto. El patio interior es un buen ejemplo de la manera con la que el arquitecto funde el espacio interior y exterior. Desde la vivienda se disfruta del panorama ofrecido por el lago. Aalto, al igual que Le Corbusier, siempre se sintió atraído por el mundo clásico de la antigua Grecia, y tras su viaje de 1952 por España, Italia y Marruecos, decidió construir en el clima nórdico una modesta casa patio, sin duda producto de la fascinación al observar la riqueza de los espacios intermedios de la cuenca mediterránea. En la casa de Muuratsalo, como en la casa mediterránea, el patio es el centro del hogar y del habitar, es la habitación donde observar el cielo y meditar, el espacio fundamental en torno al que se articulan los demás; y en su centro un lugar para el cuidado del fuego, símbolo de continuidad.

 

 

En la Casa de verano se pueden descubrir muchos elementos centrales de la obra de Aalto. El patio interior es un buen ejemplo de la manera con la que el arquitecto funde el espacio interior y exterior. Desde la vivienda se disfruta del panorama ofrecido por el lago. Aalto, al igual que Le Corbusier, siempre se sintió atraído por el mundo clásico de la antigua Grecia, y tras su viaje de 1952 por España, Italia y Marruecos, decidió construir en el clima nórdico una modesta casa patio, sin duda producto de la fascinación al observar la riqueza de los espacios intermedios de la cuenca mediterránea. En la casa de Muuratsalo, como en la casa mediterránea, el patio es el centro del hogar y del habitar, es la habitación donde observar el cielo y meditar, el espacio fundamental en torno al que se articulan los demás; y en su centro un lugar para el cuidado del fuego, símbolo de continuidad.

 

La Navidad supera la ficción

$
0
0

 

El título proviene de una frase que escuché por la radio a Juan José Millás. Tenía toda la razón. La Navidad es como un gran estómago caliente que nos guarece a todos -también, parcialmente, a los que viven en la miseria- durante cosa de un mes, un estómago que se finge hogar y que está repleto de objetos pequeños y reflectantes imposibles de digerir. Ahí quedan, destinados a formar piedras en el riñón el resto del año, piedras pequeñitas y reflectantes que ni de broma podrás excretar a tiempo para la operación bikini del verano. Todo se vuelve interior entrañable en Navidad, incluso los comercios, las tiendas y las grandes superficies, que emiten música metálica y tranquilizante para estimular la compra, compulsiva por mandato astrológico tradicional. La Navidad es una disciplina, casi una autodisciplina, que intima a salir de vez en cuando al frío exterior solo para sentir con más fuerza el calor interior, un calor de establo con mula y buey. El personal entero se vuelve un poco mula y buey en Navidad, resoplando por los ollares mientras carga con los regalos, oliendo a pelo y a chotuno al retornar -¡por fin!- a casa.

 

 

 

Una vez, siendo niño, presencié una escena inaudita. Estaba esperando con mis padres la cola de una caja de un supermercado, y la cajera comenzó a discutir a gritos con un cliente por algún asuntillo de precios. Ambos daban voces, y la cola, repleta, se impacientaba. Entonces, un señor bastante imponente, moreno de piel y de mediana edad, se interpuso en la reyerta con la mejor intención, recordándoles que estábamos en Navidad y no era momento de peleas y discusiones. Debía reinar la paz entre los hombres de buena voluntad, según decía. A mí me pareció admirable su intervención, y de hecho logró detener la tangana, pero recuerdo que todos le miramos como al bicho más raro que había parido madre desde el propio Jesucristo. Se salió con la suya, pero los circunstantes sintieron cierta vergüenza ajena. ¿Cómo se pueden decir esas cosas en serio, si todos sabemos de qué va la cosa, cuál es el “verdadero significado” de la Navidad? Recuerdo que pensé que este hombre no era español, que tenía que provenir de tierras más ingenuas. Fue un auténtico héroe, sin duda, pero un héroe del ridículo.

 

 

La Navidad es el coto privado sobre todo de la televisión. Es a través de las pantallas que nos tragamos la píldora de que durante unas semanas vivimos en un tiempo fuera del tiempo, una atmósfera recogida propia de infantes o abuelos. La televisión es más televisión que nunca en Navidad, es la época del año en que realiza plenamente su esencia espectacular. Hace ya cincuenta años que Guy Debord publicó La sociedad del espectáculo, y entre sus páginas no había ninguna referencia especial a la Navidad. Sin embargo, el espectáculo reina en Navidad, un espectáculo, ya digo, para extremos de edad y mentalidad: niños y abuelos. La Navidad supera la ficción porque a nadie en particular se le podría haber ocurrido el teatro tecnológico completo de la Navidad tal como hoy la conocemos, ni siquiera a un Charles Dickens contratado por una compañía de telefonía o por Google, y por fuerza se trata de algo cuyos embarazosos detalles hemos ido rumiando durante décadas. Desmontar a gran escala un tinglado como la Navidad sería más difícil que comenzar la Revolución en las Torres Kio.

La Navidad es como un gran estómago caliente que nos guarece y nos deglute a todos: para cuando nos quiera defecar, aún chapotearemos desvalidos y atontados en las Rebajas de Enero…

 

falsa-navidad

George Michael on the top

$
0
0

 

 

¿Dónde ha estado George Michael todo este tiempo? Los ochenta fueron tiempos de confusión entre pop y rock´n´roll, entre música disco y riffs de guitarra, todo soñaba a nocturnidad tecno y los estilos que antes eran distintos -incluso antagónicos, enemigos- vinieron a mezclarse en una amalgama de melenas de peluquería cara que no sonaba tan mal. Repasando, de George Michael honestamente sólo conozco cinco temas, tres en solitario y dos de Wham!, pero los cinco bastante buenos. Y también me llegó el eco de la polémica por la orientación sexual del cantante, en aquella película de Kevin Smith (me gusta mucho Kevin Smith) en la que Ben Affleck es representante de estrellas y defiende por teléfono que no hay ninguna duda de que George Michael es más macho que nadie. Y lo sería, por qué no. Además, con esa cara que Dios le había dado y el look que solía lucir él mismo podía haber sido actor, al menos tanto como Ben Affleck, incluso en notablemente más sofisticado, tal vez demasiado.

 

 

Eran canciones, esas que recuerdo de George Michael, o bien muy melódicas o bien muy sexuales, y los video-clips de la época les hacían justicia. A mí los video-clips no me agradan, no entiendo que haya que complementar la música con un trocito condensado de película que impone una historia postiza y que impide al oyente imaginar lo que quiera. Me parece que funciona mejor al revés: ponle esa música a fragmentos de un largometraje cuya historia de mucho más de sí y quedará grabada indeleblemente en la emoción del espectador. No obstante, los video-clips de George Michael también estaban bien, gozaban de un cierto buen gusto hortera propio de esos tiempos. ¿Dónde ha estado George Michael todo este tiempo? Supongo que rumiando proyectos, fumándose unos canutillos, ligando por los callejones y haciéndose mayor. No creo que imaginase en absoluto que iba a protagonizar con su muerte este final del “fatídico” 2016, como lo ha llamado Madonna. Los ochenta y los noventa, cuando él estaba on the top, le tengan en su nostálgica gloria…

 

Viewing all 213 articles
Browse latest View live